jueves, 16 de julio de 2020

Silvia Madrid



                                       Jorge Cortés Ancona

A pesar de la importancia y diversidad de su trabajo en favor de las artes de Yucatán y México, Silvia Madrid fue siempre una presencia discreta a nivel público. Es muy amplia la cantidad de proyectos de artes visuales, de artes escénicas, editoriales y de otras disciplinas que generó o en los que participó a nivel regional, nacional e internacional.
Nacida en Argentina, pero radicada en nuestro país desde la década de 1970, sus tareas fueron diversas en la Ciudad de México, Tabasco, Quintana Roo y, en particular, en Yucatán así como en otros países. Cumplió funciones importantes en el proyecto turístico-cultural México Mágico, en Cancún, donde pudieron trabajar muchos artistas yucatecos de teatro, danza, música y artes visuales. En el Museo Fernando García Ponce-Macay y en la Fundación Cultural Macay su labor fue invaluable a lo largo de sus 26 años de existencia. Su fallecimiento ocurrido en Mérida en la madrugada del jueves 4 de junio de 2020 me ha llenado de consternación.
Aunque con una personalidad propia y una permanente voluntad de trabajo, formó parte de una familia dedicada a las labores culturales, pues sus padres se desempeñaron tanto en Argentina como en México en el campo de la museología, y su única hermana, políglota, ha cumplido distintas actividades académicas.
Cuántos favores le debimos tantos a Silvia, ella que siempre estaba dispuesta a brindar ayuda a todo lo que contribuyese a nuestro desarrollo cultural. Si no estaba en sus manos cumplir con lo solicitado, procuraba dar orientaciones para hacerlo posible. Ella se movió con eficiencia en una vasta zona que abarcaba la administración y la gestión cultural, aunque no siempre su crédito figurara. No tenía el envanecimiento de ostentarse en público sino de procurar que los proyectos culturales fructificaran.
Gran conocedora en materia museográfica y curatorial, coordinó numerosas exposiciones y actividades didácticas y de difusión, siempre bajo la idea de que el museo tenía el deber de vincularse de manera directa con la sociedad. Su visión era humanista, con énfasis en el respeto al ser humano, a la naturaleza y a la paz mundial. Una de sus tareas constantes y poco conocidas fue la de asesorar a los artistas visuales en relación a exposiciones o certámenes en otros países. Orientarlos en cuanto al modo de poder trasladar sus obras de modo seguro, económico y legal.
Cumplió una memorable labor docente a varios niveles, ya sea trabajando con niños o con artistas. Muchos la recordarán en sus clases en la licenciatura en Artes Visuales de la Facultad de Arquitectura de la UADY, donde era muy estimada por sus alumnos, a quienes acompañaba en sus proyectos académicos y personales así como en sus procesos de titulación.
En especial, debe considerarse su tarea como artista visual, con obras de escultura en cerámica –en parte, con influencia del arte popular mexicano al que tanto admiraba-, de collage y de fotografía, las cuales presentó en exposiciones individuales y colectivas. Una muestra representativa de su obra artística sería fundamental en un digno homenaje a su memoria.
Sin duda, Silvia Madrid ha sido una de las personas más productivas para la cultura de Yucatán, a pesar de que su nombre no alcanzaba la resonancia que merecía. Muy trabajadora y creativa, siempre activa en la penumbra, habrá que mantenerla luminosa en la memoria y hacer un recuento lo más exhaustivo posible de su legado.  
  

50 años de El obsceno pájaro de la noche



                                 Jorge Cortés Ancona

El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso, publicada originalmente en 1970, es una novela atípica dentro de la narrativa latinoamericana, a pesar de que integra muchos elementos característicos de la misma.
Novela muy original en su tema y estructura, pero deudora de la tradición realista de La Celestina, Quevedo y Pérez Galdós. También algo le debe a la tradición de los escritos sobre conventos. Por lo demás, integradora de mitos indígenas, de guiños literarios latinoamericanos (en un breve momento alguna descripción casi al estilo de García Márquez, en uno o dos pasajes reminiscencias de Carpentier y de Rulfo, también algo del subgénero de las tradiciones) así como de la narrativa fantástica inglesa y alemana.
La novela es coherente en su condición poliédrica a la vez que cerrada, dispuesta en giros de caracol. Narración que podríamos llamar enclaustrada en sus hechos y reiteraciones. Desde otra perspectiva, un laberinto que da pie a una indeterminación, como parte estructural en correspondencia con el espacio y el tiempo, además de la imbricación del escritor frustrado Humberto Peñaloza, que escribe partes de la misma novela.
Su ensamblaje realista, fantástico y de brujería integra como personajes a monjas, mendigos, locos, fenómenos, prostitutas y miembros de una aristocracia en decadencia. Por sus suplantaciones de personajes, dobles, döppelgangers, nahualismo, puede leerse en clave realista, alegórica, o en su literalidad integradora de lo fantástico.
Entre tantos motivos, se ponen de relieve las condiciones de la paternidad y la esterilidad, sobre todo en el vínculo de Jerónimo de Azcoitía con Boy, el hijo deforme, degeneración no deseada, que se corresponde con la degeneración de la clase aristocrática. Asimismo, es antecedente de la moda narrativa actual acerca de la monstruosidad y la deformación humana así como de las operaciones que transforman al ser humano.
Mitos mapuches se integran al relato general, pero de modo espontáneo, natural, sin alardes ni intenciones indigenistas o reivindicativas y más bien como parte de la cultura mestiza chilena. La cultura popular se hace presente en la pasión de Iris Mateluna por el Gigante, en realidad cualquier hombre metido en una cabeza publicitaria (o botarga, como le llamamos en México), por su afición a que le lean las novelas de Corín Tellado y los comics debido a su analfabetismo o por sentirse identificada con una estrella de cine y pedir que la llamen Gina.
Igualmente, alegoría intemporal de la decadencia de un viejo orden político y social, de una oligarquía donde se alían la Iglesia y el poder político, como se ve en las maniobras del padre Clemente y del padre Araoz, en la represión moral y sexual y en la manipulación histórica de las genealogías a través de la invención de una santa conveniente para el rancio prestigio familiar.
No obstante haberse reeditado a lo largo de 50 años El obsceno pájaro de la noche no ha sido una novela popular, tan resonante como otras de los tiempos del boom latinoamericano, a pesar de sus virtudes literarias, de sus temas peculiares y de su llamativo título proveniente de una cita de Henry James incluida como epígrafe. Sin embargo, es una obra tan obsesiva y tan inusual que su proceso de escritura llegó a producir graves daños en la salud de José Donoso.

Un prólogo de vida



                                                    Jorge Cortés Ancona

Uno de los libros más bellos que se hayan escrito en Yucatán es Prólogo de Últimos rezagos líricos,  de José Inés Novelo. Un libro poco leído no sólo por haber sido publicado en 1954 en edición de autor sino por lo engañoso de su título, que no expresa el verdadero contenido de la obra. Un prólogo que en realidad son las memorias de infancia del autor, contadas para explicar el porqué de su vocación poética, por lo cual, lo que se plantea desde el título como paratexto –un prólogo, en este caso a un poemario- constituye en realidad un texto narrativo de más de 200 páginas, que a su vez cuenta con un prólogo de dos páginas.
Este relato de vida, que va más o menos de 1878 a 1881, se centra en los primeros años de José Inés Novelo en Valladolid, su ciudad natal, hasta su llegada a la ciudad de Mérida, que es también su llegada a la pubertad. Con partes que tienen sabor de novela picaresca, esta es la historia de formación de un niño, que como se decía antes y sin decirlo él, era hijo natural. Sabemos de doña Conchita, su mamá, y de sus dos hermanitas, Cándida y Rosita,  quienes,  como el autor informa al principio, morirán de tuberculosis en la flor de la edad; tres mujeres a las que se aúna la entrañable Martina, o X’Tina, la criada maya de Chichimilá, y por las cuales el autor debe velar al ser el único varón de la familia.
Una infancia de pobreza, donde José Inés, que ya concluyó el ciclo normal de estudios de la época y aspira a estudiar en Mérida, ya sea en la recién creada Escuela Normal o en el Instituto Literario, se ve obligado a buscar trabajo desde los diez años de edad, empleado como agente de comercio que desde el amanecer adquiere la cera y el crudillo de venado que los campesinos y cazadores le venden en las afueras, en uno de los accesos a la ciudad, para que él a su vez se los revenda a don Juan Bautista Mena. En algún momento detendrá temporalmente esta actividad para acompañar a don Tula, otro patrón a la feria de Tizimín en el manejo de la ruleta y donde tendrá respetables ingresos fijos y porcentuales. Es una historia de trabajo y ahorros, de acumulación de capital a pequeña escala, para sacar adelante a su familia.
El libro también destaca por el modo en que se desarrollaba la vida económica, política e intelectual de una población de fines del siglo XIX, donde un grupo de notables (el “Aréopago”) se reunía en el corredor de una casa familiar (y que hoy es la Casa de la Cultura de Valladolid) para tratar los asuntos de interés de la comunidad. Uno de ellos será contribuir a que el niño José Inés pueda cumplir su anhelo de estudiar en Mérida y obtener un título profesional. Cada uno contribuye en hechos que ahora llamaríamos de gestión, administración y asesoría, velando con honradez e interés colectivo por el bienestar de esta familia pobre. Un grupo de notables que en su versión ampliada incluía a los terratenientes, comerciantes, profesores, médicos e incluso al sacerdote. Lo que se nos cuenta por tanto es un modo individual de salir adelante y una forma de organización colectiva para brindar apoyo a personas con méritos.
Al final, se narra el difícil trayecto de Valladolid a Mérida en carruaje, donde ocurren sucesos que a fin de cuentas contribuyen a templar su carácter, como haber sido víctima de la borrachera del auriga, episodio contado con cierta ambigüedad. Con nuevos conductores del carruaje, el destino final es la esquina de El Elefante, donde recibirá alojamiento y dará los primeros pasos de una nueva etapa de su vida. 
Estas memorias también incluyen descripciones o menciones de prácticas culturales como la gastronomía (hay unos elogios a ciertas frutas y a los guisos de la nana maya que nos hacen agua la boca), juegos y excursiones. En dos casos ocurren sucesos que encajan en lo que años después se llamaría realismo mágico: uno es el misterioso pedrusco calizo que llega rodando hasta José Inés, a medianoche cuando está estudiando solo en un salón y que dejará una raya en el piso que el conserje tendrá que borrar con agua y una jerga al amanecer. Para el niño, se trata de una muestra de agradecimiento de su amigo Aurelio Iturralde desde el más allá por haber dedicado su primer soneto a su prematura muerte. El otro caso es la prodigiosa descripción de la visita a un cenote donde un enorme árbol se sostiene con las raíces en el aire.
Libro de prosa límpida, agradable y ameno, que permite ver modos de vida de otro tiempo, formas de actuar solidarias de la familia y de la comunidad y la formación de un “self-made man” yucateco, cuya carencia de padre es compensada por su padrino y los notables de Valladolid. Biografía del amanecer de vida de quien llegaría a ser parte importante de la vida literaria, educativa, periodística y política de Yucatán. Valdría la pena que se digitalice este libro para que esté al alcance del público. 

  

Un poema suelto de Carlos Moreno Medina



          Jorge Cortés Ancona

Allá por 1965, el poeta Carlos Moreno Medina hablaba de una extraña dolencia que le había afectado: la neuritis, que le dificultaba tragar. En una serie de artículos titulados “Historia verdadera de la conquista y extirpación de un tigre”, publicados el 2 y 9 de abril de 1965 en el Diario del Sureste fue explicando su conflictiva relación personal con las enfermedades. El tratamiento para la cura, tras un examen minucioso, estuvo a cargo del doctor Carlos Castilla Centeno:
“Después de una amplia, detenida y concienzuda exploración por toda mi geografía de garganta y oídos, el doctor me dijo un nombre bello: Neuritis. Hay veces que los médicos dicen cosas fantásticas a sus pacientes. No es que no tengan razón, que no sea cierto lo que dicen, sino que a veces lo que explican no alcanza al razonamiento la común o general de las gentes. En esto los médicos se parecen a los poetas. Decirme a mí, que  al tragar el agua o la saliva, al respirar, sentía en la garganta que se me escocía ardida una llaga, que no tenía nada, que sólo  eran los nervios, es lógico que me fuera difícil el creerlo”.
Fue necesario que siguiera obedientemente el tratamiento, aun en contra de su fobia a los médicos, derivada entre otras razones de una escrófula en la ingle que a los once años de edad tuvieron que quemarle, atado de pies y manos, con nitrato de plata. Sus visitas al consultorio dieron lugar a una imagen fija que lo relajaba de sus miedos:
“El salón de consultas del doctor Castilla Centeno, acusa la atención de atenuar el impacto que causa el mirar el cuantioso instrumental que posee. A un lado de la silla, un hermoso barco, de medio metro poco más o menos llevando todas sus luces encendidas navega detenido sobre el techo de un armario el cual le sirve de repisa. Diseminados por las paredes, símbolo del mar: caracoles especies variadas de peces de colores, timones y anclas, delatan la afinidad marina del médico”.
Ese barco habría de volverse un leitmotiv de un poema en versos semilibres (con base de heptasílabos y endecasílabos), titulado “Cuando se emprende un viaje”, dedicado al médico y que no figura en ninguno de sus poemarios ni en las compilaciones posteriores de su poesía. Para ese entonces ya sólo le faltaría publicar sus sonetos a Miguel Hidalgo, con los cuales ganó en 1970 los Novenos Juegos Florales de Yucatán y Segundos de Espita, organizados por la Sociedad Progreso y Recreo de Espita, con motivo del centenario de su fundación.
La edición del suplemento del diario del Diario del Sureste presenta la omisión de una palabra (¿médico, cirujano, miedo, bisturí,escalpelo…?) en el segundo grupo de versos e hicimos unas pocas correcciones de puntuación.
Vaya pues esta recuperación en homenaje al poeta Moreno Medina, del cual el pasado 14 de febrero, se cumplió un aniversario luctuoso, y para el recientemente fallecido Dr. Castillo Centeno, médico sabio y trabajador, por quien mi padre, condiscípulo suyo en la Facultad de Medicina, siempre manifestó admiración y afecto.

          Cuando se emprende un viaje
                                       
                                         Carlos Moreno Medina

                     Al Dr. Carlos Castilla Centeno,
                        con profundo agradecimiento por su mano sabia
                        que me alejó de las sombras.
                                                        C.M.M.



Cuando se emprende un viaje,
de horizonte sombrío, luna negra y estrella destruida;
un viaje,
con calles abandonadas, faroles enmohecidos y muros de ceniza, 
queda en suspenso el alma.

Cuando cuchillos y alfileres, mortajas y sepulcros aparecen;
cuando por un aire oscuro asoma la cabeza el […]
y opacos algodones van llegando
entre la niebla fría que desnuda al paisaje,
queda en suspenso el alma.

Y cuando viajamos en un barco negro
sobre un mar que es inmenso, profundo, silencioso,
como el mar de la muerte;
cuando viajamos en un barco negro, deshabitado, oscuro,
sin gaviotas, ni velas, ni hélices mariposas,
queda en suspenso el alma.

Cuando yo, cuando uno, cuando el yo más mío
abraza a su tristeza contenida,
y los pasos, estos pasos que andan por abajo y por arriba,
-casi desde la infancia-, y tropiezan con este del ayer cementerio,
los vidrios destrozados, trapos de la pobreza que viajan desde lejos,  
latas enmohecidas y ladrillos ya muertos,
queda en suspenso el alma.

Cuando se viaja con la luna de espaldas,
entre el silencio de la sombra que crece
ante un sol ya difunto;
cuando en ese momento no salimos gritando,
no podemos gritar con toda nuestra fuerza,
gritar con furia, cólera, miedo, coraje y odio,
llorando la impotencia,
queda en suspenso el alma.

Cuando se llega al sitio donde el dolor despierta
y se abren los nervios desentumiendo al grito;
esta flor de los nervios en la piel de mis dedos,
moviéndome, girándome,
mostrando a sol y luna que soy muy diminuto;
cuando se abre el grito,
queda en suspenso el alma.                                             

Cuando la carne viaja entre agujas y yodos,
entre algodones blancos y blancos tafetanes
y llegan las tijeras con el humo,
se está y no se está, ni en la tierra, ni en el cielo;
ni siquiera en sí mismo. 

Sanatorio “La Cruz Blanca”. Mérida, Yuc.., marzo 25 de 1965.    

       (Publicado en el Diario del Sureste, suplemento cultural, domingo 4 de abril de 1965, pág. 2).
      





Un poema juvenil de López Trujillo



                                                  Jorge Cortés Ancona
Clemente López Trujillo (1905-1981) fue autor de una obra poética cuidadosa, sugerente, plena de imágenes con una diversidad temática: intimismo, naturaleza, amor, amistad, solidaridad social y política, admiración literaria. Poesía amable, transparente y a la vez susceptible de diversas interpretaciones, es de lo más logrado que se ha hecho en Yucatán y merecedora de una mayor proyección más allá del tiempo y los límites geográficos. 
Dentro de la mezquindad con que se trata a los artistas y escritores de Yucatán en cuanto al reconocimiento urbano, es de los pocos nacidos en el siglo XX al que se ha dedicado un sitio público municipal: una plazuela en la cuchilla que forman las calles 42 y 42 A x 79 del centro, donde una placa colocada en un pilar en plano inclinado incluye su nombre con el agregado de El Venado, como supongo que lo llamaban algunos de sus amigos.  
El eje de su obra lo forman “Feria de frutas y otros poemas” (1932), “El venado” y “Te amo en tres palabras” (ambos de 1940), todos ellos relevantes y con valor en sí mismos en su materialidad editorial, en especial el segundo, ilustrado con grabados de Pancho Vázquez. Su obra fue reunida en una edición de 1978 a cargo de la desaparecida empresa Komesa y una ampliada, de la UADY y con un estudio previo de Rubén Reyes Ramírez, en 1997, incluyendo poemas dispersos en publicaciones hemerográficas o inéditos.
Si su libro “Feria de frutas y otros poemas” es juvenil por los 27 años de edad del autor pero plenamente maduro en su expresión, debe señalarse un antecedente no incluido en estas compilaciones, un soneto publicado cuando contaba con 16 años de edad y publicado en “Ariel. Revista anual ilustrada de literatura y arte” en la página 14 de su edición de 1 de enero de 1922. Una revista de poca duración que tuvo como director a Miguel Manzano Moreno y como administrador a Antonio Trujillo Domínguez.
Es un soneto donde el hablante lírico se dirige en términos de ensoñación a una mujer a la que se ama en sueños, en un ambiente en blanco y negro, con imágenes de flores y un trasfondo de tristeza y alejamiento. La dicción es trabajosa, pero refleja una condición amorosa propia de la adolescencia.
Este poema permite ver esos pasos iniciales del poeta, como acercarnos a sus orígenes y ver esos primeros pasos titubeantes, que sin embargo ya anuncian a un poeta de voz propia, capaz de crear atmósferas emotivas en correspondencia con el entorno personal.

La fatiga de un adiós
                                        Para “Ariel”
Proyectóse en las sombras tu silueta
nimbada por un claro de la luna,
mientras que, melancólica, eras una 
rosa que florecía en la glorieta.

Bañaste mis deliquios de poeta 
con una tenue laxitud moruna,
deshojando tu porte en mi fortuna 
un gran desmayamiento  de violeta.

Deslizóse un adiós… y en mi desvelo 
se alzaba la fatiga de un pañuelo,
por entre las penumbras y barrancas.

Se adormía la vida en tus ojeras…
Y, yo, loco de amor y de quimeras
soñé en ingenuas sensaciones blancas.

       Mérida, 1921.


Un poema recuperado de Wenceslao Alpuche



                                                      Jorge Cortés Ancona
Aunque fue un poeta de obra breve, la poesía de Wenceslao Alpuche (Tihosuco, 1804-Tekax, 1841) abarca temas diversos y aspectos dignos de remarcarse. 
La primera edición de sus “Poesías, seguidas de una noticia biográfica y algunas observaciones”, de Alpuche se hizo en 1842, en la Imprenta de  L. Seguí, con una noticia biográfica de Vicente Calero Quintana. Antes se había publicado un prospecto al cuidado de Justo Sierra O’Reilly en el que se anunciaba esta próxima edición con el fin de “dar a luz todo lo que contribuya a su buena reputación literaria (…). Tal vez al empeño que se ha tenido en indagar y recoger las producciones del Sr. Alpuche, se habrán ocultado algunas de las que, sin duda, ocuparían un lugar preferente en esta colección que va a imprimirse”.
Se hizo una nueva edición de la obra con el mismo título y contenido en 1887, a cargo de Pastor Urcelay, y una edición más reciente en 1995 a cargo de Rubén Reyes Ramírez, dentro de la colección La Huella del Viento, de la UADY, sin incluir la noticia biográfica pero sí una contextualización histórico-biográfica del poeta de Tihosuco. En esos dos últimos casos las composiciones y el orden son los mismos que señaló Calero Quintana: poesías patrióticas, poesías eróticas y poesías de otro género.
Arturo Taracena en su libro De la nostalgia por la memoria a la memoria nostálgica (Cephcis UNAM, 2010) sugiere que quizá hubo poemas que no se incluyeron en la compilación póstuma, debido a que la forma de organización interna de la antología fue concebida por Calero Quintana evitando “cuestionar el estatus de México como nación. En su papel de editor, consideró que estaba obligado a ‘desnudarla de toda idea que contribuya a hacer odioso el nombre del otro’. En pocas palabras, había suprimido algunos de sus versos. ¿Cuáles? Posiblemente, nunca lo sabremos”.
Como ya se preveía en el prospecto de Sierra, hubo composiciones que quedaron inéditas y a las ediciones de las poesías de Wenceslao Alpuche habrá que agregar en lo futuro un poema más, titulado “A un personaje”. Este texto aparece como “Composición inédita de D. Wenceslao Alpuche” en la página 286 de Mosaico. Periódico de la Academia de Ciencias y Literatura de Mérida de Yucatán, Tomo I, tercera entrega, diciembre 10 de 1849, editado por Joaquín Castillo Peraza.
Aventuro, sin muchas bases realmente, la hipótesis de que el poema esté dedicado a Valentín Gómez Farías, exiliado en Nueva Orleans en 1835 por conflictos derivados de la política de Antonio López de Santa Anna, que también se vio obligado a salir del país. Gómez Farías regresó a México en 1838, bajo el gobierno de Anastasio Bustamante, aunque al poco tiempo tuvo que exiliarse de nuevo, luego de ser aprehendido acusado de conspiración.
Cabe señalar que tal vez en el lapso en que Gómez Farías estuvo de regreso en México antes de ser apresado, Alpuche haya tenido una reacción visceral que lo llevó a escribir este poema donde se percibe el enojo, pensando en que se había alineado políticamente con Bustamante o con López de Santa Anna, que no gozó de buena reputación en Yucatán y cuyas decisiones políticas provocaron que el estado se separase temporalmente del resto del país.
Es probable que por su condición de invectiva política este poema no haya sido incluido en la compilación original, pero aquí lo ponemos de relieve 170 años después de haberse publicado. A diferencia de cómo aparece publicado en Mosaico, actualizamos la ortografía, presentamos los primeros versos en minúscula conforme corresponda a la continuidad de las frases y separamos la composición haciendo explícita su distribución estrófica, en este caso liras.

A un personaje
Cuando la patria amada 
temiendo que a tu nombre la devaste
una facción airada,
dócil abandonaste, 
y en sus aras su bien sacrificaste,

en ti un Catón severo 
el angustiado Anáhuac divisaba, 
y el universo entero
que tu acción contemplaba 
sublime, en tu destierro te admiraba.

Mas hoy, que el llamamiento 
¡oh mengua! obsequias del atroz tirano
que te lanzó sangriento
del suelo mexicano 
que debieras regir con justa mano,

y vuelas presuroso 
sin que tu propio pundonor lo estorbe 
a darle el cetro odioso 
que a la nación encorve,
ya no te admira, te desprecia el orbe.                                                                                           

viernes, 3 de julio de 2020

Dos antecedentes de Alejo Carpentier



                                                      Jorge Cortés Ancona

A menudo, los escritores retoman hechos cotidianos y los transforman con sentido más amplio. Las fuentes de esos hechos a veces son muy simples pero las interpretaciones de esa reelaboración pueden conducir a nuevas formas de conocimiento.
Pienso al respecto en dos antecedentes de imágenes u opiniones representativas de Alejo Carpentier en su novela “Los pasos perdidos”, de 1953, que se han extendido a otras obras. Esa novela presenta una diversidad de significaciones antropológicas, sociológicas, históricas y artísticas con un impecable estilo, por lo cual es una de las pautas mayores de la literatura hispanoamericana.
Una de esas referencias tiene un origen demasiado cotidiano y la otra es una opinión generalizada por el escritor cubano. La primera tiene que ver con el nombre de una taguara o taberna en un pueblo de la selva venezolana y que es mencionada tres veces en la novela, la primera de ellas al final de un capítulo donde se remarca su significado simbólico: “En mi boca demoraba el sabor avellanado del aguardiente de agave que acababa de probar con deleite en la taguara cuya enseña floreada ostentaba un nombre graciosamente absurdo: Los Recuerdos del Porvenir”.
 El nombre de esa taberna se retomará en la novela de Elena Garro publicada en 1963, con otras implicaciones simbólicas, algunas de ellas relacionadas con la guerra cristera de México y el mundo rural mexicano.  
Ese nombre paradójico parece una invención creativa, propia del humor caribeño o mexicano. Pero todo parece indicar que cuando menos hubo un caso real, tal como se expresa en una nota de la revista yucateca La Caricatura en noviembre de 1940, en la columna “Cosas de Radiolandia”, firmada por el seudónimo Rup. Luego de hacer un comentario negativo acerca del nombre de un programa radiofónico: Remembranzas de Antaño, que consideran una mayúscula redundancia dado que remembranza es sinónimo de recuerdo o memoria y por tanto del pasado, el columnista Rup menciona una excepción, indicando que “siempre y cuando no se quiera imitar al propietario de cierta tienda de abarrotes de Campeche, arrabalera por más señas, que denominó frescamente su establecimiento: ¡Recuerdos del Porvenir!”. 
No tendría nada de raro que ese antecedente campechano llegara a oídos de Carpentier, dada la cercanía geográfica y cultural entre la Península de Yucatán y Cuba.
La otra referencia se relaciona con un comentario que aparece en la misma novela. Y también tiene un antecedente de nuestro país, como puede verse en el libro “Viaje a México” de Paul Morand (de 1927 y edición mexicana de 1940, en traducción de Xavier Villaurrutia, reeditada en 2008 por la editorial Aldus). El hecho de que casi no se conozca en la actualidad a Paul Morand, tan famoso en otros tiempos, se debe en buena medida a su colaboracionismo con la invasión nazi a Francia. Su racismo explícito se puede notar en esta crónica de viaje cuando, luego de hablar de la condición siniestra de Ciudad Juárez  y celebrar que en México no dejen entrar a mujeres solas, propone la necesidad de impedir la migración y cerrar fronteras para Francia: nada con eslavos, semitas y latinos del sur; sí, en cambio, con celtas, sajones y germánicos. Después de concluida la guerra mundial fue de los escritores que vieron mermado su reconocimiento internacional.
En esa crónica de viaje menciona que un amigo francés relacionó una ejecución musical de indígenas mexicanos con “La consagración de la primavera”, lo cual queda como un antecedente de “Los pasos perdidos”, cuando el protagonista etno-musicólogo se refiere al indio piaroa que con su flauta le hace entender el tema inicial de esa pieza de Stravinski, episodio cargado de significación y que Carpentier volverá a mencionar en una entrevista de 1974.
Dice Morand: “cuando se escucha a estos indios es verdaderamente imposible no evocar la música rusa o, más exactamente, la música ruso-china. Uno de mis amigos, un francés, que conoce perfectamente a los indios de México y que ha anotado la mayoría de sus melodías, me decía que la primera vez que oyó a alguno de ellos, creyó estar escuchando Le Sacre du Printemps (La consagración de la primavera)”.
Queden estos dos antecedentes de pasajes muy conocidos de Carpentier, que supo reinterpretar dotándolos de nuevos sentidos en su novela “Los pasos perdidos”.