Jorge Cortés Ancona
Uno de los
libros más bellos que se hayan escrito en Yucatán es Prólogo de Últimos
rezagos líricos, de José Inés Novelo.
Un libro poco leído no sólo por haber sido publicado en 1954 en edición de
autor sino por lo engañoso de su título, que no expresa el verdadero contenido
de la obra. Un prólogo que en realidad son las memorias de infancia del autor,
contadas para explicar el porqué de su vocación poética, por lo cual, lo que se
plantea desde el título como paratexto –un prólogo, en este caso a un poemario-
constituye en realidad un texto narrativo de más de 200 páginas, que a su vez
cuenta con un prólogo de dos páginas.
Este relato de vida, que va más o menos de 1878 a 1881,
se centra en los primeros años de José Inés Novelo en Valladolid, su ciudad
natal, hasta su llegada a la ciudad de Mérida, que es también su llegada a la
pubertad. Con partes que tienen sabor de novela picaresca, esta es la historia
de formación de un niño, que como se decía antes y sin decirlo él, era hijo
natural. Sabemos de doña Conchita, su mamá, y de sus dos hermanitas, Cándida y
Rosita, quienes, como el autor informa al principio, morirán de
tuberculosis en la flor de la edad; tres mujeres a las que se aúna la
entrañable Martina, o X’Tina, la criada maya de Chichimilá, y por las cuales el
autor debe velar al ser el único varón de la familia.
Una infancia de pobreza, donde José Inés, que ya concluyó
el ciclo normal de estudios de la época y aspira a estudiar en Mérida, ya sea
en la recién creada Escuela Normal o en el Instituto Literario, se ve obligado
a buscar trabajo desde los diez años de edad, empleado como agente de comercio
que desde el amanecer adquiere la cera y el crudillo de venado que los
campesinos y cazadores le venden en las afueras, en uno de los accesos a la
ciudad, para que él a su vez se los revenda a don Juan Bautista Mena. En algún
momento detendrá temporalmente esta actividad para acompañar a don Tula, otro
patrón a la feria de Tizimín en el manejo de la ruleta y donde tendrá
respetables ingresos fijos y porcentuales. Es una historia de trabajo y ahorros,
de acumulación de capital a pequeña escala, para sacar adelante a su familia.
El libro también destaca por el modo en que se
desarrollaba la vida económica, política e intelectual de una población de
fines del siglo XIX, donde un grupo de notables (el “Aréopago”) se reunía en el
corredor de una casa familiar (y que hoy es la Casa de la Cultura de Valladolid)
para tratar los asuntos de interés de la comunidad. Uno de ellos será
contribuir a que el niño José Inés pueda cumplir su anhelo de estudiar en
Mérida y obtener un título profesional. Cada uno contribuye en hechos que ahora
llamaríamos de gestión, administración y asesoría, velando con honradez e
interés colectivo por el bienestar de esta familia pobre. Un grupo de notables
que en su versión ampliada incluía a los terratenientes, comerciantes,
profesores, médicos e incluso al sacerdote. Lo que se nos cuenta por tanto es
un modo individual de salir adelante y una forma de organización colectiva para
brindar apoyo a personas con méritos.
Al final, se narra el difícil trayecto de Valladolid a
Mérida en carruaje, donde ocurren sucesos que a fin de cuentas contribuyen a
templar su carácter, como haber sido víctima de la borrachera del auriga,
episodio contado con cierta ambigüedad. Con nuevos conductores del carruaje, el
destino final es la esquina de El Elefante, donde recibirá alojamiento y dará
los primeros pasos de una nueva etapa de su vida.
Estas memorias también incluyen descripciones o menciones
de prácticas culturales como la gastronomía (hay unos elogios a ciertas frutas
y a los guisos de la nana maya que nos hacen agua la boca), juegos y
excursiones. En dos casos ocurren sucesos que encajan en lo que años después se
llamaría realismo mágico: uno es el misterioso pedrusco calizo que llega
rodando hasta José Inés, a medianoche cuando está estudiando solo en un salón y
que dejará una raya en el piso que el conserje tendrá que borrar con agua y una
jerga al amanecer. Para el niño, se trata de una muestra de agradecimiento de
su amigo Aurelio Iturralde desde el más allá por haber dedicado su primer
soneto a su prematura muerte. El otro caso es la prodigiosa descripción de la visita
a un cenote donde un enorme árbol se sostiene con las raíces en el aire.
Libro de prosa límpida, agradable y ameno, que permite
ver modos de vida de otro tiempo, formas de actuar solidarias de la familia y
de la comunidad y la formación de un “self-made man” yucateco, cuya carencia de
padre es compensada por su padrino y los notables de Valladolid. Biografía del
amanecer de vida de quien llegaría a ser parte importante de la vida literaria,
educativa, periodística y política de Yucatán. Valdría la pena que se
digitalice este libro para que esté al alcance del público.
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