Jorge Cortés Ancona
Una pregunta obligada para nuestra literatura yucateca: ¿por qué Roldán Peniche Barrera dio a conocer sus poemas tan tardíamente? Pregunta obligada luego de haber leído “Versos de luna negra” (2002) y “Entre el sudor y el tiempo” (2011), en los que percibimos la limpidez de una voz que comunica, que interpreta a modo de crónica lírica los acontecimientos surgidos a su paso y comparte sus visiones dentro de una verdad poética.
Poesía de habla directa, centrada en hechos comunes y con notorias influencias y ecos de Whitman y Borges, así como de la poesía conversacional de lengua inglesa y la mirada urbana de Efraín Huerta, Roldán Peniche nos ofrece raudas imágenes de la vida nocturna en ciudades norteamericanas donde estuvo de paso o residencia durante los diez años que vivió en Estados Unidos así como de lugares físicos y de la memoria que dejaron huella en su circunstancia vital.
Experiencias y percepciones, en las que mucho hay de caminante callejero, de “flâneur”. Temas de erotismo, de conciencia de sí mismo, de sensorialidad decantada. Un diálogo consigo mismo en el tiempo.
Su amplio interés literario y artístico universal se manifiesta lo mismo en los poemas que hacen referencia a otras latitudes, a poetas y pintores (De Chirico, Mondrian), a ritmos musicales como el jazz y la música sinfónica, a las ciudades de los antiguos mayas, a la Mérida actual, al mar. Los poemas están dispuestos a libertad, sin subdivisiones temáticas o de otra especie, a manera de fragmentos conjuntados en el escenario de la vida del mismo autor y enunciante lírico.
Qué campo fértil se habría formado en la poesía de Yucatán desde hace años, de haberse hecho notoria esta vertiente de coloquialismo, de poesía exteriorista, empleando el término de Ernesto Cardenal. Ya se había señalado un camino en “Poemas de sangre y amistad”, de Alberto Cervera Espejo (libro publicado en 1980), donde la poesía se expresa en tono de conversación acerca de personajes familiares y vivencias inmediatas, y bastante también se trazaba en “Los orígenes del fuego” (1981), de Roger Campos Munguía, así como en varios poemarios de Juan Duch Colell.
Qué despertares hubiera provocado una expresión como la del poema “De mis rastros en Nueva York”, que inicia diciendo que: “El sol arde en las calles / de este día de mayo de 1965. / Marcho a dos pasos de mi sombra / y certifico un ego de zarpas irritadas / y zapatos atroces / de putas y travestis, / del desgaste de muchachos dormidos de canabis / y subways serpenteando entre laberintos de jazz”.
¿En qué momentos de nuestra poesía yucateca se habló así? Con las palabras de todos los días, sin pudores ni arrogancias léxicas. Lejos de la ceremoniosidad ociosa, vacía de sentido en su recargamiento verbal, excreciones de esos “pequeños adalides a porfía / de sindéresis faltos, poca cosa” (“Soneto de medio pelo”), como si la poesía tuviera que ser por fuerza el lenguaje más incomprensible e inalcanzable, verba que no remite a nada.
En este poemario late una poesía enraizada en la vida, que nace de ella y se dirige también a ella. La poesía, el arte, como una experiencia vivida todos los días. Brote espontáneo, gozo, opinión implícita.
Ya el solo título del libro habla de su propósito de sacudirse prejuicios y mencionar algo que forma parte de la realidad inmediata de esta tierra y de todo ser humano, como es el hecho de sudar. Si la creación literaria es esfuerzo que hace transpirar como todo trabajo arduo y si los andares de nuestra vida yucateca transcurren en la agobiante humedad del cuerpo, es asombroso pensar que el sudor haya sido poco aludido en nuestras letras.
Larga vida a Roldán y a este poemario que integra simbólicamente dos elementos de distinta consistencia significativa como son el sudor y el tiempo, es decir, de lleno entre la materialidad humana y esa abstracción implacable que nos atenaza paso a paso.
Peniche Barrera, Roldán: “Entre el sudor y el tiempo”, Ayuntamiento de Mérida-Compañía Editorial de la Península, Mérida, 2011. 70 págs.
martes, 27 de marzo de 2012
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