Jorge Cortés Ancona
La importancia estética de un libro no
sólo puede derivar de sus materiales, su composición editorial o sus
ilustraciones, sino también de una concepción tipográfica especial, acorde con
el tema de la obra. Una expresividad visual que remarque los escritos y que
incluso llegue a integrarse a ellos para conformar la obra.
En particular, esa
búsqueda se ha notado en las llamadas “plaquettes” o plaquetas, sobre todo de
poesía. Y aunque un poema es ante todo auditivo también puede ser objeto de una
contextura gráfica que agregue sentido a lo expresado con palabras. Es el caso
de “Esquema poético del mar”, breve
poemario de Carlos Moreno Medina, publicado originalmente en 1964 por Ediciones
Gotero, en Mérida, con ilustraciones de Emilio Vera y un tiraje de 500
ejemplares numerados, impresos en el resistente papel ledger.
Moreno Medina
manifiesta una voluntad de orden dentro de lo inestable en los títulos de sus
tres publicaciones iniciales: “Arquitectura de la sangre”, “Dimensión de la
nube” y “Esquema poético del mar”, donde las palabras “arquitectura”, “dimensión”
y “esquema” indican una condición espacial y de fijeza para contener aquello
que es inestable y en movimiento por naturaleza como son la sangre, la nube y
el mar. Esa integración de contrarios constituye una clave para comprender su
obra poética.
En este breve libro
de 32 páginas, incluyendo las de cortesía, se hace uso del recurso que la
invención de la imprenta justamente desplazó, que es el de la escritura a mano.
La caligrafía es un arte en sí mismo y forma parte de algunas piezas de artes
visuales, pero produce extrañeza encontrarla de manera tipográfica.
Conforme a lo que
indica su colofón, en “Esquema poético del mar” la caligrafía es descrita como
hecha como planchas sobre letras dibujadas por el artista Luis Bassó Dondé, una
escritura manuscrita que semeja un vaivén sobre el fondo crema de las hojas. La
letra nerviosa en que se presentan los poemas, tambaleante en las líneas,
expresa la inestabilidad del mar, como el flujo del oleaje. También muestra la
inquietud de ánimo de un poeta lleno de angustia, de desgarramiento interior,
como se percibe sobre todo en su primer poemario.
Los poemas se vuelven
objetos visuales, adquieren un sentido que refuerza las fluctuaciones del ánimo,
por lo cual su percepción a través de la lectura es distinta a la que se hace
con la tipografía convencional.
Además de Luis Bassó
Dondé, impresor y dibujante, el colofón le da crédito al formador Oscar H.
Moreno y al prensista José Alonzo. Una mención a los obreros regularmente
anónimos sin cuya intervención sería muy difícil lograr este tipo de
producciones culturales.
Se incluye también un
retrato del autor hecho por Bassó Dondé, donde el poeta vestido con saco y
corbata es visto en tres cuartos de perfil desde un punto de vista ligeramente
bajo, dejando ver su mirada perdida en la lejanía y una expresión de tristeza,
como fue casi siempre el temperamento suyo que han destacado los testimonios de
quienes lo conocieron,
Las ilustraciones de
Emilio Vera son estampas marinas en miniatura, que aparecen en la portada y al
inicio de cada parte así como en las páginas finales de la segunda y tercera
secciones. Su discreción da un toque de serenidad a la inestabilidad anímica y
caligráfica.
Esta peculiar
edición, limitada en su tiraje y lejana en el tiempo, podría difundirse por
medios electrónicos para hacer ver la creatividad y sentido estético de
nuestros impresores de generaciones pasadas.
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