domingo, 3 de noviembre de 2013

"Ese tono del tiempo"



                                                              Jorge Cortés Ancona
“En cada hoja / que vuela por los aires desprendida / del árbol secular, cae una vida”, pasaje que representa lo que es la poesía y el mundo de Francisco A. de Icaza. No se ancla en la Historia, pero sí en el tiempo, sobre todo en su fugacidad.

Lejos de expresarse con angustia desbordada lo hace más bien con la tranquila reflexión ante esas sencillas manifestaciones de la vida como cuando mira hacia la infancia que juega y desconoce el sufrimiento del porvenir. En Icaza late una actitud ante la vida donde se valoran los hechos comunes. No falsea el amor, ni se exalta ante las circunstancias. No hay cambios bruscos ni en los temas ni en el estilo: a pesar del paso de los años, un mismo temperamento.

Poemas breves, algunos sumamente cortos. Endecasílabos y versos de arte menor; algunos alejandrinos. Unos pocos sonetos. En sus versos de levedad y distinción señoriales “no se siente el esfuerzo”, como decía Enrique Díez-Canedo. “El ritmo es implacable. Los versos están engarzados con tal arte, que no se advierten las junturas”, afirmaba Ramiro de Maeztu. Sus rimas tienen esa rara condición de estar imbuidas de silencio, aunque percibamos un ritmo sabiamente pausado que produce un sentimiento de armonía en nuestro ánimo de lectores.

Ese ritmo es dulce, sereno, sencillo. Evocador de ese sonido tan espiritual del agua que corre. Poesía fresca, cristalina, distante de un fervor religioso, aunque trasunta un equilibrio interior, una resignación ante el paso de la vida y el destino inexorable.

Abunda el color, porque el poeta ostenta un espíritu de pintor y de escultor. Por su sensación de la forma -modelador de líneas fluidas- hace de cada uno de sus poemas una pieza impecable, a manera de un ánfora refinada. Esa vocación plástica verbal habría de concretarse en su nieto Francisco Icaza, integrante del grupo humanístico de Los Interioristas, también llamado Nueva Presencia.

Poeta cristalino para el que no es que triste la nieve. “Lo fúnebre es la niebla”.   ¿De México? Una mención apenas a la bandera y el escudo nacionales, en un par de estrofas. Los suyo son los paisajes de ciudades y pueblos españoles, pero sobre todo los paisajes del alma.

Una breve composición suya: “Dale limosna, mujer, / que no hay en la vida nada / como la pena de ser / ciego en Granada”, está tan incorporada a la tradición popular que incluso en las grabaciones de varios autobuses turísticos de la mencionada ciudad andaluza ni siquiera se menciona su autoría.  (Como tampoco mencionan la existencia de la famosa canción que Agustín Lara dedicó a esa bellísima ciudad).

Hasta su cinismo es mesurado y pasa inadvertido. (“Quiéreme, que aunque es seguro / que mi amor no es casto y puro, / te he de querer mucho y bien. (…) Piensa de diverso modo; / mira que el amor es todo, / y amémonos bien los dos. / No hables de virtud cristiana, / que si te canso… mañana / podrás entregarte a Dios”).

Francisco Asís de Icaza nació en 1863 -hace 150 años- en la ciudad de México y murió en 1925 en Madrid. En vida se le reconoció como un insigne erudito, especialista en el Siglo de Oro. Una compilación amplia de sus poemas es la de Cancionero de la vida honda y de la emoción fugitiva, publicado en Madrid en 1928, libro organizado en diversas secciones, y que desde el inicio (“También el alma tiene lejanías”) hasta el final (“símbolo de mi vida / será mi corazón una zarza florida”) hace gala de una integridad lírica sin fisuras ni caídas. En verdad, muy poco se le ha reeditado.

"El héroe discreto"




Jorge Cortés Ancona

En su última novela, Mario Vargas Llosa parece concentrar la raíz de los problemas de violencia y corrupción en el seno de la propia familia. Esta postura ética se percibe dentro de la biografía de cada uno de los personajes. En principio es la historia de Felícito Yanaqué, hijo único de un padre analfabeto que trabajó toda la vida para permitirle cursar estudios básicos y, a la larga, desarrollar una mediana y próspera empresa transportista. Como parte de sus firmes decisiones, ha renunciado a su apellido materno, luego de que su madre abandonara al padre y a él mismo, sin que se volviera a saber de ella.

De su padre obtiene la enseñanza de que no hay que dejarse pisotear por nadie y será la importante herencia que le lega, luego de haber muerto en la pobreza y ser enterrado en una fosa común. La devoción filial de Felícito hacia su progenitor lleva implícito un orgullo por el parentesco de sangre. Casi una reminiscencia naturalista, pero quizá más bien una idea tradicional, de raigambre indígena, como lo es en buena medida Felícito, tal como se ve en sus actitudes, decisiones, fisonomía y apellido. 

En contraste, Gertrudis, su esposa, como sabremos en el transcurso de la novela, ha sido una víctima de la vileza de su madre, que la explotaba sexualmente y termina casándola con Felícito luego de quedar embarazada. El escaso trato con los hijos, empleados de la empresa paterna, revela las laxas condiciones de esta familia piurana.

De manera paralela, las historias de los limeños Ismael Carrera y Rigoberto también contrastan. El primero, viudo, es igualmente un hombre que logró desarrollar exitosamente una empresa de seguros, pero sus dos hijos, los mellizos Miki y Escobita, carecen de amor filial, de respeto. Son dos hienas que sólo esperan la muerte del anciano padre para rapiñar su fortuna. En cambio, Rigoberto (personaje de otras novelas de Vargas Llosa), casado en segundas nupcias con Lucrecia y ya jubilado, tiene un fuerte vínculo con su hijo, el ya quinceañero Fonchito, y a pesar de la diferencia de edad se preocupa sinceramente de lo que le ocurre para tratar de ayudarlo.

Los hábitos de trabajo fuerte, la honestidad, la eficiencia y la lealtad demostrada por los de la generación mayor (Felícito, Ismael, Rigoberto) tendrá diferentes consecuencias, según cada caso, en los hijos y en los empleados (la criada Armida, el chofer Narciso). Pareciera ser lo ocurrido con Latinoamérica: lo construido por las generaciones forjadoras es dilapidado por los descendientes parásitos, a causa de la indiferencia paternal que se conforma con satisfacer en exceso sus necesidades en lo material, sin reforzar otros tipos de vínculación.

El título de la novela alude a dos obras del jesuita Baltazar Gracián: “El héroe” y “El discreto”, pertenecientes a esa corriente tan denostada de la reflexión moral, pero tan arraigada en las literaturas de nuestro idioma. Una reflexión moral que ha tenido una vigencia en el paso de los siglos, desde el período barroco hasta la actualidad.

En la novela, la movilidad social resulta ser un producto de los propios méritos y no de la suerte. Las virtudes son recompensadas y las maldades y deslealtades irrevocablemente castigadas. No importa que se trate de la capital del país, Lima, o de una capital provinciana, Piura: los hechos son en el fondo similares. La manera de resolverlas tiene que ser drástica, rompiendo con todo sentimentalismo. Esa firmeza de carácter soluciona los males de las acciones torcidas y traicioneras. Ese es el sentido de discreto que tiene en la obra, como la manejaban en sus tiempos nuestros clásicos del Siglo de Oro.

Aparentemente –y en contra de los provocadores prejuicios irracionalistas, de voluntad destructiva, que corroen gran parte de la alta cultura- se trata de una posición moralizadora del autor. Pero es importante reconocer que la novela retoma muchas características de las telenovelas (los culebrones) latinoamericanas, con sus apropiaciones de mitos y cuentos (La Cenicienta, por ejemplo, en el matrimonio del millonario con su criada Armida, que es uno de los ejes de la novela, y que contrasta con otra secuencia, que es la de Felícito con su “casa chica”, donde mantiene a su adorada Mabel), lo cual indican explícitamente en la novela los propios personajes. Los comentarios que hacen éstos conllevan la idea de evaluar, de modo semejante a cómo se construye una representación de la sociedad a través de sus percepciones y opiniones.

Varios de estos personajes cuentan con pocos vínculos de verdadera amistad; seres solitarios, marginados, por diversas razones, como el chino Lou -que enseñó el arte del Qi Gong a Felícito-, Adelaida, Gertudris, Armida y el sargento Lituma.

El suspenso se dosifica con eficacia en esta novela, cuyas acciones se encadenan dentro de una lógica rigurosa, con una coherencia que hace verosímiles los desenlaces inesperados de algunas secuencias. Una prosa clara y precisa, que a pesar de los peruanismos (“churre” por “niño”, la expresión “che guá”, etc.), permite una lectura fluida, que no tiene estorbos a pesar de las ocasionales rupturas de la temporalidad –bien integradas- y del paralelismo de acciones.

En muchos momentos, se notan semejanzas con el mundo de García Márquez, sobre todo en la secuencia de Felícito –y, en especial, con los diálogos y andanzas del capitán Silva y el sargento Lituma-, además de sus toques de realismo mágico en la mulata vidente Adelaida y en las apariciones del enigmático Edilberto Torres a Fonchito, adolescente que busca en la religión respuestas a dudas vivenciales. Hay algunos guiños también a “La muerte de Artemio Cruz” de Carlos Fuentes. Y el mundo de Rigoberto tiene mucho de ambiente cortazariano. Como si Vargas Llosa, le rindiera tributo a sus compañeros del “boom”.    

Vargas Llosa, Mario: “El héroe discreto”, Alfaguara, México, 2013, 385 páginas.

domingo, 11 de agosto de 2013

La gran ciudad en un poema

                                                        Jorge Cortés Ancona

Las ciudades crecen y sus habitantes se van acoplando rutinariamente a ese crecimiento. Las proporciones aumentan de un modo casi imperceptible por el hecho de que nos automatizamos en la reiteración de los recorridos. Esto es aun más notorio en las grandes urbes, como la ciudad de México, aunque las proporciones de esta se fueron desbordando a un ritmo inesperado hasta saturarse.

Sin embargo, su condición ruidosa, cundida del incesante tránsito de peatones y automóviles, encarrilada en la velocidad contagiosa y en los riesgos de los percances callejeros ya se percibía desde muchas décadas atrás. Un poema fechado en 1930, de José Esquivel Pren, entonces un joven poeta y abogado meridano con algunos años de haberse instalado en la capital de la República, refleja la condición abrumadora de una urbe en crecimiento. El poema de sonoridad coloquial, con una versificación semilibre, con predominio de endecasílabos, y rimado en consonante, se titula “Metrópoli” y está dedicado a Gabriel Antonio Menéndez:

“Para sentirle el pulso a la balumba / de estas calles de urbe moderna / que salta, ronca y retumba / en nuestra carne interna, / me tomaré un tequila en la taberna / que me acelere la circulación. / Es preciso, para ir calle arriba, / tener la resistencia auditiva / del artillero que sirve el cañón”.

“Caminar atropelladamente, / estrujando el vía-crucis de la gente; / y vencer la impaciencia de los pies, / que quisieran tener la rapidez / temblorosa de la motocicleta / y una fuerza exclusiva que se irradie, / como si en toda la banqueta / no hubiera nadie…”.

“En la esquina nos paran todavía: / el rojo despotismo del tranvía / y el brazo en alto de la policía. / Atravesar es fuente de emoción / y, de pronto, la llanta de un camión / como descarga de fusilería…”.

            83 años después ese entorno vivido en el poema sigue vigente, sólo que en un grado mucho mayor. Las proporciones del ruido, del tránsito, de la velocidad, de las muchedumbres, han alcanzado dimensiones quizá impensables respecto a las de esa lejana década. Nuestra suposición es que la gran ciudad que vio Esquivel Pren, la cual tendría poco más de un millón de habitantes, debió ostentar una belleza encantadora, pintoresca en determinadas zonas, y si fuera posible retroceder en el tiempo para recorrerla nos embargaríamos de una felicidad preñada de nostalgias, de gratos olores, de un colorido pleno de positivas reacciones emocionales.

La megaurbe actual mantiene mucho de eso, aunque los bruscos contrastes y el nerviosismo colectivo se han incrementado. Más ruido, más gente, mayor velocidad, más riesgos… pero la grandiosa México sigue firme. Ha crecido desproporcionadamente, pero aún mantiene sus oasis, como la peatonal calle Madero y los centros históricos de Coyoacán y Tlalpan. Nuestro poeta yucateco, con buen humor, supo captar el pulso nervioso de la capital y plasmarlo animadamente en una estampa perdurable.    

martes, 19 de marzo de 2013

La poética de Chumacero

Una imagen amplia y coherente de la obra literaria y cultural de uno de los poetas más profundos de México se manifiesta en el libro En la orilla del silencio. Ensayos sobre Alí Chumacero.

Esta compilación de varios autores está organizada en cuatro partes y ocho textos: una presentación general, a cargo de Manuel Iris; la sección “Pensamiento olvidado”, de acercamientos biográficos como crítico y editor, a cargo de Ignacio M. Sánchez Prado e  Iván Trejo; “Diálogo con un retrato”, enfocada en las percepciones de la poética del autor, donde participan Lorena Ventura, Jorge Aguilera López y Eva Castañeda Barrera; y “La forma del vacío, dos interpretaciones temáticas provenientes de Marco Antonio Rodríguez Murillo y Agustín Abreu Cornelio. En síntesis: visión general, contexto, ideario poético y hermenéutica.

En este abordaje múltiple se rompe el mito de pobreza de la obra breve. Hay una idea de que vastos conjuntos permiten entender una trayectoria y generan mayor profundidad, pero como lo demuestra la literatura hispanoamericana, hay autores de escasos textos, a veces de uno solo y no necesariamente bien escrito, pero que han merecido ser estudiados por su aportación. Lo efectuado por Chumacero es una obra suficiente en la cual la palabra “rigor” es un lugar común para caracterizarla.

Manuel Iris analiza los valores de esta obra y hace referencia a los prejuicios, a la vez que sintetiza la conceptualización poética de los autores de este libro, consolidando la coherencia de la arquitectura de este libro. En los tres ensayos de “Diálogo con un retrato” se habla de Chumacero y a la vez se hace una reflexión acerca de la poesía en general. Se analiza la idea de “forma” que el autor ha hecho explícita en sus propios poemas y ensayos, e igualmente el hecho de la narratividad y de hablar de referentes comunes de situaciones domésticas, como reflexión que integra elementos esenciales y concluye en una imagen inamovible, detenida en el tiempo.

Lorena Ventura al hablar del último de los tres libros del poeta nayarita, indica que “exige la colaboración del lector para desentrañar un sentido que –de tan velado, de tan simbólico- tiende a perder toda relevancia para la existencia de los poemas como tales” (p. 46), y en gran medida este conjunto de ensayos contribuye a clarificar la significación de la poesía completa de Chumacero.

Entre esa aproximación clarificadora se hallan los hechos arquetípicos que se sitúan en una tradición y el recorrido implícito por sus incorporaciones poéticas, como señalan Rodríguez Murillo y Abreu Cornelio al tratar las fuentes del Infierno, de Dante así como el tema órfico y la asimilación de Rilke.  Consideran ante todo la forma del vacío en su complejidad y no el vacío de la forma, que en un retruécano vendría de buenas a primeras.

Nacidos entre 1978 y 1986, en un repaso de una generación hacia un poeta epónimo de otra, seis de estos ocho autores son también poetas que hacen uso de medios académicos sin perder su capacidad de comprensión lírica. Todos ellos hacen posible un libro lleno de inteligencia y de adentramiento en la poesía, además de demostrar respeto, voluntad de comprensión, admiración. Tienen conciencia clara del hecho lírico y del recurso metódico para lograr ensayos de base académica y no muestrarios metodológicos como ocurre en tantas compilaciones, a menudo caprichosas y parciales. Gracias a ello, han concretado una percepción integral de la obra del autor nayarita.

Además, trazan líneas para observar las percepciones del estilo y tema de poetas de la franja temporal en que se sitúa Chumacero y a futuro habrá que percibir afinidades, recurrencias, como un conjunto con contornos definidos, en poetas que con el tiempo se van pareciendo. Buscar los enlaces del poeta nayarita con Paz, Bonifaz Nuño e incluso con el Alfonso Reyes de Ifigenia cruel.

Como dato extra, recuerdo que en alguna entrevista Chumacero mencionó que escribía en promedio un poema al año. Si es que así fue, entonces desde 1956 hasta su muerte ocurrida en 2010 habría entonces unos cincuenta poemas más, suficientes para otro libro. ¿Existirán esos poemas?

Manuel Iris y otros: En la orilla del silencio. Ensayos sobre Alí Chumacero, Conaculta, Col. Tierra Adentro No. 462, México, 2012, 124 págs.

 

 
 




Popol Vuh en ballet

La cultura y la literatura maya han sido retomadas de muchas maneras por autores que han vivido dentro de la propia área geográfica o de otras latitudes. De ahí han derivado interpretaciones imaginativas procurando transportarlas a la época actual. La lista es amplia y abarca diversos géneros y países.

Una de las menos promisorias en su origen aunque no en sus resultados es el proyecto de ballet que culmina el relato “Vallejo”, del escritor nicaragüense Sergio Ramírez. Este texto de 1992-1993, incluido en el libro “Catalina y Catalina”, tiene un carácter autobiográfico, de la primera mitad de los años 70 cuando el autor vivía en Berlín con su familia. Un personaje locuaz y desaliñado, músico para más señas, de apellido Vallejo –peruano, con todo y el apellido poéticamente ilustre- llega a su vida para pedirle que le escriba un guión para un ballet basado en alguna cultura originaria de América.

Con la mirada resignadamente humorística que da la distancia ante este suceso, Ramírez cuenta los avatares de esa labor, los desengaños que sufre y la dificultad de emprender una tarea que nunca había realizado antes, para colmo con un tema que le era ajeno. Por distintos factores eligen el Popul Vuh, en la versión de Adrián Recinos. A causa de los azares verbales y asociaciones significativas, el Libro del Consejo deviene en Libro del Pueblo en inglés o en alemán: “People’s book, Volksbuch, Popol Vuh, libro del pueblo, libro popular, bromeé yo, bromeó él esa noche en el Renault al entregarle la edición de Recinos y el libreto; a lo mejor no descendíamos de los mongoles sino de los germanos; nuestras lenguas madres aparentaban estar emparentadas”

El resultado, sin embargo, es un texto titulado “El árbol de las cabezas (Resumen de un argumento dramático para ballet”, que sirve de colofón al divertido cuento testimonial. Su argumento gira en torno a los dos gemelos Huhnahpú e Ixbalanqué y los sufrimientos de sus hermanos y la lucha contra los dos gemelos malignos. Resumen muy preciso en su lectura, pero que deja dudas en su efectividad para adaptarse al ballet, ya que nunca se montó y sólo tuvo la revisión técnica del impredecible Vallejo.

Convertir en ámbito visible lo que se describe verbalmente es tarea difícil. El hábil narrador Ramírez debe describir escuetamente los dos niveles en que transcurre la historia: “Plataforma superior A: casa sin fachada, visible su interior; lateral der.: troje de maíz; al frente, campo de juego de pelota” y la “Plataforma inferior B: palacio sin fachada, con atrio, visible su interior; al frente, campo de juego de pelota; en el lateral izq., la casa de los tormentos”. También hace las acotaciones de rigor para luces, vestuario y trucos escénicos.

Pero de esta adaptación –como tal obligadamente sintética- es de remarcar su interpretación social, pensada en la tarea del pueblo para acabar con los tiranos. En esos años setenta, Ramírez, sin que lo mencione, tenía la opresiva referencia de la dictadura de Anastasio Somoza Debayle, y sin necesidad de mencionarlo hacia ahí va el mensaje final de este proyecto de ballet.

Luego del engaño que emplean para cortarles la cabeza a los dos tiranos “la comparsa de secuaces, los felinos carniceros y la comparsa de anunciadores de muerte, los búhos mensajeros, quieren ponerse en fuga. Pero el pueblo que llena el palacio, les copa todas las salidas, arrebatándoles sus lanzas y atravesándolos con ellas”

Hecha esta acción de establecimiento de la justicia y convertidos los gemelos buenos en el sol y la luna, “subieron también con ellos los miles de asesinados por los señores de Xibalbá, los despedazados en los caminos, los sacrificados, los atormentados, los enterrados vivos, todos los desaparecidos. Y así se volvieron compañeros de aquellos Hunahpú e Ixbalanqué y se convirtieron en las innumerables estrellas del cielo (…)”.

Interesante esta pervivencia del mito transportado a la realidad que laceraba a Latinoamérica en esa época. En la situación que vive ahora el pueblo mexicano no es para nada distante el sentido de la adaptación hecha por Sergio Ramírez.
Po

Una recuperación literaria

Así como pienso que la historia de la literatura mexicana debe ser reescrita desde el siglo XIX, procurando solventar con una rigurosa investigación y análisis minuciosos las malas interpretaciones, las omisiones, los saltos voluntarios e involuntarios, las negaciones injustas y sus errores, pienso que se requiere hacer un repaso claro y preciso de lo acontecido en la literatura de la Península de Yucatán de 200 años a la fecha como parte de un proceso cultural complejo que nos permita entendernos como sociedad en estos complicados tiempos.

Para ello se requiere de una tarea de conjunto y de una labor por períodos específicos así como por temas y autores de modo particular. Un trabajo en bloque y otros de manera más concreta, pero que se relacionen estrechamente entre sí. Por supuesto que gracias a las carreras relacionadas con la literatura y la lingüística se han logrado importantes avances en ese sentido. Y a este ejemplo de concreción corresponde el libro de Rosely E. Quijano León, titulado “Los olvidos de la literatura yucateca de principios del siglo XX: Pedro I. Pérez Piña”, publicado por la Secretaría de la Cultura y las Artes con apoyo del Conaculta.

En este libro conocemos la vida y obra de un médico y escritor yucateco, autor de una producción literaria que sólo ha sido publicada en parte, prácticamente sin reediciones. Es un escritor poco conocido, a pesar de que una de sus novelas, “Atavismo”, fue reconocida en España y se publicó en Barcelona por la editorial Cervantes, con prólogo de Pedro F. Rivas y portada de un diseñador gráfico español de nombre Arturo Ballester. En dicha portada, una pareja vestida a la moda de la época contempla la Pirámide de Kukulkán en Chichén Itzá.

Rosely Quijano realizó una amplia investigación documental así como de campo para construir la biografía y el contexto, procurando un enlace estrecho de ambos aspectos con la obra de Pérez Piña. Efectuó esta investigación para su tesis de licenciatura y ahora hace los ajustes necesarios a dicho trabajo académico a fin de que pueda ser un libro al alcance de todos. El texto es claro, con nutrida información y capacidad analítica. Además, se acompaña de un conjunto de fotografías relacionadas con la vida del escritor progreseño y de tablas que permiten conocer las producciones literarias de los escritores yucatecos de esos tiempos.

La autora se enfoca en presentarnos la biografía de Pérez Piña, considerando de igual manera el entorno social en que se desarrolló su obra y el contexto cultural de la época en Yucatán y en Progreso. De manera general, ese contexto incluye los grupos literarios y sus tertulias, las publicaciones que llegaban al puerto, las que se producían ahí mismo, el teatro que se desarrolló y diversiones públicas como el cine.   
A menudo la evaluación de una obra literaria se centra en la relación con su tiempo. Si se hallaba o no a la par o a la avanzada de las transformaciones de la literatura en períodos cronológicamente similares o cercanos. En el caso de Pérez Piña nos encontraríamos con una situación de diferencia, si tenemos como puntos de referencia las literaturas europeas y norteamericana donde se practicaban modos narrativos emparentados con la vanguardia, pues aún seguía los pasos de una tendencia de la cual sólo quedaban saldos y que es la del naturalismo derivado de Émile Zola. Este es un mero hecho comparativo, ya que cada región tiene su propio desarrollo cultural, con diferentes características y distintas preocupaciones. 

Lo importante es que Pérez Piña trata de entender situaciones de esta región y logra descripciones muy precisas de hechos y costumbres. Que también trata un tema muy raro en la literatura mexicana de esos tiempos y de varias décadas posteriores que es el de las drogas como problema social. Si ahora es un tema tratado hasta la saturación, en esos años de 1929-1930 era algo muy raro en la literatura mexicana.

En este 2013 en que conmemoramos el bicentenario de la llegada de la imprenta a Yucatán se hace necesario conocer  las producciones impresas que se han realizado en distintas poblaciones yucatecas y en este caso las de Progreso son de indudable importancia. Los proyectos efectuados por Pérez Piña con la revista Juventa junto con el hecho de aglutinar a literatos y cronistas de Progreso para animar la producción intelectual del puerto son muestra de un trabajo colectivo para la proyección social de la literatura.

Destaco el hecho de que don Pedro I. Pérez Piña fue tronco de una tradición cultural familiar que ya lleva cuatro generaciones y cuyas aportaciones son muy importantes para la literatura, el teatro y la música. La obra de la maestra Nilde Pérez de Palma, Wílberth Herrera y sus hijos Andrea, Pedro Carlos y Juan Roberto son las pruebas demostrativas.

Este libro de Rosely Quijano León debe motivar a la investigación acerca de otros escritores yucatecos de principios del siglo XX y de las demás épocas. Asimismo, constituir una pauta para valorar las propuestas culturales que se han generado en los municipios distintos a Mérida, en especial la amplia aportación hecha por el puerto de Progreso en sus poco más de 140 años de existencia. Necesitamos romper con el aplastante centralismo de Mérida y llenarnos de aire fresco asumiendo que también en otras zonas de Yucatán se ha hecho posible la construcción de esto que se llama cultura yucateca.

Esperamos pronto efectuar una presentación de este libro en Progreso y deseamos de todo corazón que esta investigación contribuya a fomentar el orgullo por las producciones culturales progreseñas y yucatecas. Que sea un aliciente para reconstruir nuestras historias regionales y municipales.

Quijano León, Rosely E.: “Los olvidos de la literatura yucateca de principios del siglo XX: Pedro I. Pérez Piña”, Secretaría de la Cultura y las Artes-Conaculta, Mérida, 2013, 163 págs.