martes, 29 de octubre de 2024

Entre murales y grafitis

 

                                             Jorge Cortés Ancona

 

Christian Rasmussen se adentra en un área llena de vida a través de sus fotografías de murales y de grafitis tomadas durante décadas en Mérida y en distintas partes de Yucatán y reunidas en el libro electrónico Pintando las paredes de Yucatán. En esta propuesta integra una actividad artística con una percepción consciente de investigador para hacer evidente una manifestación social que tiende a no ser apreciada ni menos respetada por sectores influyentes de la sociedad yucateca. Rasmussen deja ver su papel de antropólogo, que funciona a través de la cámara fotográfica con este registro de pinturas en exteriores de Mérida y otras poblaciones yucatecas, en donde capta un mundo cultural de gran riqueza para ser analizado en sus condiciones de estética, de comunicación, de estrategia publicitaria, de uso de medios técnicos. 

 

La pintura en exteriores y sus múltiples aspectos

Esta es una expresión que lleva siglos efectuándose en las zonas urbanas. En algunos momentos ha sido a través de los trazos de figuras, frases y palabras; en otros a través de rótulos, carteles o anuncios hechos a mano. Es la tentación de llenar esas superficies extensas de un solo color. Gran parte de su inestabilidad depende de estar plasmada en un edificio exterior, con todos los riesgos atmosféricos de accidentes que ello conlleva, y de estar sujeta a un marco legal que impone límites (en ubicación, color, dimensiones, tipo de imágenes, etc.) y prohibiciones. En Yucatán la tendencia a regular esta tentación lleva muchos años y se ha hecho énfasis en quienes actúan sin ningún permiso de los propietarios. En 1886, en un reglamento de la villa de Espita, al oriente del estado de Yucatán, se expresaba, por ejemplo, la siguiente advertencia: “los que ensuciaren o maltrataren las paredes, puertas, ventanas, vidrieras y demás obras exteriores, las rayaren o les pusieren letreros o figuras, con lápiz, carbón u otra sustancia, serán inmediatamente conducidos a la guardia de policía, imponiéndoseles la multa de cincuenta centavos; sufriendo en su defecto doce horas de reclusión y reparando a su costa el daño que hubieren causado” (1).

Ya había indicios de saturación visual publicitaria en 1894, pues en la sección Rehiletes del semanario Pimienta y Mostaza, se lamentaban del exceso de letreros en casa de la viuda de Romero (ubicada en alguna de las esquinas de la calle 65 x 62). Años después, en 1913, Gonzalo Cámara Zavala al hablar de las aportaciones sociales de la Liga de Acción Social, informaba que “esta Asociación ha trabajado en su obra de cultura, hasta en asuntos, al parecer, de menor importancia, por ejemplo: (…) gestionando que cese la incivil costumbre de estropear las fachadas de las casas con letreros y dibujos que siempre perjudican al propietario de la casa y muchas veces ofenden, además, a la moral” (2).

La “incivil costumbre” se mantiene de diversos modos y han sido bastantes los menores o adultos traviesos, incluyendo algunas muchachas, que han tenido que “reparar a su costa el daño”, borrando bajo vigilancia policiaca las pintas a menudo ociosas que habían hecho. Ese tipo de pintas y sus consiguientes castigos explican que haya personas que no entiendan el valor de determinados grafitis como expresión cultural y se limiten a considerarlos sólo en su parte vandálica. Me ha tocado ser parte de un grupo que trataba de explicar a una funcionaria que el grafiti no es en sí mismo un acto delictuoso. Pero las cuatro versiones que le dimos otros tantos trabajadores de la cultura fueron inútiles: para ella –como para tantas personas- los grafiteros son vándalos que deben ser castigados con prisión.

El cambio en la apreciación positiva de estas obras se comprueba con el hecho de que el propio Christian, Gabriel Ramírez y yo escribamos textos sobre este tema en este libro y reconociendo sus valores. Pero poco valen las distinciones entre alta y baja cultura en cuanto a esta manifestación cultural, ya que en general la indiferencia y el rechazo hacia las producciones visuales es grande en Yucatán. Se han destruido murales como los existentes en el desaparecido Centro Escolar Felipe Carrillo Puerto y el del Mercado de Artesanías, que se dejaron deteriorar durante décadas, sin que haya escrúpulos de conciencia entre las autoridades y, en cambio, aún persista un campo artístico débil e indiferente a la conservación de las obras.

 

Una clasificación

Las manifestaciones de la pintura en exteriores pueden tener diversos modos expresivos y caer en distintas categorías. Podemos considerar diferentes tipos de usos: el artístico, el comercial, el de creencias religiosas, el de protesta, el de identificación individual o grupal, el de travesura y el vandálico. A veces estos usos pueden combinarse, pero el único que no se justifica en ningún caso es el último de los mencionados. Habrá casos en que el mural o grafiti se considere como arte en el sentido formal del término; otras veces se verá como una manifestación estética  dentro de la llamada “cultura popular”. De cualquier modo, su valor está presente.

Acerca de estas distinciones, cabe recordar que la Escuela de Bellas Artes de Yucatán, fundada en 1916, no sólo tenía como finalidad crear pintores, grabadores y escultores y apoyar a los obreros pintores, carpinteros, herreros, etc., en sus labores, sino también procurar que los egresados pudieran trabajar indistintamente tanto en la pintura de caballete, en escenografías y en las expresiones visuales de las artes gráficas como en lo que se llamaba en ese entonces “pintura decorativa”. El egresado podía trabajar pintando retratos o paisajes en telas o muros y a la vez pintura completa de edificios y de rótulos comerciales. Un ejemplo de esa unión del pincel, la gráfica y la brocha gorda fue Aurelio Juárez, egresado de la primera generación y maestro de Fernando Castro Pacheco. 

A veces los rótulos son maravillosos en su creatividad o en su humor, con independencia de que se expresen de modos más sencillos en cuanto al volumen y al color plano o que carezcan de perspectiva o de proporciones. Un modo de mirar que no es el de los ojos entrenados en un repertorio canónico y variado de imágenes artísticas y de diseño. En estos casos yucatecos se recurre a formas y colores que tratan de despertar la atención de los transeúntes como señal, pero queriendo dejarse ver como bonito, colorido, vistoso. Si lo logran o no, es interpretación de cada espectador. Sabemos bien que la mirada es cultural y que no todos apreciamos el entorno de la misma manera y con la misma intensidad y detalle.

El tema de esta pintura en exteriores ya había sido abordado con otro enfoque y otros medios por Israel León tanto en exposiciones como en escritos. Este artista visual había observado, entre otros aspectos, la abundancia de rótulos de tendejones, cerrajerías, talleres automotrices y de lavado de autos, llanteras y otros por el estilo. De manera inevitable, destacaba la ironía que conllevan esos negocios de cosmética llamados ostentosamente “Estética” y que a veces muestran peinados masculinos o femeninos pintados a manera de pequeño catálogo mural, los cuales despiertan la pregunta de si habrá alguien que los emplee de modelos para su peinado o corte de cabello.

            Arte ante todo utilitario, del momento, indicador de modos de pensar de ciertos períodos. En estos murales, grafitis y rótulos encontramos temas de la cultura maya del pasado, de música, deportes, figuras históricas y políticas, mensajes ecológicos y educativos. Un problema es el relativo a su duración, por lo general efímera. Sujeta a los cambios de propietario o a las decisiones que éstos tomen. Dominadas por las campañas políticas, que arrasan con toda estética y todo respeto, tienen que ser captadas por otros medios como la fotografía o el video para que se conserven en la memoria.

Por su condición inanimada pareciera lógico que nadie se enamorase de un personaje de mural, rótulo, cómic o de dibujos animados, como sí lo hace con uno del cine o la televisión, pero es posible que ya esté ocurriendo en estos tiempos de manga y ánime, donde el modelo masculino o femenino a desear proviene del dibujo idealizado. Es un fenómeno el hecho de corporizar lo ilusorio, de romper los límites entre la realidad material y esas imágenes sin volumen tangible, que se vuelven también una realidad susceptible de provocar pasiones en tiempos de virtualidad.

No se debe menospreciar el modo –por llamarlo así- realista en que se pueden percibir estas imágenes. En la década de 1990, en el barrio de Santiago, el conductor de un automóvil se pasó un alto de disco y chocó contra otro vehículo por estar admirando a una chica en minifalda y con generoso escote pintada como rótulo de un negocio de refacciones automotrices. Aunque era imposible confundirla con una mujer de carne y hueso debo reconocer que la colorida chica era tentadoramente incitante, por lo cual constituía en verdad un distractor peligroso.

Algunos antecedentes

Ha sido importante el papel de las instituciones públicas en fomentar la pintura de murales en grafiti, casi siempre con propósitos educativos, culturales, ecológicos o deportivos.

Ha habido proyectos de pintura mural que no avanzaron mucho. En 1995 se presentó un proyecto denominado “Poesía en las bardas” que aunaba poesía y pintura. Sólo se realizaron dos en un edificio que ocupaba el centro cultural del ISSSTE, frente a la Plaza de Toros Mérida: uno fue el de Daniel Rosel sobre un fragmento poético de tema taurino de Miguel Hernández, y uno de Alberto Muñoz sobre un pasaje de un poema de Octavio Paz. El impedimento mayor fue el de una inminente campaña electoral que acaparó las bardas de la ciudad. Los murales, pintados en vinílica, persistieron un tiempo, pero los dueños del predio prefirieron cubrir los murales, aunque durante años algo se traslucía de ellos hasta que una nueva capa de pintura borró toda huella. 

Hay casos especiales de índole particular, como el de la fachada de la casa del artista visual Víctor Pavón en el cruce de las calles 64 x 39, alrededor del año 2000. Debido a que los choques eran frecuentes en esa esquina y los vehículos se impactaban sobre la barda achaflanada, Pavón, entonces estudiante de Literatura, empezó pintando un tiro al blanco, al que en un momento dado le agregó la frase: “Choque aquí”. Algún medio de prensa creyó que se trataba de una protesta vecinal, pero más adelante la barda se facilitó a otros jóvenes artistas visuales para que presentaran sus propuestas por algún tiempo. Por ello llegó a convertirse en parte de la ruta del autobús de una empresa turística, que se detenía en esa esquina durante algunos minutos para que los turistas norteamericanos o japoneses se tomaran fotos con los murales.

Una tarde, Pavón –a quien le daba yo clases en la Universidad Modelo- me comentó que a un mural de Emilio Salazar Touché, que incluía una serie de rostros del pintor Robert Rauschenberg, le habían echado unos brochazos de pintura. Le pregunté si a todo el grafiti o sólo a las caras. Me respondió que sólo a algunas caras. Le aventuré la hipótesis de que alguno de esos norteamericanos o japoneses había tenido la puntada de ironizar sobre el artista norteamericano, quien en 1953 había pintado por encima de un dibujo del expresionista abstracto Willem de Kooning para ser autor de una nueva obra titulada “De Kooning borrado por Rauschenberg”. Ahora teníamos un “Rauschenberg borrado por un turista norteamericano o japonés”.   

La barda continuó a disposición de los artistas hasta que el artista visual dejó de vivir la casa. Ojalá que Víctor Pavón haya conservado un registro visual de las diferentes obras, de las cuales algunas, como la última, incluida en este libro, cubrían la totalidad de las paredes de la casa.

El Museo MACAY accedió en 2014 a que en el Expoforo, como parte del proyecto denominado “Muros pintados”, se hicieran tres grandes murales en grafiti, del californiano Levi Ponce, el yucateco Alejandro Cetina Tuz “Nookye” y José Luis Barrera Godínez “Sketch”, originario de Ciudad Nezahualcóyotl pero radicado en Coahuila. A través de esta muestra el grafiti fue expuesto por primera vez en este recinto emblemático del arte contemporáneo de Yucatán.

En este libro aparecen murales de artistas de trayectoria como son los casos de Alonso Gutiérrez y Víctor Argáez. Murales con finalidad claramente artística, efectuados por encargo institucional, en un caso para la desaparecida empresa paraestatal Cordemex (en el edificio que es ahora el Centro de Convenciones Siglo XXI), en el otro para el Instituto Tecnológico de Mérida.

A su vez, los grafiteros son jóvenes y varios de ellos han estudiado licenciaturas en artes visuales, comunicación o diseño. También algunos han tenido la oportunidad de haber tomado cursos universitarios en algún país extranjero (como Rodrigo Leal en Argentina y Rosalba Luna en España).

A pesar de todas sus aportaciones expresivas y significativas, es extraño que estos murales y grafitis muestren muy poco de protesta social. Que su sentido crítico se vea más como conjunto cultural que como hechos específicos. Pienso en antecedentes literarios como el cuento “Graffiti”, de Julio Cortázar (3), donde esta expresión visual es el medio para una historia de amor sumergida en el repudio a la dictadura argentina. O en una obra teatral del bajacaliforniano Agustín Meléndez Eyraud (4), donde se percibe el entorno de conflictos sociales y humanos del grafiti. En ese caso con usos de expresión juvenil, de ataque personal y de chantaje político, con suplantaciones para que unos funcionarios entrampen burocráticamente a otros. Una obra que representa los modos en que el gobierno puede ser a la vez mecenas y victimario respecto al grafiti.

 

Los medios técnicos

Aparte de los materiales característicos de los murales planificados y hechos por encargo: acrílico, óleo, mosaico de cerámica, etc., están los empleados por los rotulistas y los grafiteros: la “lata”, como llaman al espray de aerosol, considerado contaminante, y la pintura vinílica o de otro tipo, de igual modo de origen industrial. Los grafiteros aprovechan a veces bajo permiso las bardas de instituciones deportivas, recintos deportivos o edificios gubernamentales, con miras a crear murales con temas y motivos casi siempre predeterminados.

Su permanencia depende no sólo de las condiciones atmosféricas o de las decisiones burocráticas sino también de su valoración artística y expresiva. Esta valoración se ve sujeta a veces a un prejuicio técnico, ya que ni el aerosol ni la vinílica equivalen al óleo o a los modernos acrílicos. El material técnico puede constituir parte fundamental de la obra, lo cual hace recordar la perplejidad del ensayista español Ángel Ganivet en 1896 (5) ante ciertas manifestaciones populares de su época al expresar que: “se precipitan en los antros del salvajismo artístico. Yo vi una vez una Concepción de la escuela industrial sevillana, que me hizo pensar: el autor de este atentado es un pintor de brocha gorda; pero hay que ser justos y reconocer que maneja las brochas con la misma soltura con que Murillo debía de manejar los pinceles” (Ganivet, 1940, p. 69). Hace 120 años dominaba una división rígida de las artes, que debían ejecutarse bajo medios técnicos muy específicos. Ahora que las posibilidades se siguen multiplicando habrá que dejar de subestimar técnicas industriales y darle peso a su integración en las expresiones artísticas.

Sin embargo, lo que sí es preocupante en cuanto al uso de esos materiales es el riesgo a la salud de los propios autores cuando trabajan sin mascarillas ni lentes protectores. Al mismo tiempo en que se alienta la realización de grafitis debe crearse conciencia de hacerlo procurando la protección de las vías respiratorias, los ojos y todo el cuerpo en general así como de evitar daños al medio ambiente.

Estamos ante un arte que registra otro arte. En México y Estados Unidos hay antecedentes de fotógrafos que procurando evitar riesgos de violencia se han visto obligados a registrar a velocidad con pequeñas cámaras los grafitis de grandes ciudades. En este caso, Rasmussen ha podido hacerlo con calma, procurando el enfoque y la iluminación natural adecuados.

 

Colofón

En este libro podemos observar diversos modelos de belleza, de aspiraciones personales, de fantasías colectivas. Asimismo, formas ingeniosas de hacer publicidad, de hacerse presente en el acto de llamar la atención de una comunidad determinada, sea de vecindad, población o grupo social. Por otro lado, aunque pocas veces advertida, se registra la pintura de temas religiosos en cementerios y tumbas. Una pintura de colores amables o alegres en la veneración hacia las imágenes católicas o hacia los familiares muertos.

Gran parte de estos grafitis se encuentran en colonias de nivel económico menor pero también en zonas de elevado tránsito vehicular. Son parte del paisaje urbano meridano e igualmente de muchas de sus actividades diarias, ya sean de trabajo, de creencias religiosas o de diversiones. Es una manifestación cultural que está en riesgo de perderse por los nuevos medios más económicos y prácticos, aunque menos llamativos como son las lonas hechas por medios digitales. Pero a la vez representa una persistencia que Rasmussen ha registrado sin distinciones ni prejuicios, con un criterio que aúna el sentido comunitario, el respeto a los demás y las diversas maneras de representación estética.

 

 

Notas

(1) La Escuela Primaria (1886) Año 1, No. 4, 1 de noviembre, p. 35.

(2) Cámara, Gonzalo (1913): La Liga de Acción Social, Mérida, [p. 5].

(3) Cortázar, Julio (1980): “Graffiti”, en Queremos tanto a Glenda, Nueva Imagen, Cd. de México, pp. 107-111.

(4) Meléndez Eyraud, Agustín (2006): Graffitti y otros tintes teatrales, Escenología, Cd. de México.

(5) Ganivet, Ángel (1940): Idearium español. El porvenir de España, Espasa-Calpe Argentina, Col. Austral No. 139, Buenos Aires, p. 35. [1ª. edición: 1896].

 

Versión ampliada del texto incluido en el libro de Christian Rasmussen Pintando las paredes de Yucatán, publicado por el Ayuntamiento de Mérida en 2020.

 

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