Jorge Cortés Ancona
La opresión política argentina de los años 60 y 70 ha dejado grandes secuelas, pero también zonas neblinosas. De ahí que el tema de la novela “Comienza el eclipse”, de Antonio Oviedo, se forme a base de recuerdos personales de diversa índole, enlazados por la indagación de los personajes acerca de una mujer asesinada durante el llamado Cordobazo, una rebelión popular ocurrida en Córdoba, Argentina, el 29 de mayo de 1969, que fue violentamente reprimida por el gobierno de esa época.
El narrador-personaje relata inicialmente las conversaciones con su amiga Elisa, con la que compartió distintos momentos de vida evocados a lo largo de la novela. Ella, que ha dejado inconclusos casi todos sus proyectos personales, tiene problemas para atender a su anciano padre residente en Rosario, lo cual sin embargo le permite el hallazgo de sus numerosos cuadernos sobre administración pública, en los que figura el dato de un sobre aparecido en 1975, justamente relativo a Silvia Z., la mujer asesinada.
El sobre contenía un título de propiedad a nombre de ella y la información de que había sido empleada administrativa en el mismo ministerio donde el padre de Elisa trabajaba. Este será el hilo conductor que enlace luego la secuencia de Elisa y su padre con la del viejo Lagos, y de éste a un fotógrafo de periódico de apellido Fontana, quienes irán aportando datos que dejan aun más dudas acerca de lo ocurrido.
La novela escrita en prosa límpida, bien cuidada, se basa en sobreentendidos y cierto laconismo en su aproximación a este conjunto de vidas frustradas, del cual forman parte tanto los personajes presentes como los ausentes, hijos todos de una misma época de lucha y represión, a pesar de su pertenencia a distintas generaciones. Vidas que no concretaron sus objetivos y que ocultan hechos de complicidad procurada o involuntaria, así como recuerdos de desconocidas ignominias como una matanza de gitanos en 1977, a manos de la dictadura militar, un crimen velado azarosamente por uno de los mayores terremotos sufridos en Argentina.
El narrador funge como un mirón, encontrando por azar en las calles cordobesas a los demás personajes de esta novela llena de conjeturas, mientras que las descripciones de lugares y pequeños hechos intensifican las sensaciones, en especial las olfativas y las acústicas (los chirridos, por ejemplo). Hay énfasis en cuestiones circunstanciales, a manera de recuerdos que aparecen de pronto y parecen no conducir a ningún lado en la historia, pero sí a reforzar la serie de vínculos que une a los personajes, como retazos que componen un todo.
Con sutileza, percibimos el modo en que la ilegalidad mantiene terrenos en la vida pública, como el garito clandestino que funciona bajo la complacencia policiaca y a donde acostumbra ir el viejo Lagos. Por una puerta oculta por plantas en una pared posterior del garito es posible pasar hacia una ominosa casa oscura y abandonada, que es casi la metáfora de una época y un país. Por otro lado, una de las historias reiteradas es la de una mujer de belleza declinante que cada vez que aparece en la novela lo hace en relación al viejo Lagos, de una manera sospechosa. En su momento entenderemos que la casa de éste sirve de punto de encuentro de ella con sus acompañantes.
Los personajes se mueven en una atmósfera desolada, con sombras que cubren su personalidad. Sus acciones los evidencian como seres en decadencia, desamparados y unidos por “el hilo invisible de las cosas truncas” tal cual ocurre en una escena hacia el final de la novela, en donde Lagos bebe un batido en un bar donde no hay más gente que dos empleados excesivamente pálidos y demacrados, así como una mujer en igual condición, que entra cuando él sale. Todo ese final parece un presagio de apagamiento vital, incluyendo el carro de caballo donde viajan cinco personas, con un farol de kerosén y elementos como bolsas de arpillera y un rebenque, símbolos de la persistencia de épocas pasadas en la actual.
Nos queda también el enigma de un hecho que vincula un elemento paratextual con el texto: el lugar a donde se dirige Lagos en un taxi está en la avenida Valparaíso kilómetro seis y medio, que resulta ser la dirección de Ferreyra Editor que aparece en el colofón del libro. Es decir, ¿como Don Quijote en la imprenta, Lagos se dirige al domicilio de quien editó el libro del cual es personaje ficticio? Esto se remarca con el hecho de que el colofón fue ubicado en página impar, justo frente a aquella donde concluye la novela.
Antonio Oviedo es autor de otros 16 libros de distintos géneros. Entre 1980 y 1988 dirigió la revista de literatura “Escrita”, es integrante del consejo de redacción da la revista mexicana “La Tempestad” y colabora en el periódico “La Voz del Interior”. Actualmente desempeña el cargo de Subdirector de Letras y Bibliotecas de la Provincia de Córdoba.
Oviedo, Antonio: Comienza el eclipse, Ferreyra Editor, Córdoba, Argentina, 2011, 115 págs.
jueves, 22 de marzo de 2012
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