Jorge Cortés Ancona
A menudo, los escritores retoman hechos
cotidianos y los transforman con sentido más amplio. Las fuentes de esos hechos
a veces son muy simples pero las interpretaciones de esa reelaboración pueden
conducir a nuevas formas de conocimiento.
Pienso al respecto en
dos antecedentes de imágenes u opiniones representativas de Alejo Carpentier en
su novela “Los pasos perdidos”, de 1953, que se han extendido a otras obras.
Esa novela presenta una diversidad de significaciones antropológicas,
sociológicas, históricas y artísticas con un impecable estilo, por lo cual es
una de las pautas mayores de la literatura hispanoamericana.
Una de esas
referencias tiene un origen demasiado cotidiano y la otra es una opinión
generalizada por el escritor cubano. La primera tiene que ver con el nombre de
una taguara o taberna en un pueblo de la selva venezolana y que es mencionada tres
veces en la novela, la primera de ellas al final de un capítulo donde se remarca
su significado simbólico: “En mi boca demoraba el sabor avellanado del
aguardiente de agave que acababa de probar con deleite en la taguara cuya
enseña floreada ostentaba un nombre graciosamente absurdo: Los Recuerdos del
Porvenir”.
El nombre de esa taberna se retomará en la
novela de Elena Garro publicada en 1963, con otras implicaciones simbólicas,
algunas de ellas relacionadas con la guerra cristera de México y el mundo rural
mexicano.
Ese nombre paradójico
parece una invención creativa, propia del humor caribeño o mexicano. Pero todo
parece indicar que cuando menos hubo un caso real, tal como se expresa en una
nota de la revista yucateca La Caricatura en noviembre de 1940, en la columna “Cosas
de Radiolandia”, firmada por el seudónimo Rup. Luego de hacer un comentario
negativo acerca del nombre de un programa radiofónico: Remembranzas de Antaño,
que consideran una mayúscula redundancia dado que remembranza es sinónimo de
recuerdo o memoria y por tanto del pasado, el columnista Rup menciona una
excepción, indicando que “siempre y cuando no se quiera imitar al propietario
de cierta tienda de abarrotes de Campeche, arrabalera por más señas, que
denominó frescamente su establecimiento: ¡Recuerdos del Porvenir!”.
No tendría nada de
raro que ese antecedente campechano llegara a oídos de Carpentier, dada la
cercanía geográfica y cultural entre la Península de Yucatán y Cuba.
La otra referencia se
relaciona con un comentario que aparece en la misma novela. Y también tiene un
antecedente de nuestro país, como puede verse en el libro “Viaje a México” de
Paul Morand (de 1927 y edición mexicana de 1940, en traducción de Xavier
Villaurrutia, reeditada en 2008 por la editorial Aldus). El hecho de que casi
no se conozca en la actualidad a Paul Morand, tan famoso en otros tiempos, se
debe en buena medida a su colaboracionismo con la invasión nazi a Francia. Su
racismo explícito se puede notar en esta crónica de viaje cuando, luego de
hablar de la condición siniestra de Ciudad Juárez y celebrar que en México no dejen entrar a
mujeres solas, propone la necesidad de impedir la migración y cerrar fronteras
para Francia: nada con eslavos, semitas y latinos del sur; sí, en cambio, con
celtas, sajones y germánicos. Después de concluida
la guerra mundial fue de los escritores que vieron mermado su reconocimiento
internacional.
En esa crónica de
viaje menciona que un amigo francés relacionó una ejecución musical de
indígenas mexicanos con “La consagración
de la primavera”, lo cual queda como un antecedente de “Los pasos perdidos”,
cuando el protagonista etno-musicólogo se refiere al indio piaroa que con su flauta
le hace entender el tema inicial de esa pieza de Stravinski, episodio cargado
de significación y que Carpentier volverá a mencionar en una entrevista de 1974.
Dice Morand: “cuando
se escucha a estos indios es verdaderamente imposible no evocar la música rusa
o, más exactamente, la música ruso-china. Uno de mis amigos, un francés, que
conoce perfectamente a los indios de México y que ha anotado la mayoría de sus
melodías, me decía que la primera vez que oyó a alguno de ellos, creyó estar
escuchando Le Sacre du Printemps (La consagración de la primavera)”.
Queden estos dos
antecedentes de pasajes muy conocidos de Carpentier, que supo reinterpretar
dotándolos de nuevos sentidos en su novela “Los pasos perdidos”.
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