viernes, 7 de agosto de 2009

Nueve tomas para El espejo, de Tarkovski

Jorge Cortés Ancona
Ha habido una concepción poética en la cinematografía y uno de los que mejor la han plasmado es el cineasta ruso Andrei Tarkovski. Sus películas están llenas de imágenes con una concentración tan poderosa como la de los haikús y los de otras formas rigurosamente sintéticas de la poesía.
Ahora que en el Teatro Mérida el ICY lleva a cabo una muestra con lo mejor de su filmografía, reproduzco a continuación una serie de nueve haikús que escribí a partir de algunas escenas de la película El espejo (1975). Estas minucias en verso no son siquiera un pálido reflejo de las mágicas imágenes que Tarkovski es capaz de hacer vivibles con su lente, su temple y su inteligencia.

Nueve tomas para El espejo, de Tarkovsky

1
Mujer fumando.
Los arbustos se mueven.
Se acerca un hombre

2
La palizada.
Niños sobre la hamaca.
Cae la valla.

3
En el incendio
contemplar es posible
el verde bosque.

4
Una mujer corriendo.
La lluvia arrecia.
Palabra oculta.

5
Del techo caen
breves trozos de vida
sobre papeles.

6
Guerra Civil
y una errata en el libro:
la mujer llora.

7
Pasión de muerte.
Nostalgia de otra vida.
España y Rusia.

8
Sola y con lágrimas,
la mujer en la ducha:
vuelve el incendio.

9
Vida en color,
recuerdo en blanco y negro
sobre el presente.

El hogar de los animales Ada

El tema del mundo femenino respecto al nacimiento, la maternidad y la muerte guía El hogar de los animales Ada, de la poeta española Yaiza Martínez. Es un libro que encarna una visión de la Naturaleza desde las fuerzas primigenias instintivas, de la familia y la camada, con el poder genésico no sólo natural sino en todos los aspectos de la vida.
El poemario se divide en tres partes. La primera se titula “La búsqueda y hermanos como ballenatos”. Al principio los vocablos relacionados con el parto cobran otros sentidos metafóricos que hacen ver el acto de dar a luz en una extensión del cuerpo materno, en una integración de vista y de sonidos, de una relación de adentro y afuera en movimiento. Así lo vemos en “Sólo así/ plúmbea/ por los instintos/ su voz le alumbra/ también/ señalando el camino”, en “Al hacerse matriz/ lo estrecho gotea hacia la nube/ infinita” y en “Y del giro brota el hijo/ tu palabra es hombre/ ceguera es presente”.
Se enuncia todo el proceso de vida como rupturas continuas, en una fragmentación que sin embargo es un todo. El nombrar hace posible en sacar a la luz, en crear, incluso la muerte. Esa creación es parte del tema del tejer, actividad asociada arquetípicamente con lo femenino, como se ve en el poema Arácnide, mientras que la confrontación entre el deseo engendrador que late siempre en el momento de un dar luz y la muerte al nacer (“Tu único sitio fue/ la ausencia de aire”) es más notorio en las cuatro partes del poema Arqueología de cuerpo.
La segunda parte se titula igual que el libro: El hogar de los animales Ada, dedicada a sus dos hijos “Samuel y Ada, racimos de oro”. La construcción de una arquetípica casa y el crecer de una familia se extiende en una proyección cósmica, adentrándose en lo esencial con una expresión escueta. Se vive otro nacimiento, como una renovada posibilidad de vida: “Apenas un año antes de que su regalo llegase/ con dedos de maíz y ojitos de vaca/ habíamos construido una casa// sin contrariar a la diosa/ temiendo su réplica”. Esa renovación de la vida es triunfo contra el Miedo: “y sin embargo,/ ya no temo el silencio del Edén// ya no busco la luz”. Porque en sus palabras se escucha un “susurro vital que es una música”.
La tercera parte se titula “El poema es la expiación”. El nombrar y el señalar son formas de ir hacia el otro, además de mirarlo, pero también de hacer una separación: “la cosa y su palabra/ sin rozarse/ los índices extendidos”. Con sus connotaciones religiosas, la nueva forma del padre se aúna al silencio de una expiación, del “dolor atragantado”, de un final con culpa. Entre las formas que albergan está la mirada que no quiere tener certezas: el poema es el cosmos.
Yaiza Martínez (Las Palmas de Gran Canaria, 1973) es autora de un poemario previo: Rumia Lilith (2001) y de la novela Las mujeres solubles (2007). Vivió y estudió en Madrid y reside actualmente en la ciudad de Cabra.
Martínez, Yaiza: El hogar de los animales Ada, Devenir-Poesía No. 207, Madrid, 2007, 76 pp.
Jorge Cortés Ancona

lunes, 16 de marzo de 2009

La música verbal de Luis Rosado Vega

Jorge Cortés Ancona
Hay onomatopeyas que saltan al oído de manera que podríamos llamar objetiva. Demasiado obvias, a pesar de que en última instancia son tan arbitrarias como cualquier otra onomatopeya. Sin embargo, un consenso receptor las da por válidas, como reproductoras de los sonidos.
No diría lo mismo, en cambio, de otras onomatopeyas más subjetivas. Los sonidos no equivalen a lo que evocan, pero algo, indefinible, incatalogable, nos hace sentir como vivo aquello que se menciona en el poema. Es el caso del poema Campanas, de Luis Rosado Vega.
Mi primer contacto con ese poema fue en un exageradamente maratónico certamen de declamación (68 participantes, en un solo día), en donde escucharlo fue uno de los momentos de mayor frescura de aquella prolongada pasarela. Tan fresco que le mereció a su púber intérprete uno de los tres primeros lugares.
Me parecía estar escuchando las campanas. No era el “talán, talán”, con que arbitrariamente expresamos el sonido en español, sino una rara combinación sintáctica (repeticiones y yuxtaposiciones) y fonética (vocales fuertes y eles) que me hace oír las campanas al vuelo: “Campanas, / clamorosas campanas de mi pueblo; / lejanas campanas, /¡Cómo parece que os estoy oyendo!”.
Pasada esta claridad sonora, el poema continúa volviendo opaco ese clamor de campanas: “Hay fiesta en mi pueblo; / las campanas lo dicen riendo, /lo gritan ufanas / con su vario son, / tocad recio, más recio, campanas /de mi corazón”.
Poema un poco extenso, de estilo modernista y a base de una narración muy lírica, donde el sonar de las campanas puede oírse en distintos registros emotivos: “Y entre tanto las locas campanas / ufanas seguía con su alegre son. / Reían, reían / como si riesen en mi corazón”.
Y es que Rosado Vega tuvo uno de los mejores oídos de nuestra poesía yucateca. Una música verbal que no requería de la música instrumental para hacer valer su sonoridad, pero que sin embargo es tan flexible que se adecua maravillosamente a aquélla. No en vano el chemaxeño es el poeta que pasa por todas las etapas forjadoras de nuestra trova yucateca, como han comentado los investigadores Enrique Martín y Álvaro Vega.
Su poema más conocido, que es el de la canción Peregrina, tiene una estructura rítmica que además de ser analizada en sí misma, debería serlo también en función de la música compuesta por Ricardo Palmerín. Peregrina sigue un esquema rítmico de cláusulas de cuatro sílabas (o de tres, pero con terminación en aguda), con acentos tónicos en la tercera sílaba: “Peregrína-de ojos cláros-y divínos- y mejíllas-encendídas-de arreból”. (Este esquema por cierto es el que inmortalizó José Asunción Silva en su más conocido Nocturno “Una nóche-toda lléna-de perfúmes,-de murmúllos-y de músi-- ca de álas”).
La conjunción de estas dos músicas -la verbal del poema y la que proviene del compositor- han potenciado la sensibilidad de esa canción que ha traspasado tiempos y fronteras.

Buenos días, camarada

Buenos días, camarada
Jorge Cortés Ancona
Una novela contada desde una mirada infantil, un recuerdo de vida donde los cambios se van dando de una manera imperceptible hasta que llegan a ser tan obvios que la sensación de pérdida obliga al recuento. Se trata de Buenos días, camarada, una novela del escritor Ondjaki, seudónimo que en una lengua angoleña significa “guerrero”.
La novela, escrita originalmente en portugués, se desarrolla en la Angola independiente, bajo el gobierno de Jose Edoardo Dos Santos y la oposición de Jonas Savimbi, cuando aún no había elecciones, el sistema alimentario se basaba en las cartillas de racionamiento y se contaba con educadores cubanos. Un niño, cuyo nombre no sabemos, relata en primera persona sus andanzas escolares y de juegos, resaltando los miedos y las observaciones respecto a las novedades que va viviendo de vista y de oídas.
Las comparaciones con el pasado colonial aparecen sobre todo a través de las palabras del camarada Antonio, el viejo criado que añora los tiempos bajo dominio portugués, que consideraba como de más orden. El niño, conforme a lo aprendido en la escuela, cree que ese pasado no podía ser mejor que la condición de independencia de su país. La comparación con el Portugal que conoce a través de las conversaciones con su tía Dada le hacen darse cuenta de que las realidades nacionales son distintas.
Las enseñanzas de los maestros cubanos, a quienes ven con admiración y a quienes habrán de extrañar a su partida son un referente de esa búsqueda ideal de la justicia social, de una lucha que las realidades económicas irán transformando. Como dice el protagonista: “Entonces también me di cuenta de que en un país, una cosa es el gobierno y otra cosa es el pueblo”.
El relato es fluido, suave, lleno de un lirismo propio de esa vida infantil donde el reconocimiento de la realidad se va dando gradualmente. Es inevitable, hablar de una novela de aprendizaje, en ese país africano que ve sus diferencias con los portugueses, los soviéticos y los cubanos. A éstos los ven con la admiración de verdaderos guerreros, pues como se dice en algún momento un angoleño probablemente no pelearía por la libertad de los cubanos, pero éstos sí lo hicieron por la libertad de los angoleños, con tanta valentía, al grado de que –según lo que este niño sabe- los sudafricanos huían antes de enfrentarse a ellos.
Es una Angola en tiempos de transición, que están formando el carácter de este chico. El contacto casero con las armas como las akás y las makarov (“Dibujar armas era normal, todo el mundo tenía pistolas en su casa o incluso akás”), los miedos como el que los estudiantes tienen hacia el Ataúd Vacío, esa fantasiosa banda de asesinos y violadores de maestras y alumnos -y cuya inquietud de que hayan llegado hace huir despavorida a toda una escuela- hablan por sí solos de lo que es crecer con los miedos a lo que no se conoce, con la experiencia de una realidad inventada con las palabras del poder.
Esta novela da pie para valorar distintas cosas como el aprendizaje obtenido con el contacto entre distintos pueblos y las condiciones de cambio de una sociedad. Con un tenue manejo de la ironía, sus gotas de humor y esa candidez que convive con la cruda realidad, tenemos una novela que nos hace pensar, por comparación, en nuestras propias sociedades latinoamericanas.
Los estereotipos del mundo africano quedan muy lejos. Lo que apreciamos en la lectura es la maestría de una narración que parece estar contando trivialidades pero que en el fondo son hechos que constituyen toda una lección de vida. El aprendizaje del niño es el mismo que nosotros tenemos guiados por su voz narrativa.
Ondjaki: Buenos días, camaradas, Almadía, Col. Mar Abierto Narrativa Contemporánea, Oaxaca, 2008, traducción de Ana Ma. García Iglesias.