Jorge Cortés Ancona
1
La temporada del Programa Nacional de
Teatro Escolar Yucatán 2016 presentó 80 funciones del drama “La hija del rey”,
de José Peón Contreras. La obra se representó sin que se le hiciera ningún
cambio al texto y con empleo de recursos escénicos concebidos en relación al
público estudiantil al que va destinado este programa.
Las funciones se
efectuaron en el Teatro “Joaquín Jiménez Trava” del IMSS y en varios municipios
yucatecos. Una de las funciones finales, la del jueves 15 de diciembre, se
efectuó en el Teatro Peón Contreras. Fue una decisión relevante que se montara
esta obra del dramaturgo yucateco en el recinto que lleva su nombre, ya que al
menos en los 30 años más recientes sólo se han llevado a escena sus obras “Gil
González de Ávila” y la comedia “Entre tu tío y tu tía”, además de algunas
lecturas dramatizadas y de atril, aunque no necesariamente en dicho escenario.
Esta puesta en escena
me hace pensar ante todo en el modo en el siglo XIX se trató el tema del libre
albedrío de la mujer, al contrastar “La hija del rey”, estrenada en la Ciudad
de México en 1876, aunque ambientada en 1588, con la comedia en prosa “El sí de
las niñas”, de Leandro Fernández de Moratín, estrenada en Madrid en 1806 y ambientada
en ese mismo momento histórico. El contraste parece indicar un retroceso de
gustos y de resolución teatral.
El planteamiento es
muy parecido, pues un anciano y un adulto joven, emparentados, pretenden a la
misma mujer joven. En Moratín se trata de un tío tutor y un sobrino, y en Peón
Contreras del padre y su hijo. En ambos casos se considera la situación de la mujer
sujeta a tutela en cuanto a decidir con quién casarse y a la desproporción de
edades en el matrimonio, sólo que en el caso del español el problema se expresa
con argumentos mesurados y en el de Peón Contreras a través de las amargas
quejas y reclamos de la protagonista.
En Moratín el
conflicto se resuelve de manera racional a través del diálogo constructivo, con
los dos jóvenes al final felizmente casados y el mundo en armonía, mientras que
el drama de Peón Contreras parece un regreso a los tiempos de las comedias de
capa y espada, sólo que con el agregado de la muerte violenta y la locura. Y si
bien los duelos de espadas se interrumpen para dar paso a momentáneos arreglos
razonables, los dos personajes jóvenes terminan sucumbiendo a causa de la violencia
moral y física.
Se trata tal vez de
los vericuetos de una modernidad difícilmente alcanzada, la cual da paso a
obras como ésta que algo tienen de anómalo en relación al positivismo dominante
a fines del siglo XIX mexicano, donde incluso el teatro y la poesía debían
cumplir funciones de saneamiento social.
Este enredo de ambientes
clandestinos del drama pasa por túneles y acuerdos secretos. La crítica a la
moral estricta de la Iglesia va implícita. El escenario principal es un
convento y los personajes no hablan directamente de sus problemas, sino que los
embozan, agobiados por las jerarquías familiares -rige el dispositivo de sangre,
donde los ancestros tienen más peso- y los miedos al poder religioso dominante.
Por ello me pregunto
a que se deberá el gusto del público mexicano de esos años por los amores
clandestinos como en este drama donde se cuenta cómo el rey Felipe II
transgrede las normas de su tiempo al embarazar a una mujer, dejando a un rival
anonadado por su sola presencia monárquica y quien a su vez le arrebatará la
mujer amada, hija de aquellos, a su vástago. Además de la relación clandestina de
Felipe II con la madre de Angélica, se cuenta la de Beatriz, hija de Santoyo,
con un hidalgo escudero, y a ellas de agrega la de don Lope con Angélica,
situación presente de manera escénica. Solamente don Gaspar afronta por una vía
abierta y legalmente sancionada su pretensión de matrimonio.
En varios momentos se
expresan en “La hija del rey” palabras y frases pertenecientes al campo
semántico de la locura, lo cual hace recordar que Peón Contreras era
psiquiatra. Si bien parece lógico como consecuencia de lo visto en escena, que
el hecho de estar enclaustrada y la presión que sufre para decidir su futuro
entre dos opciones terminantes son las que conducen a Angélica a la pérdida de
la razón, no podemos dejar de lado a sus ancestros, pues a fin de cuentas, esta
hija de Felipe II, desciende por ello mismo de Isabel de Castilla, cuya madre,
Isabel de Portugal, y cuya hija, Juana la Loca, presuntamente padecieron
trastornos mentales, lo que hace suponer una base genética en la demencia de la
protagonista, conforme a las ideas científicas prevalecientes en la segunda
mitad del siglo antepasado.
2
Sería interesante saber por qué
decidió Juan Ramón Góngora llevar a escena “La hija del rey”, de José Peón
Contreras, el más famoso de los dramas del escritor yucateco, para dirigirse a
estudiantes de secundaria y preparatoria, en un proyecto de alcance nacional
financiado por la Secretaría de la Cultura y las Artes y la Secretaría de
Cultura federal.
Una decisión
arriesgada, ya que en 1989 uno de nuestros hombres de teatro más experimentados
afirmaba tajantemente en los cafés que de Peón Contreras sólo podía sostenerse
en escena en estos tiempos el drama en un acto titulado “Gil González de Ávila”,
y en 1993 un grupo de actores consideró como viables en cuanto a gusto de
público y adecuación de presupuesto la misma obra breve y la comedia “Entre tu
tío y tu tía”.
La verdad es que este
grupo teatral, dirigido por Góngora, llegó a las 80 representaciones y se esperan
algunas más en 2017 con esta obra que tiene más sustancia de la que aparenta,
pero que conlleva obstáculos comunicativos para un adulto o adolescente actual
desde la misma lectura, aunque también algunas ventajas aprovechables.
Este drama se sustenta
en peripecia tras peripecia en sucesión ágil, pausada por los breves
soliloquios donde se manifiestan las dudas morales y emocionales de los
personajes, y tal situación se aprovecha en esta puesta en escena concebida
para estudiantes de secundaria y preparatoria. Por ello quizá el ritmo veloz,
que concentra la obra en una hora cinco minutos, y que hace que los actores
expresen sus parlamentos en verso de arte menor en función de la percepción de
los adolescentes del siglo XXI.
Como recursos
teatrales más cercanos a nuestro tiempo las pausas entre actos, convertidos en
este montaje en cuadros, se suplen con el cambio de escenografía a cargo de los
propios actores, que cuando no están en escena son visibles al estar sentados a
un costado. Esa misma lógica de romper la ilusión teatral y hacer manifiesto
que se está actuando justifica la elección de una actriz madura, Lupita López,
en el papel de una quinceañera, así como otras libertades en los recursos
escénicos.
“La hija del rey” no
tiene una intencionalidad realista ni de reconstrucción histórica (José Martí
hacía notar que esta obra empleaba palabras no utilizadas en el siglo XVI) y es
muy dudoso que el teatro mexicano del siglo XIX procurase ser históricamente
fiel a otras épocas en vestuario y escenografía. Esta puesta en escena muestra
deliberadamente las costuras del teatro, remarcando que se está presenciando
una escenificación y no un remedo de la realidad ni del siglo XVI ni del siglo
XIX.
En la función que
presencié percibí problemas de dicción, que iban en proporción inversa a la
experiencia teatral de los actores (Lupita López y Jorge Chablé son los que se
expresan con más fluidez y claridad), y ello dio lugar a una fragmentación
comunicativa, tristemente muy acorde con las actuales prácticas cotidianas.
Genera dudas el hecho
de que este grupo teatral haya efectuado de manera continua tres, cuatro e
incluso cinco funciones en un día. No dudo del profesionalismo, del vigor
físico y la voluntad para representar tantas veces el mismo papel, pero sí desconfío
de la efectividad lograda con ese riesgo de desgaste emocional y de paciencia,
más aun cuando, a diferencia de quien imparte muchas clases o conduce numerosas
visitas guiadas, no se cuenta con posibilidades de hacer ajustes de tiempo y
variaciones temáticas a lo que se expresa.
Sin embargo, gracias
al trabajo conjunto de actores jóvenes y experimentados, a la discreta propuesta
metateatral y a la compactación visual y de acción del texto en escena, este
montaje batalla con sus obstáculos de época, tema y lenguaje para mantenerse en
la proporción justa de atención del público en general. La revaloración
escénica de un autor conocido sólo por el nombre de un teatro y no por la
representación de sus obras es otro punto favorable de este proyecto.
El reparto estuvo
integrado por Guadalupe López Ortiz, Alicia García, Sebastián Liera, Genaro
Payró, Miguel Cerón, Jorge Chablé, Tony Baeza, Rosa María Varela Alfaro y Tania
Paola Ordiales, con la dirección de Juan Ramón Góngora. Participaron: Manuel
May Tilán, en diseño de escenografía y vestuario; Mauricio Canto Alcocer, en
diseño de iluminación; Gustavo Durán, en diseño de sonido; José Ernesto Jiménez
como productor ejecutivo; Zuleyma Leal como asistente de dirección; Laura
Valenzuela en la realización de vestuario; Oscar Toledano en realización de
escenografía y Gema Ríos en imagen publicitaria.
Queda este montaje
dentro del Programa Nacional de Teatro Escolar Yucatán 2016 como una propuesta
arriesgada que parece haber llegado a buen término, aun con su atrevida
aceleración escénica, sus vicisitudes administrativas y un desconcertante
embozo y desinterés público hacia su condición de acontecimiento cultural.
No hay comentarios:
Publicar un comentario