Las ciudades crecen y sus
habitantes se van acoplando rutinariamente a ese crecimiento. Las proporciones
aumentan de un modo casi imperceptible por el hecho de que nos automatizamos en
la reiteración de los recorridos. Esto es aun más notorio en las grandes urbes,
como la ciudad de México, aunque las proporciones de esta se fueron desbordando
a un ritmo inesperado hasta saturarse.
Sin embargo, su condición ruidosa,
cundida del incesante tránsito de peatones y automóviles, encarrilada en la
velocidad contagiosa y en los riesgos de los percances callejeros ya se
percibía desde muchas décadas atrás. Un poema fechado en 1930, de José Esquivel
Pren, entonces un joven poeta y abogado meridano con algunos años de haberse
instalado en la capital de la República, refleja la condición abrumadora de una
urbe en crecimiento. El poema de sonoridad coloquial, con una versificación
semilibre, con predominio de endecasílabos, y rimado en consonante, se titula
“Metrópoli” y está dedicado a Gabriel Antonio Menéndez:
“Para sentirle el pulso a la
balumba / de estas calles de urbe moderna / que salta, ronca y retumba / en
nuestra carne interna, / me tomaré un tequila en la taberna / que me acelere la
circulación. / Es preciso, para ir calle arriba, / tener la resistencia
auditiva / del artillero que sirve el cañón”.
“Caminar atropelladamente, /
estrujando el vía-crucis de la gente; / y vencer la impaciencia de los pies, /
que quisieran tener la rapidez / temblorosa de la motocicleta / y una fuerza
exclusiva que se irradie, / como si en toda la banqueta / no hubiera nadie…”.
“En la esquina nos paran todavía:
/ el rojo despotismo del tranvía / y el brazo en alto de la policía. /
Atravesar es fuente de emoción / y, de pronto, la llanta de un camión / como
descarga de fusilería…”.
83 años
después ese entorno vivido en el poema sigue vigente, sólo que en un grado
mucho mayor. Las proporciones del ruido, del tránsito, de la velocidad, de las
muchedumbres, han alcanzado dimensiones quizá impensables respecto a las de esa
lejana década. Nuestra suposición es que la gran ciudad que vio Esquivel Pren,
la cual tendría poco más de un millón de habitantes, debió ostentar una belleza
encantadora, pintoresca en determinadas zonas, y si fuera posible retroceder en
el tiempo para recorrerla nos embargaríamos de una felicidad preñada de
nostalgias, de gratos olores, de un colorido pleno de positivas reacciones
emocionales.
La megaurbe actual mantiene mucho
de eso, aunque los bruscos contrastes y el nerviosismo colectivo se han
incrementado. Más ruido, más gente, mayor velocidad, más riesgos… pero la
grandiosa México sigue firme. Ha crecido desproporcionadamente, pero aún
mantiene sus oasis, como la peatonal calle Madero y los centros históricos de
Coyoacán y Tlalpan. Nuestro poeta yucateco, con buen humor, supo captar el
pulso nervioso de la capital y plasmarlo animadamente en una estampa
perdurable.
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