Jorge
Cortés Ancona
Allá por 1965, el poeta Carlos Moreno Medina
hablaba de una extraña dolencia que le había afectado: la neuritis, que le
dificultaba tragar. En una serie de artículos titulados “Historia verdadera de
la conquista y extirpación de un tigre”, publicados el 2 y 9 de abril de 1965 en
el Diario del Sureste fue explicando
su conflictiva relación personal con las enfermedades. El tratamiento para la
cura, tras un examen minucioso, estuvo a cargo del doctor Carlos Castilla
Centeno:
“Después de una
amplia, detenida y concienzuda exploración por toda mi geografía de garganta y
oídos, el doctor me dijo un nombre bello: Neuritis. Hay veces que los médicos
dicen cosas fantásticas a sus pacientes. No es que no tengan razón, que no sea
cierto lo que dicen, sino que a veces lo que explican no alcanza al
razonamiento la común o general de las gentes. En esto los médicos se parecen a
los poetas. Decirme a mí, que al tragar
el agua o la saliva, al respirar, sentía en la garganta que se me escocía
ardida una llaga, que no tenía nada, que sólo
eran los nervios, es lógico que me fuera difícil el creerlo”.
Fue necesario que
siguiera obedientemente el tratamiento, aun en contra de su fobia a los
médicos, derivada entre otras razones de una escrófula en la ingle que a los
once años de edad tuvieron que quemarle, atado de pies y manos, con nitrato de
plata. Sus visitas al consultorio dieron lugar a una imagen fija que lo
relajaba de sus miedos:
“El salón de
consultas del doctor Castilla Centeno, acusa la atención de atenuar el impacto
que causa el mirar el cuantioso instrumental que posee. A un lado de la silla,
un hermoso barco, de medio metro poco más o menos llevando todas sus luces
encendidas navega detenido sobre el techo de un armario el cual le sirve de
repisa. Diseminados por las paredes, símbolo del mar: caracoles especies
variadas de peces de colores, timones y anclas, delatan la afinidad marina del
médico”.
Ese barco habría de
volverse un leitmotiv de un poema en versos semilibres (con base de
heptasílabos y endecasílabos), titulado “Cuando se emprende un viaje”, dedicado
al médico y que no figura en ninguno de sus poemarios ni en las compilaciones
posteriores de su poesía. Para ese entonces ya sólo le faltaría publicar sus
sonetos a Miguel Hidalgo, con los cuales ganó en 1970 los Novenos Juegos Florales de Yucatán y Segundos de Espita,
organizados por la Sociedad Progreso y Recreo de Espita, con motivo del
centenario de su fundación.
La edición del suplemento
del diario del Diario del Sureste
presenta la omisión de una palabra (¿médico, cirujano, miedo, bisturí,escalpelo…?)
en el segundo grupo de versos e hicimos unas pocas correcciones de puntuación.
Vaya pues esta
recuperación en homenaje al poeta Moreno Medina, del cual el pasado 14 de
febrero, se cumplió un aniversario luctuoso, y para el recientemente fallecido
Dr. Castillo Centeno, médico sabio y trabajador, por quien mi padre,
condiscípulo suyo en la Facultad de Medicina, siempre manifestó admiración y
afecto.
Cuando se emprende un viaje
Carlos Moreno Medina
Al
Dr. Carlos Castilla Centeno,
con
profundo agradecimiento por su mano sabia
que
me alejó de las sombras.
C.M.M.
Cuando
se emprende un viaje,
de
horizonte sombrío, luna negra y estrella destruida;
un
viaje,
con
calles abandonadas, faroles enmohecidos y muros de ceniza,
queda
en suspenso el alma.
Cuando
cuchillos y alfileres, mortajas y sepulcros aparecen;
cuando
por un aire oscuro asoma la cabeza el […]
y
opacos algodones van llegando
entre
la niebla fría que desnuda al paisaje,
queda
en suspenso el alma.
Y
cuando viajamos en un barco negro
sobre
un mar que es inmenso, profundo, silencioso,
como
el mar de la muerte;
cuando
viajamos en un barco negro, deshabitado, oscuro,
sin
gaviotas, ni velas, ni hélices mariposas,
queda
en suspenso el alma.
Cuando
yo, cuando uno, cuando el yo más mío
abraza
a su tristeza contenida,
y
los pasos, estos pasos que andan por abajo y por arriba,
-casi
desde la infancia-, y tropiezan con este del ayer cementerio,
los
vidrios destrozados, trapos de la pobreza que viajan desde lejos,
latas
enmohecidas y ladrillos ya muertos,
queda
en suspenso el alma.
Cuando
se viaja con la luna de espaldas,
entre
el silencio de la sombra que crece
ante
un sol ya difunto;
cuando
en ese momento no salimos gritando,
no
podemos gritar con toda nuestra fuerza,
gritar
con furia, cólera, miedo, coraje y odio,
llorando
la impotencia,
queda
en suspenso el alma.
Cuando
se llega al sitio donde el dolor despierta
y se
abren los nervios desentumiendo al grito;
esta
flor de los nervios en la piel de mis dedos,
moviéndome,
girándome,
mostrando
a sol y luna que soy muy diminuto;
cuando
se abre el grito,
queda
en suspenso el alma.
Cuando
la carne viaja entre agujas y yodos,
entre
algodones blancos y blancos tafetanes
y
llegan las tijeras con el humo,
ni
siquiera en sí mismo.
Sanatorio “La Cruz Blanca”. Mérida, Yuc.., marzo 25 de
1965.
(Publicado en el Diario del Sureste, suplemento cultural, domingo 4 de abril de
1965, pág. 2).
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