viernes, 8 de junio de 2012

“Venus Maya”: un matiz relativista

                                                                                    Jorge Cortés Ancona
El modelo de belleza de tipo occidental permeó de modo dominante las manifestaciones culturales y artísticas en el México del siglo XIX. En el caso particular de Yucatán, antes de la Revolución Mexicana, no es común que se exalte la imagen femenina de origen maya, siempre relegada ante los cánones provenientes de la Antigüedad grecorromana.
El ejemplo anterior a 1910 que impulsivamente podría venir a la mente es la alegre canción “La mestiza”, con letra de José Peón Contreras y música de Cirilo Baqueiro Preve “Chan Cil”, que sigue interpretándose y bailándose hasta nuestros días. Sin embargo, hay que tener en cuenta el público receptor al que iba dirigida la canción, que estaba muy lejos de pertenecer a la clase alta.
Por el contrario, vinculado al sector poderoso y formalmente educado de la sociedad de principios de siglo, el escritor vallisoletano José Inés Novelo escribió un poema donde manifiesta matices de ese reconocimiento hacia los atractivos de la mujer maya. Sin duda, su visión está impregnada de la oposición de civilización y barbarie, donde la mujer maya sería poseedora de un atractivo salvaje, más propenso a despertar el apetito sexual que pasiones idílicas de condición platónica, pero no deja de ser interesante.
El poema se titula “Venus maya” y se encuentra en el libro “Gérmenes”, cuya primera edición data de 1905 y que fue reeditado en vida del autor en 1945. Ambas ediciones cuentan con el prólogo de José Peón Contreras.
Me desplazo rápido por la cuestión métrica del texto: su condición de versos alejandrinos desarticulados que los deja en estrofas de ocho versos de 7 sílabas, con lo cual se le da un aire popular de arte menor, que en este caso muy específico equivale a una forma de minorización.
El poeta empieza invocando justamente el poder de las estrofas, o sea, el arte del poeta, para establecer de inmediato una comparación de carácter erótico: “¡Hurra! La estrofa vuelque / sus ánforas de flores, / y vibre temblorosa / la lira en tu loor; / así la carne tiembla / bañada en los ardores / del aire en que se envuelve / tu cuerpo seductor”.
Para ubicarla, se remite a su origen, que no es el del mestizaje, sino de estirpe netamente autóctona: “en ti la índica musa / perfiles puros traza, / en ti, la Venus Maya / retorna a florecer”. Y en las estrofas siguientes se hace una descripción a base de imágenes y comparaciones, con elogios de la sensualidad del cuerpo femenino de esa mujer maya que podríamos calificar de arquetípica: “Estampa en tu faz bella / su tropical frescura, / ardiente y voluptuosa, / la flor el flamboyán”; “(…) no incitan al deleite / como tu labio trémulo; / el beso no despiertan / como tu boca en flor”, etc.
De modo explícito se exalta a la marmórea Venus griega “de irreprochables líneas / y excelsa majestad”, que “despierta pensamientos de noble castidad”, comparación que arroja una oposición extrema con la mujer maya: “¡Tú no! ¡Tú sólo eres / el barro deleznable / en donde aguarda el germen / robusta gestación!... / ¡Pero eres de una raza, / hasta hoy indomeñable, / la hermosa, la garrida, / la regia floración.
Se elogian a través de una interrogación retórica los hombros de curva armoniosa donde cuelga el hipil, para después remitirse a las mujeres mayas de ese tiempo y del pasado: “¡No así brilló en su trono / la reina Tutulxiu”, para culminar con una visión que aúna la belleza con la valentía de los mayas, demostrada en la entonces reciente Guerra de Castas: “Morena, en quien renacen / las gracias y primores / de gentes invencibles / que aún retan con valor”. Y el enunciante cierra de modo circular el texto con los primeros versos de la estrofa inicial. 
Reconocimiento de valores estéticos y de la resistencia y valentía del pueblo maya reacio al mestizaje, este poema del vallisoletano José Inés Novelo es un caso muy raro en la literatura yucateca de origen urbano hasta antes del despertar revolucionario.    

Carlos Fuentes, novedad y obsolescencia

                                                                            Jorge Cortés Ancona
Prefiero recordar al Carlos Fuentes de las primeras novelas y cuentos. Ese joven que entre 1958 y 1962 asombraba con cada libro publicado, haciendo una disección de la sociedad con un ánimo totalizador como pocas veces se ha visto en la narrativa mexicana. Después, el engolosinamiento, la experimentación que sólo abrió momentáneamente bocas de actitud hipócrita. Pasada la cima de 1962 vino ese lento declinar de 50 años de múltiples ediciones, con algunos momentos destacables.
Obra tras obra, se enfrascó en un plan de convertir en novela el devenir mexicano, a la manera de Balzac. A menudo un esencialismo de lo mexicano, con esquemas fijos del mundo prehispánico y español, casi como una visión narrativa de los planteamientos ensayísticos de Octavio Paz, con agregados propios de una modernidad galopante. Historia con hechos aparentemente de actualidad. El mundo urbano omnipresente con incursiones de otras realidades de la complejidad de estas tierras. Cosmopolitismo que lo hizo escribir relatos ambientados en otros países.
Toda esa ensalada narrativa lo conducía a menudo a prácticas verborreicas. Pienso en “Cristóbal Nonato”, donde luego de tres páginas de humor efectista, siguen algunos centenares de páginas farragosas. Muchas veces nos hacía pensar que estaba escribiendo para los académicos, sobre todo los de Estados Unidos. Les sería muy fácil digerir como tesis lo masticado como narrativa.
En algún momento en las primeras decenas de páginas de “Los años con Laura Díaz” creí que estaba leyendo una gran novela. Pero solo fue el deslumbramiento de algunas secuencias. En lo demás, en su mayor parte, prevalecía ese didactismo narrativo que lo llevaba incluso a describir a la Virgen de Guadalupe, lo cual hace pensar que su lector ideal no era hispanoamericano sino extranjero de lengua.
Aparecía libro tras libro pero ya no despertaba entusiasmos, como sí sigue ocurriendo con cada nueva obra de García Márquez y Vargas Llosa, más cuidadosos con aquello que publican. En las librerías veíamos de paso que contaba con novela política, cuentos de vampiros, comentarios sobre la historia mexicana y muchas obras más, en las que relucía ante todo el nombre de su autor.
Escribió teatro, con no mucha fortuna (cierto histriónico yucateco dirigió “El tuerto es rey”. Adivinen quién. ¡Exacto!). Incluso fue autor del libreto de una ópera. Monsiváis decía en son de burla que al terminar la función de estreno en el Palacio de Bellas Artes todo el mundo había quedado catatónico. Vi esa ópera, “Santa Anna” en el Teatro Diana de Guadalajara, donde Fuentes salió a recibir los aplausos del público, aunque a lo largo de la pieza no percibí mucho entusiasmo. La música no era buena y el libreto adolecía de esa idea de retacar todo en un solo saco.
Con el “boom”, ese fenómeno mercadotécnico, se aprendió en el ámbito iberoamericano que la imagen del escritor cuenta mucho. Ser bien parecido, de cuidada elegancia en lo formal y en lo informal. Mucha facilidad de palabra, con sustancia y a veces con gracia. No era suficiente ser un magnífico narrador, había que cumplir con las exigencias del mercado que obligaban a hacer agradablemente visibles y audibles a los escritores. Carlos Fuentes, al igual que Vargas Llosa y Cortázar, cumplía a cabalidad con todo ello.
De adolescente quedé fascinado con sus primeras novelas. Sobre todo con “La muerte de Artemio Cruz”. La geometría de la novela y la doble circularidad me han acompañado para tener en claro la idea de estructuración. Si el esquema sigue impresionando, la sustancia narrativa no. En alguna clase trataba de contagiar mi admiración por la organización numérica y temporal de esa novela; sin embargo, los alumnos me comentaron que encontraban de interés la estructura, pero que el relato en sí les parecía cansado. Fue exactamente mi misma impresión en la relectura luego de unos 18 años de haberla leído por primera vez. Algo olía a rancio.
En la vida pública la imagen de Carlos Fuentes no es de lo mejor. Sus deleznables elogios a Luis Echeverría, que lo hicieron encabezar la comparsa intelectual de ese sexenio. “Echeverría o el fascismo” declaró en México, y se encargó de regar esa idea en cuanto país latinoamericano estuvo. Una atenuación fue su renuncia como embajador de México en Francia cuando nombraron a Díaz Ordaz embajador en España.
En Mérida lo recordamos por su conferencia en el año 2000, de aquella simulada Capital Americana de la Cultura. Cobró 180 mil pesos por una conferencia de menos de una hora, más gastos de transporte, hospedaje y alimentación, todo en términos de lujo. No permitió que se hicieran preguntas y no hubo más intervención directa que la de su amigo Carlos Castillo Peraza.  Si ahora esa cifra nos escandaliza, pensemos lo que significó 12 años atrás.
Tendremos que olvidar aquellos espots donde decía que prefería que su familia residiera en Inglaterra, para que disfrutara de un mejor nivel de vida respecto a la ciudad de México. Olvidar sus escamoteos biográficos, tardíamente conocidos (haber nacido en Panamá por la condición diplomática de su padre, su visión de México no siempre de primera mano, etc.). Sonreír con su “alter ego” Ruperto Berriozábal, de “Los juegos”, de Avilés Fabila. Escuchar a secas los reproches que tantos novelistas expresaban por su soberbia de hacer creer que en México no había más novelistas que Rulfo y él mismo.
Habrá que volver a leer esas novelas iniciales. Las émulas de los frescos diegoriverianos “La región más transparente” y “La muerte de Artemio Cruz”; la decimonónica “Las buenas conciencias”, que tanto le debe a Pérez Galdós; la exquisita “Aura” (tan creativa, a pesar de lo tanto que le debe a “La cena”, de Alfonso Reyes, y a “Los papeles de Aspern”, de Henry James) y los cuentos de “Cantar de ciegos”. Luego ver a su galería de personajes, como las obsesiones por María Félix (“Zona sagrada”, “Orquídeas a la luz de la luna”) y otros tantos personajes.
Algún día habrá que hacer el recuento de sus menciones a Yucatán en su obra narrativa. No fue ajeno a esta tierra y expresó una leve admiración por algunas cosas y una amable ironía por otras.
Toda obra extensa puede quedar sepultada por la marea del tiempo; seguramente la obra de Carlos Fuentes volverá a la superficie cada cierto tiempo, transformada o fosilizada.

domingo, 6 de mayo de 2012

Un alegato feminista de 1927

Jorge Cortés Ancona
Dentro de una serie de recuperaciones de obras literarias poco conocidas y agotadas desde hace decenios, aparece un texto de tema feminista titulado Vida incompleta. Ligeros apuntes sobre mujeres de la vida real, escrito por Elena Arizmendi. Al poco conocimiento de esta obra contribuyó que hubiese sido publicado en Nueva York, en 1927, en una edición costeada por la propia autora.

En este breve relato se narran las vidas de dos mujeres mexicanas emigradas, centrándose en las drásticas consecuencias de sus hechos amorosos. En ambos casos el origen es autobiográfico, pues tanto Elsa como su mejor amiga, Alicia, son desdoblamientos de dos etapas importantes en la vida de Elena Arizmendi. Esta fragmentación biográfica para formar la vida de personajes ficticios parece un simbolismo de la mujer dividida y de la separación distintiva de los segmentos temporales de una misma trayectoria vital.

A la autora se le recuerda por su relación de amante de José Vasconcelos alrededor de 1913, una tórrida relación a la que el escritor –conforme al prólogo de Gabriela Cano, biógrafa de Elena Arizmendi- hizo referencia en el cuento “El tormento”, de 1916, y en partes del “Ulises Criollo” plasmándola de modo imaginario como una mujer fatal de nombre Adriana, y de “La Tormenta”. Por lo demás, se sabe que Elena era una bella mujer y que tuvo tres matrimonios, todos los cuales derivaron en fracaso.

Es de interés que el escenario donde transcurren ambas historias sea Estados Unidos, en específico Nueva York, aparte de Texas, donde se refugia Alicia. En este texto se integran la etapa en que Elsa vivió casada con un norteamericano opuesto a tener hijos y la firme actitud de Alicia luego del fracaso de su relación amorosa con Ricardo y del acoso moral público de que es objeto por su condición de adúltera. Más fuerte que los problemas afrontados es el afecto solidario que las une lejos de la patria y la familia.

Aun cuando late una idea de esencialismo cultural ya sea para la “raza latina” o la “raza sajona”, las dos protagonistas contrastan con otra emigrada, la señora Vidal, mujer conservadora e ignorante, además de floja, despótica, desaseada e irresponsable con sus hijos, todo lo cual no obsta para que su marido la considere una madre abnegada y una dulce compañera.

Este relato toma la forma de un ensayo en forma narrativa, ya que expone ideas de manera explícita y los personajes tienen una plana consistencia psicológica y ética, propia de los caracteres tipo, planteada a manera de dechado. Pobre en estilo y en sus recursos narrativos, el texto, sin embargo, tiene el valor de alegato en favor de un cambio en las conductas de las mujeres y en la actitud hacia ellas.

El feminismo preconizado en este relato corresponde a una etapa aún en ciernes en el complicado y desigual proceso vivido en busca de equidad y justicia social para las mujeres. Por ello, la moral envuelve con rigor las conductas y las decisiones que las protagonistas asumen para tener una vida acorde con sus ideales y propósitos personales. Es relevante que en el libro exista una visión comprensiva de las relaciones extramaritales y que se defienda la voluntad de la mujer a decidir su vida, sea amorosa, laboral, religiosa o de maternidad. Cumplida dichosamente en soledad o en compañía.

Arizmendi, Elena: “Vida incompleta. Ligeros apuntes sobre mujeres de la vida real”, Conaculta, Col. Singulares, México, 2012, 73 págs., prólogo de Gabriela Cano.

La identidad cultural y la danza en México

Jorge Cortés Ancona
La investigación sobre la historia de la danza se ha enfrentado regularmente al problema de la condición efímera de las ejecuciones y presentaciones sin registros completos y exactos, por lo cual debe basarse en los documentos periodísticos e institucionales, cartas, testimonios orales y fotografías para poder alcanzar una imagen integral de la época, tendencia o autor que se procura estudiar.

La tarea es difícil y por ello celebramos la publicación de una obra que se enfoca al desarrollo de la danza en México durante la primera mitad del siglo XX. El libro se titula Despertar de la república dancística mexicana, de Patricia Aulestia, una destacada bailarina, coreógrafa y maestra de danza, nacida en Ecuador, formada en Chile y radicada desde hace décadas en México, donde ha llevado a cabo una incansable labor en materia cultural con proyección más allá de nuestras fronteras.

Esta obra constituye una acuciosa investigación acerca de las corrientes e ideas que confluyeron o se superpusieron para dar lugar a una especificidad dancística en nuestro país. Resulta interesante que para organizar esta amplia recopilación de datos, la autora haya procedido a manera de coreógrafa, como ella misma dice en el prólogo, valiéndose de la “suite” y de variaciones. Eso explica los vaivenes cronológicos y las apariciones reiteradas de algunos hechos y personajes.

En un recorrido amplio observamos el modo en que las danzas tradicionales de las diferentes regiones de México funcionaron como base para apropiaciones y reinterpretaciones, a menudo con un carácter experimental. Esto permitió la incorporación de visiones externas a la sólida herencia nacional colectiva, con la aportación de personalidades extranjeras como Anna Pavlova, Martha Graham, Norka Ruskaya, Miss Carroll, Waldeen, Anna Sokolow, entre otros muchos europeos y del Continente Americano, e incluso bailarines de origen asiático como la persa Armen Ohanian o el japonés Michío Ito, al igual que casos insólitos como Kyra, que bailó desnuda en el Palacio de Bellas Artes en 1937.

Por supuesto, la contribución mexicana de carácter individual o grupal resulta fundamental para estos procesos: Yol-Itzma, las hermanas Campobello y varios personajes extrañamente olvidados como Carlos E. González, Pedro Rubín y Enrique Velezzi. También es posible atisbar la manera en que las políticas culturales a nivel federal incidieron en el proceso educativo nacional y específicamente en el desarrollo dancístico, a través de investigaciones sobre las danzas y bailes indígenas y mestizos, así como a través de las medidas para favorecer la creación de coreografías y métodos de estudio a partir de las fuentes autóctonas y las experiencias de países extranjeros.

Con ello se aprecian hechos que ayudaron a gestar la ideología nacionalista revolucionaria con sus diferentes facetas, según los grupos o funcionarios que detentaron el poder político y cultural. Específicamente, observamos distintos modos en que se fue conformando una propuesta de identidad cultural, donde la danza jugó un papel importante, debido a su idoneidad para integrar la tradición ancestral popular con la visión moderna del arte a efecto de propiciar una imagen nacionalista apropiada para la legitimación del régimen y para su aplicación en materia educativa. En ese sentido el papel de un proyecto como el denominado 30-30. Ballet simbólico revolucionario representa una gran logro de nuestra danza y de la política cultural mexicana.

Asimismo, este libro demuestra con total naturalidad las relaciones de la danza con otras disciplinas artísticas, pues al referirse a las coreografías de la primera mitad del siglo XX se observa la confluencia de músicos, pintores, poetas, filósofos, tanto en los procesos creativos como en la recepción crítica. Esta lista incluye a personajes relevantes de la vida cultural como Carlos Chávez, José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Samuel Ramos, Miguel Covarrubias y Carlos Mérida.

Al terminar de leer los 66 capítulos divididos en dos partes y los tres apéndices, tenemos claro que la danza no debe ser vista como una disciplina esclerotizada, condenada a repetir los mismos modelos del pasado, sino que debe concebirse en su dinamismo integrador, al incluir investigación de campo y documental, interdisciplinariedad y creatividad a partir de modelos preexistentes además de la concreción imaginativa personal.

Es deseable que este libro sea leído a conciencia en las numerosas academias de danza que existen a lo largo y ancho del país así como también por los funcionarios y promotores culturales a fin de conocer y comparar las acciones emprendidas desde las perspectivas gubernamental e independiente y para aplicar ideas y propuestas.

Para concluir, agregamos que hay descripciones puntuales de piezas dancísticas que pueden ser aplicadas para llevarse a escena y que a lo largo de estas páginas es notoria la influencia de Yucatán, desde la ancestral tradición maya hasta la participación activa de varios creadores de distintas disciplinas artísticas y literarias.

(Este libro se presentó en Mérida, en la Sala de Arte del Teatro “Armando Manzanero”, el pasado 24 de abril, dentro del Festival Avant Garde, con la participación de la autora junto con Oscar Flores, Cristóbal Ocaña y un servidor).

Aulestia, Patricia: Despertar de la república dancística mexicana, Editorial Ríos de Tinta, México, 2012, 502 págs., prólogo de César Delgado Martínez.

martes, 27 de marzo de 2012

Roldán, poeta

Jorge Cortés Ancona
Una pregunta obligada para nuestra literatura yucateca: ¿por qué Roldán Peniche Barrera dio a conocer sus poemas tan tardíamente? Pregunta obligada luego de haber leído “Versos de luna negra” (2002) y “Entre el sudor y el tiempo” (2011), en los que percibimos la limpidez de una voz que comunica, que interpreta a modo de crónica lírica los acontecimientos surgidos a su paso y comparte sus visiones dentro de una verdad poética.
Poesía de habla directa, centrada en hechos comunes y con notorias influencias y ecos de Whitman y Borges, así como de la poesía conversacional de lengua inglesa y la mirada urbana de Efraín Huerta, Roldán Peniche nos ofrece raudas imágenes de la vida nocturna en ciudades norteamericanas donde estuvo de paso o residencia durante los diez años que vivió en Estados Unidos así como de lugares físicos y de la memoria que dejaron huella en su circunstancia vital.
Experiencias y percepciones, en las que mucho hay de caminante callejero, de “flâneur”. Temas de erotismo, de conciencia de sí mismo, de sensorialidad decantada. Un diálogo consigo mismo en el tiempo.
Su amplio interés literario y artístico universal se manifiesta lo mismo en los poemas que hacen referencia a otras latitudes, a poetas y pintores (De Chirico, Mondrian), a ritmos musicales como el jazz y la música sinfónica, a las ciudades de los antiguos mayas, a la Mérida actual, al mar. Los poemas están dispuestos a libertad, sin subdivisiones temáticas o de otra especie, a manera de fragmentos conjuntados en el escenario de la vida del mismo autor y enunciante lírico.
Qué campo fértil se habría formado en la poesía de Yucatán desde hace años, de haberse hecho notoria esta vertiente de coloquialismo, de poesía exteriorista, empleando el término de Ernesto Cardenal. Ya se había señalado un camino en “Poemas de sangre y amistad”, de Alberto Cervera Espejo (libro publicado en 1980), donde la poesía se expresa en tono de conversación acerca de personajes familiares y vivencias inmediatas, y bastante también se trazaba en “Los orígenes del fuego” (1981), de Roger Campos Munguía, así como en varios poemarios de Juan Duch Colell.
Qué despertares hubiera provocado una expresión como la del poema “De mis rastros en Nueva York”, que inicia diciendo que: “El sol arde en las calles / de este día de mayo de 1965. / Marcho a dos pasos de mi sombra / y certifico un ego de zarpas irritadas / y zapatos atroces / de putas y travestis, / del desgaste de muchachos dormidos de canabis / y subways serpenteando entre laberintos de jazz”.
¿En qué momentos de nuestra poesía yucateca se habló así? Con las palabras de todos los días, sin pudores ni arrogancias léxicas. Lejos de la ceremoniosidad ociosa, vacía de sentido en su recargamiento verbal, excreciones de esos “pequeños adalides a porfía / de sindéresis faltos, poca cosa” (“Soneto de medio pelo”), como si la poesía tuviera que ser por fuerza el lenguaje más incomprensible e inalcanzable, verba que no remite a nada.
En este poemario late una poesía enraizada en la vida, que nace de ella y se dirige también a ella. La poesía, el arte, como una experiencia vivida todos los días. Brote espontáneo, gozo, opinión implícita.
Ya el solo título del libro habla de su propósito de sacudirse prejuicios y mencionar algo que forma parte de la realidad inmediata de esta tierra y de todo ser humano, como es el hecho de sudar. Si la creación literaria es esfuerzo que hace transpirar como todo trabajo arduo y si los andares de nuestra vida yucateca transcurren en la agobiante humedad del cuerpo, es asombroso pensar que el sudor haya sido poco aludido en nuestras letras.
Larga vida a Roldán y a este poemario que integra simbólicamente dos elementos de distinta consistencia significativa como son el sudor y el tiempo, es decir, de lleno entre la materialidad humana y esa abstracción implacable que nos atenaza paso a paso.
Peniche Barrera, Roldán: “Entre el sudor y el tiempo”, Ayuntamiento de Mérida-Compañía Editorial de la Península, Mérida, 2011. 70 págs.

jueves, 22 de marzo de 2012

Sobre “Manelich”

Jorge Cortés Ancona
Uno de los poemas favoritos de los declamadores mexicanos es “Manelich”, de Antonio Mediz Bolio. El poema se incluye en el libro En medio del camino, publicado por primera vez en 1919, en el que aparecen poemas de diversos temas y que se reeditó en una versión corregida y aumentada en 1930.
En este popular texto, el personaje de referencia es el pastor Manelich (“plebe que vives sin conciencia / de tu vida oprobiosa”) y es un canto a la libertad de los desposeídos, a la justicia social que tendrán que hacerse por sus propias manos para seguir viviendo en su estado de inocencia. El hablante lírico describe en una primera parte la condición del personaje y en la parte final le habla en segunda persona a Manelic, exhortándolo a que despierte y exija lo que le corresponde por derecho natural.
He escuchado a personas que piensan que Manelich es un nombre maya y que se está refiriendo a un posible líder histórico yucateco, pero nada más errado que ello. Aun cuando el poema pueda ser aplicable a la realidad yucateca de las primeras décadas del siglo XX y seguramente fue una situación que influyó en la composición del poema, el origen es teatral. En cuanto al nombre, Manelich (que debe ser pronunciado como Manelic) es diminutivo de Manel, o sea, Manuel en catalán. Sin embargo, tiene algún dejo maya su pronunciación y ha habido gente que porte ese nombre agregando al final la letra “ka”, como el escritor Manelick de la Parra Vargas y el cantante Manelick de la Parra Borja.
El poema deriva del drama Tierra baja, del escritor catalán Angel Guimerá, estrenada en 1896 y llevada a escena exitosamente en varios países. La obra plantea un conflicto entre un pastor, Manelich (que “como una cabra arisca bajó de la montaña”), y un propietario rico, Sebastián, que emplea sus mañas y su dinero para lograr sus caprichos. Una mujer, Marta, es el centro de la disputa, ya que fue a base de engaños que Manelic fue persuadido a casarse con ella, a pesar de ser la amante de Sebastián.
En términos muy generales, se trata de un drama social donde se plantea la pureza de la humilde gente del campo, la de la tierra alta, y la corrupción y abusos de los terratenientes, en la tierra baja. El deseo es que la gente del campo se mantenga en su medio natural, sin la mácula de la vida urbana, sometida al poder y al dinero. La obra fue también un éxito editorial, con varias ediciones en catalán y traducciones al español y otros idiomas. Asimismo, se hicieron adaptaciones cinematográficas en varios países y hasta una ópera.
El tema rural, de explotación de los campesinos, explica los versos siguientes: “la mujer de su sueño / era del amo. ¡El amo era el único dueño / de todo, de la tierra, del amor, de la vida!... / ¡El era sólo un siervo, la bestia escarnecida, / una cosa, un pedazo de carne esclavizada, / sin derechos, sin honra, sin amor y sin nada!”. La conformación y el mensaje del poema hacen pensar en una estrategia textual para aludir a la vida de las haciendas henequeneras durante el Porfiriato.
Mediz Bolio escribió otros poemas relacionados con el teatro, como “Malvaloca”, que es el título de una famosa comedia de los hermanos Alvarez Quintero, y “La farándula”. No olvidemos que nuestro poeta fue también dramaturgo y que en obras como “La ola” trató temas sociales proyectados a la realidad yucateca. Por último, cabe señalar que este poema de Mediz Bolio, de ascendencia catalana como lo indica el segundo apellido de su madre que era Cantarell, es un caso particular de los vínculos culturales entre Yucatán y Cataluña.

Una autobiografía en verso

Jorge Cortés Ancona
“Mi amigo Osorio es un extraño personaje, / que vive en el silencio de su vida subjetiva”, son los versos iniciales de un soneto de semblanza de Ernesto Albertos Tenorio acerca de un poeta amigo suyo: José Salomón Osorio.
Osorio nació en Mérida en 1896 y falleció en la misma ciudad en 1960. Fue miembro del Ateneo Peninsular y del grupo Esfinge, y estuvo activo en Yucatán, Quintana Roo y el Distrito Federal. Sus poemas de los años 20 tienen evidentes influencias estridentistas.
Si bien, los intelectuales y políticos yucatecos no han sido muy afectos a contar su vida en los hechos amplios, y tienden a limitarse a las anécdotas y los chismes, José Salomón Osorio puede ser considerado como una de las excepciones. Un libro publicado ya cerca de la tercera edad, en 1954, fue “Balcón del tiempo”, en el que describe en verso el trayecto subjetivo de las etapas de su vida, con ecos de la Divina Comedia pero sólo en cuanto a la propia persona sin establecer más que unos pocos juicios de valor acerca de sus contemporáneos.
En este recorrido vital alude a personajes históricos, parientes y amigos, cuya presencia ya implica una valoración desde la propia memoria del autor. A veces la mención se reduce a sólo un nombre, como cuando se refiere a Oswaldo, de quien podemos inferir sin problemas que se trata de Baqueiro Anduze.
Precedido de un poema “Liminar” en el que se establece el tema del libro, el texto se divide en 21 cantos, escritos en tercetos clásicos, con la salvedad de que cada canto no termina en un cuarteto sino en un terceto, lo cual deja inevitablemente un verso suelto. En lo general, estaría por verse la influencia que pudo tener de las traducciones de la Divina Comedia en tercetos, a cargo del Conde de Cheste y del argentino Bartolomé Mitre, ambas del siglo XIX.
Las evocaciones de Dante son notorias desde el inicio, ya sea en la percepción del estado actual de su vida: “Después de haber marchado largamente / bajo la égida de mi destino/ vi a mis pies deslizarse la pendiente. // Me hallaba en lo más alto del camino, / era forzoso trasponer la cumbre / y una inquietud a conturbarme vino”. O en las resonancias religiosas: “Cuando la investidura deleznable / de la carnalidad se transfigura / con alientos de vida perdurable. // Cuando perdido entre la “selva oscura” / el hombre acude a la Piedad Suprema / de la que espera protección segura”.
Pocas veces encontramos un elogio amplio de la prensa en obras literarias, como lo hace Osorio al inicio del canto XIV: “En su ambiente magnífico se piensa / y ver esas ideas reflejadas / ir al público, es una recompensa. // Las vidas a la prensa consagradas / con rectitud, merecen mi respeto / y ser también por todos admiradas. // Pues quien se halla ignorante del secreto / en que se encierra la edición de un diario, / no sabe que es un batallar completo”. Más comunes han sido las críticas negativas hacia los periodistas, como la que hace en los tres tercetos siguientes.
“Balcón del tiempo” es una obra en la que se plasma la autopercepción del propio hablante, la subjetividad que acrece al ser él mismo el objeto del recorrido interior y sucesivo. Su vida parece fluir en los avatares de la conciencia ética y como afirma, las dificultades provienen de ese círculo humano ajeno, obstruyente de la propia personalidad: “Siempre a mi paso hallé senda intrincada”.
La portada cuenta con una imaginativa ilustración que podríamos considerar como de un surrealismo de estilo neomaya, y que es obra de Rómulo Rozo, firmado tanto como “R. Rozo” como con su monograma de referencia masónica. En el interior, un retrato de madurez dibujado por Manuel Cachón.
Personalidad algo inusual en nuestra literatura yucateca, la de Osorio, que volviendo a las palabras del no menos inusual Albertos Tenorio: “Tiene alma de ermitaño, huye de los placeres / frívolos, de las fiestas mundanas y banales. / Y leyendo a Unamuno deja correr las horas, // o silenciosamente construye en sus talleres / interiores, con perlas, zafiros y corales, / versos con claridades y prestigios de auroras”.

Roura y los recuerdos vivos

Jorge Cortés Ancona
En “José y Reina: un septiembre olvidado en Suma”, con una poesía narrativa, de estilo coloquial, Víctor Roura lleva a cabo un recorrido por la historia de sus padres, situada a su vez en contextos históricos-sociales de la península yucateca y del Distrito Federal, hasta llegar a los tiempos actuales.
Es la historia de un enamoramiento y de una huida que ocurren en Suma de Hidalgo, con José y Reina, o sea, José Roura y Regina Pech, en cuatro etapas de la vida humana y algunas intervenciones más: “El principio de los tiempos: la orfandad”, “Buscando dónde asirse: la juventud”, “Responso”, “El encuentro de los cuerpos: madurez”, “La pérdida del sentido: ancianidad” y “Epílogo”. Lectura placentera, que nos conduce desde la dura brega rural en la hacienda San Nicolás hasta el idilio en Suma que se traslada brevemente a la ciudad mediana y luego a la megaurbe. En esos cambios se viven distintas formas de supervivencia y de violencia, diversas labores y conocimientos.
Entre las partes narrativas aparecen de modo intermitente cuartetos a base de pareados consonantes y relativos a la muerte en sí misma, con un sentido de composición popular. Pero esos cuartetos también constituyen una manera de hacer presente a poetas que han tratado el tema de aquella que “viene sola” para llevarnos. Esa lista parece representar la familia poética del propio enunciante: Pacheco, García Lorca, Gorostiza, Vallejo, Huerta, Acuña, Nervo, Zaíd y varios más.
Toda la narración está escrita en versos de doce sílabas, con una cesura móvil de verso a verso. Es decir, no se ciñe a la división en dos hemistiquios de 6 + 6, ni a la de 7 + 5 ni a la de tres o cuatro cláusulas rítmicas, sino que se integra internamente a libertad, e incluso a indiferencia rítmica, al grado de que muchos versos terminan en aguda y, más aun, en preposiciones y artículos monosilábicos (a, de, lo, los, etc.). Con ello, la sonoridad se llena de asperezas y de opacidades, sujeta a los tonos emotivos del relato versificado.
Al principio, predomina el relato de los orígenes paternos en el desempeño de los trabajos dominantes desde los años 30, como el trabajo chiclero y el henequenero, con la derivada presencia del paludismo y la gonorrea, enfermedades comunes de aquellos tiempos. Un tiempo duro, el de los años 40, en que se vive la reaparición de la explotación de los trabajadores y del derecho de pernada. Entre el arraigo y la movilidad, en este periplo de vida paterna también existen las migraciones a otras regiones del país, entre ellas la gran capital, hasta volver al terruño.
Sorprende el paso de las décadas en esta historia personal que va de la mano con las correlativas historias nacional y regional, ya que la juventud de los padres se percibe lejana, de leyenda histórica plenamente, aunque José falleció de una embolia en el 2000 y Reina (Regina) vive aún, con el mal de Alzheimer. Y es que dentro de la condición narrativa fluye una vena lírica, que da lugar a que el texto, bien estructurado, con pausas, conlleve emociones, recuerdos, reflexiones, con una integración de tiempos pasados y presentes.
Este poema narrativo conforma una vivencia muy personal, que es compartida hasta hacerla de todos nosotros. Con su impregnación de leyenda y de periodismo, este relato es historia y es poesía. Aire refrescante para la literatura que se escribe actualmente: voz personal, clara, humana, fincada en décadas y lugares precisos pero con una condición de pervivencia.
Al margen del relato, pero con relación directa, figuran las imágenes tomadas por Eugenia Montalván Colón: en la portada, una foto de la iglesia de la hacienda San Nicolás. En las guardas iniciales la foto de la casa en Mérida (por el rumbo de “La Jardinera”), donde vivieron José y Reina, y del árbol detrás de la albarrada de la casa en Suma.
Víctor Roura nació en Mérida en 1955 pero desde muy pequeño ha residido en el Distrito Federal. Es poeta, narrador, cronista, crítico y periodista cultural, en especial, muy conocido por su labor en el periódico “El Financiero”. Este libro se presentó en la Filey con la presencia del autor y los comentarios de Raúl Renán y Eugenia Montalván.
Roura, Víctor: “José y Reina: un septiembre olvidado en Suma”, Unas letras, Mérida, 2012, 92 págs.

Ricardo Mimenza Castillo y la Revolución

Jorge Cortés Ancona
Muy esclarecedor sería reconstruir el itinerario de la poesía de tema revolucionario en Yucatán y las consecuencias que en la literatura produjo la llegada del Gral. Salvador Alvarado. Por otra parte, seguir el tema indianista e indigenista que habrían de florecer en Luis Rosado Vega, y más adelante en Antonio Mediz Bolio y Ermilo Abreu Gómez, pero que ya tenían antecedentes lejanos en el siglo XIX y directos en el período alvaradista, cuando se escribieron las obras pioneras.
Muy representativa de los dos aspectos, el revolucionario y el indianista, es el poemario “Rebeldía (Cantos Revolucionarios)”, de Ricardo Mimenza Castillo (1888-1943), publicado en 1915 por la Imprenta y Linotipia de “La Voz de la Revolución” y dedicado “al Sr. Gral. D. Salvador Alvarado, en cuya labor revolucionaria brotaron estos himnos”.
Por si esta dedicatoria no bastara, una especie de epígrafe, merecedor de una página, advierte que “El pedagogo D. Rodolfo Menéndez me escribió una vez llamándome Poeta de la Revolución… Me consideré indigno para tal honor, pero a exultar a la Revolución social mexicana, a eso aspiran estos humildes cantos”. Llama la atención que aparezca el verbo “exultar”, es decir, “alegrarse, regocijarse”, y no “exaltar”, que es lo que de acuerdo a la sintaxis parecería más lógico.
(Es de notar que el título evoca de algún modo la zarzuela “Rebelión”, de Arturo Cosgaya y Lorenzo Rosado Domínguez, cuyo estreno fue cancelado en el Circo Teatro Yucateco en 1907, y que tuvo que esperar a ser montada en 1909 en el Teatro Peón Contreras. Una obra que, como señala Enrique Martín Briceño, fue una “disonancia” que hizo pasar un mal rato al grupo hegemónico de los hacendados yucatecos).
El primer poema, el que le da nombre al breve poemario de doce textos, se refiere a través de la sinécdoque de la campana a la caída de la Iglesia como redentora de la gente campesina. El fuego, a través del rayo, la ha quemado al igual que a la torre que la resguardaba: “La campana desposóse con el rayo / una noche de tormenta”. La justicia se imparte ahora de otro modo: “Sólo el fuego ejecutor de los castigos / va llamando por doquiera / a la misa secular de la justicia / a los pueblos de la tierra”.
Otro poema de tema histórico-político es “Los revolucionarios” donde en rápida sucesión se exalta a Sócrates, Cromwell e Hidalgo pero también a Madero y a Carranza.
Una leyenda maya en verso se titula “El símbolo del enano”. Un poema relacionado con la explotación de los mayas es “Los ilotas”, título que en sí mismo implica el degradante nivel social en que se tenía a la población rural maya: “Por las sendas polvorientas, / peregrinos, / en tropel muy silencioso / van los indios”. El poema hace referencia a las glorias pasadas y a la deplorable condición sufrida bajo el opresor dominio de los terratenientes: “Estos parias / son los indios / que llegaron con Cocom en la protesta / a la cumbre más audaz del heroísmo”.
El poemario concluye con “Las panteras”, un canto a América, tema que ya tenía antecedentes líricos de tema político en Rubén Darío, pero que aquí se enfoca en una denuncia de las tiranías, para un repaso histórico antecedente del brillante conjunto de novelas hispanoamericanas sobre dictadores: “Es una ergástula la América / y en ella pasan las panteras y hay un aullido de dolor”. El argentino Rosas, el colombiano Rafael Núñez, el paraguayo Doctor Francia, los dos López y, aunque falta el responsable de la dictadura más prolongada para esa época, aparece otro Díaz mucho menos conocido y de nombre Adolfo: “mísero Efialtes, gran traidor, / el que a la riente Nicaragua / a Yanquilandia la vendió”.
Por supuesto que no puede faltar el aun fresco dictador mexicano derrocado un año antes “Después en una apoteosis / de cieno viene en un tremor / Victoriano Huerta el maldito / que sus charreteras manchó / asesinando en el Derecho / las convicciones del Honor, / espectro de la Tiranía / gran matricida y gran ladrón”.
Más adelante, se expresa una visión apocalíptica “Todos los pueblos de la América –libres porque lo quiso Dios- iban tras esas miserables / panteras como un gran turbión”. Y serán una voz divina y Dante Alighieri quienes se encarguen de enviarlas al infierno. “Plomo candente les llovía / igual como una maldición. // Y las panteras, las hirsutas, / iban rugiendo de dolor / en tanto que en la América ardía / el Sol de la Revolución”.
Varios patriotas y pensadores hablaron de la unidad espiritual, cultural y política de nuestros países, con una visión plenamente libertaria, pero ¿será éste de Mimenza Castillo el poema más antiguo en que se invoque de manera explícita un espíritu revolucionario continental?

Las pupilas heroicas

Jorge Cortés Ancona
“La Puta Patria” es un poemario que en su mismo formato adquiere una condición heroica. Libro de caja, o más bien plaqueta de folios sueltos, en tamaño carta y con cinco poemas y una presentación que no tienen desperdicio. Cinco poetas: Leandro Calle, Julio Castellanos, Néstor Merigo, Claudio Suárez y César Vargas, con una crónica del historiador Osvaldo Bayer y una ilustración de Alfredo Echavarrieta.
Empiezo citando el primer párrafo de la breve crónica de Bayer, respetando su puntuación: “República Argentina, Patagonia, año 1922. El 10º. de Caballería a las órdenes del Teniente Coronel Varela ha terminado su faena, el resultado: 1500 obreros fusilados. Los soldados descansan en Puerto San Julián, provincia de Santa Cruz; se decide premiarlos enviándolos por tandas al prostíbulo del pueblo, conocido como casa de tolerancia “La Catalana”, cuando llegan los primeros soldados, la Madama les informa que las pupilas se niegan a recibirlos y que ella no puede obligarlas, los soldados intentan entrar por la fuerza y es entonces cuando las prostitutas armadas con escobas y palos los expulsan al grito de “¡porquerías!” “¡asesinos!” “con asesinos no nos acostamos”; han tomado partido por los huelguistas, han cerrado sus piernas como un gesto de rebelión (…).
Los poemas tienen la característica de exaltar las virtudes de sus personajes de referencia, una condición ditirámbica, que a veces asume un tono narrativo, en otras de plegaria o de canto de dolor compartido, pero siempre con un sentido de respeto entrañable. Es loable que estos cinco poetas de la Córdoba argentina recuerden líricamente ese acto de conciencia social y valentía, demostrativo de que la heroicidad también campea en los burdeles.
Al recordar a estas humildes mujeres –tres de ellas argentinas, una inglesa, otra española- de un prostíbulo de la región más austral del continente, en la Patagonia, que se niegan a servir a los asesinos a costa de su propia integridad física, nos dan a conocer una de las historias de rebelión poco o nada conocidas que se extienden a lo largo de Nuestra América.
Los cinco poemas, todos en verso libre, son claros, directos, cada uno con su estilo propio, pero todos con la carga emocional que hace salir a flor el gesto heroico. Este gesto se evidencia en el final del breve poema de Leandro Calle “María Juliache” (Porque al grito de asesinos / alcanzaste del orgasmo su raíz más precisa. // María Juliache, española / solamente de rodillas puedo decir tu nombre).
A su vez, Julio Castellanos emplea el monólogo dramático en “Maud Foster en Puerto San Julián, febrero de 1922”, con un eco de la “Antología de Spoon River”, de Edgar Lee Masters. (“Supe por entonces que vendrían / los otros, vencedores; / los que dispararon sus armas inclementes. // Vaciados de sí, llegaron buscando algún descanso. / También eran como niños, pero crueles; condenados a aniquilar su propia sangre”).
El sentir ético admonitorio se aprecia en “Amalia Rodríguez”, de Néstor Merigo. (“Entre el desierto y el mar, qué raro que una exista, / y este viento que no acaba nunca, que apenas sí fui una santa, / y el torbellino de rostros y de escenas, que apenas sí fui una santa, / que no hay nitrato de plata que alcance, ni en la palangana de la luna, / ni lavajes / que enjuaguen la pulcritud de un asesino”).
Claudio Suárez, por su parte, percibe los olvidos y las herencia de la historia en “Angela Fortunato (“Al sur de la vergüenza / separada todavía por el desamor de la historia / queda el linaje de tu nombre, los muertos multiplicados / y el terror y la fiebre de una cama torturada. / Volvías de la muerte, con la memoria ciega / y el corazón abierto”).
Y cierra el poemario con la plegaria de César Vargas en “Consuelo García” (Dispara sobre el frío / sobre los uniformes / de esta patria maldita. / No dejes de disparar / tu NO, tus escobazos, / que el crimen retrocede / ante la furia de tu sexo, / que resucita el aire, la justicia, / enséñame a ser hombre / puta mía, / dame el amor / dame la risa / y quítame las armas / de las manos”).
Infamias y sangre regada innecesariamente, historia que no parece tener fin, en la emotiva reverberación de estos poemas.
(La publicación impresa lleva el sello de Ferreyra Editor y se puede acceder a los poemas, en PDF, en el sitio http://www.cba.gov.ar/imagenes/fotos/la_puta_patr

El cuerpo en que nací

Jorge Cortés Ancona
Tal vez estamos viendo aparecer un nuevo tema en la literatura mexicana que es el de quienes vivieron su infancia en los años setenta, sujetos a las ideas radicales que se vivían en esa década. Tiempos de hippies, experimentos sociales y fervores ideológicos que condicionaron conductas y consumos posteriores, marcando profundamente las condiciones de adaptación social en la vida adolescente y adulta.
Ese es un punto de partida de la novela “El cuerpo en que nací”, de la escritora mexicana Guadalupe Nettel, narrada en primera persona ante una psicoanalista, pero incluyendo también las confesiones que la narradora se hace a sí misma y comentarios acerca de la propia escritura de la novela.
Con la seña de identidad del epígrafe de Allen Ginsberg que le da título, la novela abunda en los hechos de tan relativa dimensión como son los dramas rutinarios de la vida familiar o las barreras que una niña tímida tiene que soportar en la escuela. Con ello se enfatiza que en el fondo, estos hechos de distintas repercusiones constituyen el sustrato emocional e intelectual de un escritor, tallado a base de vivencias. Una consistencia personal no tan visible por aparentemente trivial, pero que define un carácter y un destino. El aprendizaje de quien relata su historia en un autorreconocimiento y un ajuste de cuentas con la vida.
De manera recurrente, la narradora hace referencia a los trilobites, identificándose con ellos. Una especie animal que dominó hace cientos de millones de años y que representa la adaptación para sobrevivir, la capacidad de mutar en nuevas especies, para prolongar el proceso vital. Una forma de vida que conocemos en su condición de fósil, una huella que persiste a pesar de las transformaciones del mundo propio.
La novela trascurre por todos los espacios que constituyen el poder delimitador de nuestras vidas: la escuela, la clínica (y la medicalización, en este caso oftalmológica), la cárcel, el barrio. También en sitios exóticos o marginales como una comuna o una violenta vecindad de inmigrantes en una ciudad francesa. Y entre sus constantes figuran los hechos vinculados a las tensiones que se generan en materia de clases sociales. De modo lapidario: “en México las clases sociales no le piden nada a las castas de la India” (p. 172).
Una parte especialmente instructiva es la de la solución de la abuela al problema de que a la narradora no le permitiesen jugar futbol en un club deportivo. En vez de apelar racionalmente a la igualdad de género ni a los derechos de las chicas, lo cual seguramente le habría ocasionado una furiosa negativa, apeló a la compasión: una anciana que vive un calvario y que prefiere pagar para que su nieta llena de energía pase su tiempo libre en una institución deportiva y no, en cambio, lo haga jugando en la calle con desconocidos. El éxito en la gestión fue inmediato. Pequeña alegoría de cómo funcionan la política y la sociedad en nuestras tierras.
Las peculiaridades biográficas le permiten a la narradora una convivencia universalista desde la infancia, ya sea en el paso geográfico que involucra el D.F. Cuernavaca, algunas ciudades norteamericanas y el sur de Francia, que le permiten convivir con gente de todos los continentes. Pero también en el paso de las generaciones, como la relación con la abuela que representa la mentalidad decimonónica o la madre que se quedó atorada en las contradicciones e inadaptaciones de la década de los setenta.
He ahí una palabra clave en esta historia que nunca deja de ser interesante: adaptarse, ya sea al mundo, a la vida, a la familia, a las amistades o a los amores. Pero sobre todo al propio cuerpo, en última instancia el verdadero protagonista en modificación permanente. Porque “el cuerpo en que nacimos no es el mismo en el que dejamos el mundo” (p. 196). La historia de las transformaciones de un cuerpo en una vida. Una autobiografía de las mutaciones personales.
Nettel, Guadalupe: El cuerpo en que nací, Anagrama, México, 2011, 196 págs.

El cosmos perdido

Jorge Cortés Ancona
El recuerdo de las condiciones ideológicas de los años setenta y cómo se fueron borrando en la apariencia exterior, pero dejando una fuerte huella de nostalgia en quienes las vivieron es el tema de “Cosmonauta”, de Daniel Espartaco Sánchez (Chihuahua, Chi., 1977), un libro compuesto de seis cuentos, unidos por un hilo conductor.
Con un tema similar, ya conocíamos del mismo autor otro libro de cuentos entrelazados, titulado “El error del milenio”, editado por la Universidad de Guanajuato en 2006. En dicha obra se mencionaba el problema de los activistas mexicanos que, a diferencia de los demás correligionarios latinoamericanos, tenían que entrenarse en países más o menos periféricos como Corea del Norte o Albania, y si le iba bien, Yugoslavia.
Los personajes de “Cosmonauta” tienen muchos elementos en común y dos de ellos aparecen como ejes del libro, que son Ilich y su madre Julia, en diversas edades. Todos, ya sea los niños, un adulto sesentón, los adultos jóvenes, están marcados por la vida setentera y esto aparece una y otra vez de distintos modos. El sentimiento de orfandad al retirarse de un hotel de paso, en el cruce de la frontera norte para ir de compras, el recuerdo de Yugoslavia y las falsas hazañas, la evocación del padre y de la familia, son los motivos y escenarios.
Las historias giran en torno a la vida cotidiana, pero con dos trasfondos que son las ideologías y los afectos cargados de ausencias. En cuanto a lo primero, es el reconocimiento velado del derrumbe de las certezas que definieron una parte de las vidas personales y familiares. Una caída que deja a todos a merced del consumismo, a vivir resignados ante la reafirmación de la propiedad privada y lejos de la inconclusa utopía de las viejas formas de solidaridad.
En cuanto a los afectos, aflora un sentido de estar incompleto, de que las distancias imponen diferencias entre los demás humanos. Que el encuentro con los otros siempre tendrá que cargar con sueños irrealizables y convicciones que sólo subsisten como recuerdos de infancia. Una flotación en el limbo del mundo contemporáneo, donde el fervor de los camaradas que enarbolan la bandera socialista aun en los días de muerte ya no constituye una manera de ser contestatario sino una extravagante forma de provocar molestias.
Cada narración está empapada de memoria, como una carga inevitable que acompaña cada acto de la vida presente. Es un paso entre décadas por un puente quebradizo, que a la vez nos hace pensar en la fragilidad de nuestro caótico mundo actual. Tal vez aquellas certezas y convicciones pudieron haber trazado un buen camino, pero se enmarañaron en sí mismos.
Con esta obra, Daniel Espartaco Sánchez obtuvo el Premio Nacional de Cuento “Agustín Yáñez” en 2009. Asimismo, ha ganado el Premio Nacional de Literatura “Gilberto Owen” en 2005 y el Premio Nacional de Narrativa Joven “María Luis Puga” en 2010.
Sánchez, Daniel Espartaco: “Cosmonauta”, Conaculta, Fondo Editorial Tierra Adentro No. 433, México, 2011, 82 págs.

Compilación de hechos notables

Jorge Cortés Ancona
Un entretenido y estimulante trabajo de compilación es el realizado por Antonio Novelo Medina, en su libro Leyendas, sucesos y cuentos de Yucatán, de reciente publicación en el que es posible conocer aspectos históricos y anecdóticos de Mérida y otros lugares del estado.
El libro incluye 35 leyendas, 17 sucesos (más el Himno Yucateco) y 4 cuentos, de diversos autores. Podemos encontrar escritos de notables figuras del siglo XIX como Fray Estanislao Carrillo y Crescencio Carrillo Ancona, a la vez que de varios de los forjadores de la cultura yucateca en el siglo XX ya fallecidos como Renán Irigoyen Rosado (autor de 20 de estos textos), Manuel Cirerol Sansores, Santiago Burgos Brito, Alfredo Barrera Vásquez, Luis Ramírez Aznar y Jaime Orosa Díaz, junto con Eduardo Aznar Di Bella, José Hernández Fajardo, Marcos de Chimay -que aparece como Marcos A. Novelo B. (Marcos de Chintok), pero que según aclaró el autor en la presentación corresponde a Marcos de Chimay- , Pedro F. Rivas, Álvaro Pavía Angulo, Eliécer Canul Ku, Roldán Peniche Barrera, Ricardo Molina, Russell Vallejo Sánchez y el propio don Antonio, además de dos seudónimos (Dr. Argos y Ángel Guerra), un texto de la enciclopedia “Yucatán en el tiempo” y algunos escritos anónimos.
Encontramos información sobre casas de Mérida (algunas penosamente desaparecidas), sobre esquinas y plazas, seres sobrenaturales, personajes populares y hechos históricos coloniales, decimonónicos y de la primera mitad del siglo XX. Como señala el autor en su escrito “A manera de prólogo”, se trata de escritos de difícil consulta por haber sido publicados en periódicos y revistas, o en libros de otros tiempos. Por ello, el conjunto nos da una idea de una amplia producción yucateca sobre temas históricos y dirigidos a un público general.
Esta línea temática se integra a una más amplia de nivel nacional, que es la colonialista, como vertiente de la Revolución Mexicana en su reivindicación mestiza. Por supuesto que el tema indigenista ha sido más notorio, pero no podemos olvidar que en México las obras narrativas, teatrales y poéticas colonialistas constituyen una parte interesante de la literatura nacional, con autores como Valle-Arizpe, Salado Álvarez, Jiménez Rueda, Genaro Estrada y Abreu Gómez en su primera época.
En tal línea temática se integran muchos de los textos de este libro, donde encontramos gran parte de todas esas historias que siempre son bienvenidas para ojos y oídos yucatecos de todas las generaciones. El repertorio genérico sigue varios de los modos favoritos dentro de la literatura de Yucatán: las leyendas, las tradiciones (derivadas de Ricardo Palma), las crónicas, las anécdotas a modo de cuentos, los hechos históricos procesados como textos ficticios y los ensayos que emplean recursos narrativos.
Es una manera de reconocer nuestra tierra, de mirar la historia desde su hacer de cada día, en la intimidad o en las calles. Miramos lo que se ha destruido y advierte de paso sobre aquello del presente que debemos conservar y valorar. Se aúnan los hechos ejecutados y las creencias, el cambio y la persistencia de las costumbres, la pervivencia del mundo maya y del mundo colonial en nuestros días.
Antonio Novelo trabaja en el Centro de Apoyo a la Investigación Histórica y es un apasionado divulgador de sus indagaciones y sus hallazgos. Ya nos ha brindado sus dos libros de fotografías, uno sobre Mérida y el otro sobre Yucatán, y ahora nos entrega esta compilación. En tiempos recientes ha venido publicando valiosos escritos acerca de hechos poco conocidos o indebidamente olvidados de nuestra tierra. Con una labor tesonera de todos los días contribuye a que acrecentemos nuestro conocimiento y nuestro amor a Yucatán.
Novelo Medina, Antonio (Compilador): Leyendas, sucesos y cuentos de Yucatán, Ayuntamiento de Mérida-SEGEY-Cultur, Mérida, 2012.

Comienza el eclipse

Jorge Cortés Ancona
La opresión política argentina de los años 60 y 70 ha dejado grandes secuelas, pero también zonas neblinosas. De ahí que el tema de la novela “Comienza el eclipse”, de Antonio Oviedo, se forme a base de recuerdos personales de diversa índole, enlazados por la indagación de los personajes acerca de una mujer asesinada durante el llamado Cordobazo, una rebelión popular ocurrida en Córdoba, Argentina, el 29 de mayo de 1969, que fue violentamente reprimida por el gobierno de esa época.
El narrador-personaje relata inicialmente las conversaciones con su amiga Elisa, con la que compartió distintos momentos de vida evocados a lo largo de la novela. Ella, que ha dejado inconclusos casi todos sus proyectos personales, tiene problemas para atender a su anciano padre residente en Rosario, lo cual sin embargo le permite el hallazgo de sus numerosos cuadernos sobre administración pública, en los que figura el dato de un sobre aparecido en 1975, justamente relativo a Silvia Z., la mujer asesinada.
El sobre contenía un título de propiedad a nombre de ella y la información de que había sido empleada administrativa en el mismo ministerio donde el padre de Elisa trabajaba. Este será el hilo conductor que enlace luego la secuencia de Elisa y su padre con la del viejo Lagos, y de éste a un fotógrafo de periódico de apellido Fontana, quienes irán aportando datos que dejan aun más dudas acerca de lo ocurrido.
La novela escrita en prosa límpida, bien cuidada, se basa en sobreentendidos y cierto laconismo en su aproximación a este conjunto de vidas frustradas, del cual forman parte tanto los personajes presentes como los ausentes, hijos todos de una misma época de lucha y represión, a pesar de su pertenencia a distintas generaciones. Vidas que no concretaron sus objetivos y que ocultan hechos de complicidad procurada o involuntaria, así como recuerdos de desconocidas ignominias como una matanza de gitanos en 1977, a manos de la dictadura militar, un crimen velado azarosamente por uno de los mayores terremotos sufridos en Argentina.
El narrador funge como un mirón, encontrando por azar en las calles cordobesas a los demás personajes de esta novela llena de conjeturas, mientras que las descripciones de lugares y pequeños hechos intensifican las sensaciones, en especial las olfativas y las acústicas (los chirridos, por ejemplo). Hay énfasis en cuestiones circunstanciales, a manera de recuerdos que aparecen de pronto y parecen no conducir a ningún lado en la historia, pero sí a reforzar la serie de vínculos que une a los personajes, como retazos que componen un todo.
Con sutileza, percibimos el modo en que la ilegalidad mantiene terrenos en la vida pública, como el garito clandestino que funciona bajo la complacencia policiaca y a donde acostumbra ir el viejo Lagos. Por una puerta oculta por plantas en una pared posterior del garito es posible pasar hacia una ominosa casa oscura y abandonada, que es casi la metáfora de una época y un país. Por otro lado, una de las historias reiteradas es la de una mujer de belleza declinante que cada vez que aparece en la novela lo hace en relación al viejo Lagos, de una manera sospechosa. En su momento entenderemos que la casa de éste sirve de punto de encuentro de ella con sus acompañantes.
Los personajes se mueven en una atmósfera desolada, con sombras que cubren su personalidad. Sus acciones los evidencian como seres en decadencia, desamparados y unidos por “el hilo invisible de las cosas truncas” tal cual ocurre en una escena hacia el final de la novela, en donde Lagos bebe un batido en un bar donde no hay más gente que dos empleados excesivamente pálidos y demacrados, así como una mujer en igual condición, que entra cuando él sale. Todo ese final parece un presagio de apagamiento vital, incluyendo el carro de caballo donde viajan cinco personas, con un farol de kerosén y elementos como bolsas de arpillera y un rebenque, símbolos de la persistencia de épocas pasadas en la actual.
Nos queda también el enigma de un hecho que vincula un elemento paratextual con el texto: el lugar a donde se dirige Lagos en un taxi está en la avenida Valparaíso kilómetro seis y medio, que resulta ser la dirección de Ferreyra Editor que aparece en el colofón del libro. Es decir, ¿como Don Quijote en la imprenta, Lagos se dirige al domicilio de quien editó el libro del cual es personaje ficticio? Esto se remarca con el hecho de que el colofón fue ubicado en página impar, justo frente a aquella donde concluye la novela.
Antonio Oviedo es autor de otros 16 libros de distintos géneros. Entre 1980 y 1988 dirigió la revista de literatura “Escrita”, es integrante del consejo de redacción da la revista mexicana “La Tempestad” y colabora en el periódico “La Voz del Interior”. Actualmente desempeña el cargo de Subdirector de Letras y Bibliotecas de la Provincia de Córdoba.
Oviedo, Antonio: Comienza el eclipse, Ferreyra Editor, Córdoba, Argentina, 2011, 115 págs.