jueves, 16 de julio de 2020

Un poema suelto de Carlos Moreno Medina



          Jorge Cortés Ancona

Allá por 1965, el poeta Carlos Moreno Medina hablaba de una extraña dolencia que le había afectado: la neuritis, que le dificultaba tragar. En una serie de artículos titulados “Historia verdadera de la conquista y extirpación de un tigre”, publicados el 2 y 9 de abril de 1965 en el Diario del Sureste fue explicando su conflictiva relación personal con las enfermedades. El tratamiento para la cura, tras un examen minucioso, estuvo a cargo del doctor Carlos Castilla Centeno:
“Después de una amplia, detenida y concienzuda exploración por toda mi geografía de garganta y oídos, el doctor me dijo un nombre bello: Neuritis. Hay veces que los médicos dicen cosas fantásticas a sus pacientes. No es que no tengan razón, que no sea cierto lo que dicen, sino que a veces lo que explican no alcanza al razonamiento la común o general de las gentes. En esto los médicos se parecen a los poetas. Decirme a mí, que  al tragar el agua o la saliva, al respirar, sentía en la garganta que se me escocía ardida una llaga, que no tenía nada, que sólo  eran los nervios, es lógico que me fuera difícil el creerlo”.
Fue necesario que siguiera obedientemente el tratamiento, aun en contra de su fobia a los médicos, derivada entre otras razones de una escrófula en la ingle que a los once años de edad tuvieron que quemarle, atado de pies y manos, con nitrato de plata. Sus visitas al consultorio dieron lugar a una imagen fija que lo relajaba de sus miedos:
“El salón de consultas del doctor Castilla Centeno, acusa la atención de atenuar el impacto que causa el mirar el cuantioso instrumental que posee. A un lado de la silla, un hermoso barco, de medio metro poco más o menos llevando todas sus luces encendidas navega detenido sobre el techo de un armario el cual le sirve de repisa. Diseminados por las paredes, símbolo del mar: caracoles especies variadas de peces de colores, timones y anclas, delatan la afinidad marina del médico”.
Ese barco habría de volverse un leitmotiv de un poema en versos semilibres (con base de heptasílabos y endecasílabos), titulado “Cuando se emprende un viaje”, dedicado al médico y que no figura en ninguno de sus poemarios ni en las compilaciones posteriores de su poesía. Para ese entonces ya sólo le faltaría publicar sus sonetos a Miguel Hidalgo, con los cuales ganó en 1970 los Novenos Juegos Florales de Yucatán y Segundos de Espita, organizados por la Sociedad Progreso y Recreo de Espita, con motivo del centenario de su fundación.
La edición del suplemento del diario del Diario del Sureste presenta la omisión de una palabra (¿médico, cirujano, miedo, bisturí,escalpelo…?) en el segundo grupo de versos e hicimos unas pocas correcciones de puntuación.
Vaya pues esta recuperación en homenaje al poeta Moreno Medina, del cual el pasado 14 de febrero, se cumplió un aniversario luctuoso, y para el recientemente fallecido Dr. Castillo Centeno, médico sabio y trabajador, por quien mi padre, condiscípulo suyo en la Facultad de Medicina, siempre manifestó admiración y afecto.

          Cuando se emprende un viaje
                                       
                                         Carlos Moreno Medina

                     Al Dr. Carlos Castilla Centeno,
                        con profundo agradecimiento por su mano sabia
                        que me alejó de las sombras.
                                                        C.M.M.



Cuando se emprende un viaje,
de horizonte sombrío, luna negra y estrella destruida;
un viaje,
con calles abandonadas, faroles enmohecidos y muros de ceniza, 
queda en suspenso el alma.

Cuando cuchillos y alfileres, mortajas y sepulcros aparecen;
cuando por un aire oscuro asoma la cabeza el […]
y opacos algodones van llegando
entre la niebla fría que desnuda al paisaje,
queda en suspenso el alma.

Y cuando viajamos en un barco negro
sobre un mar que es inmenso, profundo, silencioso,
como el mar de la muerte;
cuando viajamos en un barco negro, deshabitado, oscuro,
sin gaviotas, ni velas, ni hélices mariposas,
queda en suspenso el alma.

Cuando yo, cuando uno, cuando el yo más mío
abraza a su tristeza contenida,
y los pasos, estos pasos que andan por abajo y por arriba,
-casi desde la infancia-, y tropiezan con este del ayer cementerio,
los vidrios destrozados, trapos de la pobreza que viajan desde lejos,  
latas enmohecidas y ladrillos ya muertos,
queda en suspenso el alma.

Cuando se viaja con la luna de espaldas,
entre el silencio de la sombra que crece
ante un sol ya difunto;
cuando en ese momento no salimos gritando,
no podemos gritar con toda nuestra fuerza,
gritar con furia, cólera, miedo, coraje y odio,
llorando la impotencia,
queda en suspenso el alma.

Cuando se llega al sitio donde el dolor despierta
y se abren los nervios desentumiendo al grito;
esta flor de los nervios en la piel de mis dedos,
moviéndome, girándome,
mostrando a sol y luna que soy muy diminuto;
cuando se abre el grito,
queda en suspenso el alma.                                             

Cuando la carne viaja entre agujas y yodos,
entre algodones blancos y blancos tafetanes
y llegan las tijeras con el humo,
se está y no se está, ni en la tierra, ni en el cielo;
ni siquiera en sí mismo. 

Sanatorio “La Cruz Blanca”. Mérida, Yuc.., marzo 25 de 1965.    

       (Publicado en el Diario del Sureste, suplemento cultural, domingo 4 de abril de 1965, pág. 2).
      





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