Jorge Cortés Ancona
Delio Moreno Cantón también expresó el
sufrimiento animal en los espectáculos taurinos, como puede verse en
“Filosofando”, poema humorístico presentado como una obra teatral en un acto y
una sola escena, donde dialogan un toro y un caballo en la corraleta del circo,
que es como decir la plaza de toros.
Con intención
crítica, el toro se lamenta de la barbarie humana que lo destina al espectáculo
de sufrimiento y muerte. Ni la ardilla, el burro, el lechón, el gato (“duerme
el gato el año todo”) y el cocay “sufren la garrocha / ni le ponen la divisa, /
y ellos se mueren de risa / y a mí el diestro me desmocha”. Su dolor le hace
reclamar a los humanos: “¡Hombres, hombres, sois más brutos, / que el que a
César mató en Roma”.
El caballo le
recrimina en plural (“toros necios que acusáis / a los hombres sin razón”) su
afán de ataque y su “odio insano” que es lo que da pie a la reacción humana en
su contra. El astado se defiende de esa reconvención equina y se lamenta al
grado de expresar: “Triste condición es ésta / que padece el pobre toro, / pues
el cristiano y el moro / aman tan bárbara fiesta”. A lo cual el caballo termina
cediendo para expresar su parecido destino de ser víctima tanto de los humanos
como de los toros: “Desde entonces, ¡oh suerte la más perra!, / diariamente me
monta un majadero / que me hace en el ijar un agujero / que subleva a los
cielos y a la tierra. / Y a mí que soy la paz, ¡si es para verlo!, / me meten
ya vendado y a punzadas / donde ustedes me maten a cornadas / ¡y todo sin
comerlo ni beberlo!”.
Al final, ambos
deploran el destino de maltrato y hambre a que son condenados por voluntad
humana.
La expresión
humorística se acrece por medio de las parodias en largas tiradas que se hacen
de “La vida es sueño”, de Calderón de la Barca (“pues el delito mayor / del
toro es haber nacido”), de las redondillas de Sor Juana (“siempre tan necios
andáis, / que con desigual nivel, / al toro culpáis por cruel / y al hombre no
le culpáis”), de una letrilla de Luis de Góngora (“ayer toro libre fui / y ahora…
ni sé lo que soy”), de la canción “A las ruinas de Itálica”, de Rodrigo Caro
(“Este cuerpo ¡ay dolor! que veis ahora, / triste armazón, escuálido
esqueleto”) y del drama “Don Juan Tenorio”, de Zorrilla (“¿no es verdad, amigo
mío, / que está respirando horror?”).
El toro pide al dios
de las bestias que los ampare y proteja. Y aunque en el poema en romances “Una
corrida de antaño” puso de relieve el entorno honorable* de la fiesta brava,
así sea en tiempos remotos de nuestra historia, en “Filosofando”, fechado el 3
de julio de 1892, da voz en un presente perpetuo a los dos animales que más
sufren la crueldad que se manifiesta en los espectáculos taurinos. En
particular, me hace pensar en la barbarie de los actuales torneos de lazo de
tantos municipios yucatecos, negocios de placer ante el sufrimiento animal y
que se disfrazan con otros nombres para seguir lucrando en la maldad. El colmo
es que haya intención de convertir en patrimonio cultural esas sangrientas
actividades.
Ya un vallisoletano
ilustre, cuya obra narrativa, poética y dramática figura entre la producción
cultural más valiosa de Yucatán y merece ser difundida, había expresado la dura
condición de nuestros hermanos animales. Si los franciscanos llevaron a cabo
una conquista espiritual en nuestras tierras, don Dinero nos está despojando
violentamente de ella.
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