jueves, 16 de julio de 2020

Un prólogo de vida



                                                    Jorge Cortés Ancona

Uno de los libros más bellos que se hayan escrito en Yucatán es Prólogo de Últimos rezagos líricos,  de José Inés Novelo. Un libro poco leído no sólo por haber sido publicado en 1954 en edición de autor sino por lo engañoso de su título, que no expresa el verdadero contenido de la obra. Un prólogo que en realidad son las memorias de infancia del autor, contadas para explicar el porqué de su vocación poética, por lo cual, lo que se plantea desde el título como paratexto –un prólogo, en este caso a un poemario- constituye en realidad un texto narrativo de más de 200 páginas, que a su vez cuenta con un prólogo de dos páginas.
Este relato de vida, que va más o menos de 1878 a 1881, se centra en los primeros años de José Inés Novelo en Valladolid, su ciudad natal, hasta su llegada a la ciudad de Mérida, que es también su llegada a la pubertad. Con partes que tienen sabor de novela picaresca, esta es la historia de formación de un niño, que como se decía antes y sin decirlo él, era hijo natural. Sabemos de doña Conchita, su mamá, y de sus dos hermanitas, Cándida y Rosita,  quienes,  como el autor informa al principio, morirán de tuberculosis en la flor de la edad; tres mujeres a las que se aúna la entrañable Martina, o X’Tina, la criada maya de Chichimilá, y por las cuales el autor debe velar al ser el único varón de la familia.
Una infancia de pobreza, donde José Inés, que ya concluyó el ciclo normal de estudios de la época y aspira a estudiar en Mérida, ya sea en la recién creada Escuela Normal o en el Instituto Literario, se ve obligado a buscar trabajo desde los diez años de edad, empleado como agente de comercio que desde el amanecer adquiere la cera y el crudillo de venado que los campesinos y cazadores le venden en las afueras, en uno de los accesos a la ciudad, para que él a su vez se los revenda a don Juan Bautista Mena. En algún momento detendrá temporalmente esta actividad para acompañar a don Tula, otro patrón a la feria de Tizimín en el manejo de la ruleta y donde tendrá respetables ingresos fijos y porcentuales. Es una historia de trabajo y ahorros, de acumulación de capital a pequeña escala, para sacar adelante a su familia.
El libro también destaca por el modo en que se desarrollaba la vida económica, política e intelectual de una población de fines del siglo XIX, donde un grupo de notables (el “Aréopago”) se reunía en el corredor de una casa familiar (y que hoy es la Casa de la Cultura de Valladolid) para tratar los asuntos de interés de la comunidad. Uno de ellos será contribuir a que el niño José Inés pueda cumplir su anhelo de estudiar en Mérida y obtener un título profesional. Cada uno contribuye en hechos que ahora llamaríamos de gestión, administración y asesoría, velando con honradez e interés colectivo por el bienestar de esta familia pobre. Un grupo de notables que en su versión ampliada incluía a los terratenientes, comerciantes, profesores, médicos e incluso al sacerdote. Lo que se nos cuenta por tanto es un modo individual de salir adelante y una forma de organización colectiva para brindar apoyo a personas con méritos.
Al final, se narra el difícil trayecto de Valladolid a Mérida en carruaje, donde ocurren sucesos que a fin de cuentas contribuyen a templar su carácter, como haber sido víctima de la borrachera del auriga, episodio contado con cierta ambigüedad. Con nuevos conductores del carruaje, el destino final es la esquina de El Elefante, donde recibirá alojamiento y dará los primeros pasos de una nueva etapa de su vida. 
Estas memorias también incluyen descripciones o menciones de prácticas culturales como la gastronomía (hay unos elogios a ciertas frutas y a los guisos de la nana maya que nos hacen agua la boca), juegos y excursiones. En dos casos ocurren sucesos que encajan en lo que años después se llamaría realismo mágico: uno es el misterioso pedrusco calizo que llega rodando hasta José Inés, a medianoche cuando está estudiando solo en un salón y que dejará una raya en el piso que el conserje tendrá que borrar con agua y una jerga al amanecer. Para el niño, se trata de una muestra de agradecimiento de su amigo Aurelio Iturralde desde el más allá por haber dedicado su primer soneto a su prematura muerte. El otro caso es la prodigiosa descripción de la visita a un cenote donde un enorme árbol se sostiene con las raíces en el aire.
Libro de prosa límpida, agradable y ameno, que permite ver modos de vida de otro tiempo, formas de actuar solidarias de la familia y de la comunidad y la formación de un “self-made man” yucateco, cuya carencia de padre es compensada por su padrino y los notables de Valladolid. Biografía del amanecer de vida de quien llegaría a ser parte importante de la vida literaria, educativa, periodística y política de Yucatán. Valdría la pena que se digitalice este libro para que esté al alcance del público. 

  

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