Alguna vez expresaba mi asombro y decepción por esa actitud de los yucatecos tan tendiente al inmediatismo, una mentalidad en la que si no hay resultados favorables rápidos o la perspectiva de una fácil ventaja material, no se emprende nada. De igual modo, esa pasmosa pasividad, esa paciencia desesperante de las clases bajas yucatecas.
Un amigo a quien le hacía el comentario me respondió que había que entender las difíciles condiciones en que se había desarrollado la vida en Yucatán. Lo duro de adaptarse al extremo calor, la humedad, los insectos, la tierra pedregosa, el aislamiento geográfico de otras épocas, y para colmo la opresión colonial y la esclavitud en las haciendas. Lo yucatecos han luchado duro para sobrevivir con dignidad en esta tierra.
La respuesta me hizo cavilar sobre sus alcances y posibles contradicciones. Pero por obra de las vueltas que da la vida, el mismo amigo me hizo la misma pregunta, aunque planteada de otro modo. Su queja tenía que ver con la exigencia de una reciprocidad o una remuneración respecto a cualquier petición que se hiciera en materia educativa o meramente amistosa. No se podía pedir nada sin que apareciera la exigencia de una compensación por la tarea o el favor solicitados.
Había que ampliar la respuesta anteriormente dada. Como una imprevista consecuencia de la primera respuesta, los yucatecos de las clases populares y rurales se han acostumbrado a que les quieran inculcar acciones o costumbres ajenas a sus necesidades, a que los manejen como cifras en experimentos y acarreos de todo tipo (no sólo político-partidistas, ojo).
Como ejemplo recuerdo a un pescador de San Felipe que allá por 1981 se quejaba de un rancho de tilapias que habían construido en una especie de ojo de agua cerca de Buctzotz, lo cual fue una ocurrencia de unos funcionarios federales que desde un helicóptero creyeron que esa hondonada equivalía a una laguna. Por supuesto que los resultados fueron desfavorables y costosos y el pescador se quejaba de por qué nunca les preguntaban a ellos qué era más conveniente; a ellos que tenían la experiencia del trabajo y del lugar. Por qué nunca les preguntaban cuáles eran sus necesidades reales.
La gente se ha dado cuenta de que son una meta a cubrir, que son objeto de necesidades a cumplir en programas de orden público que a menudo están distantes del contexto en que se desenvuelven. Por ello, a quienes más interesa que se cumplan esos objetivos es a los funcionarios y no a la propia gente.
Conforme a ello, siempre van a obedecer cuando se les proponga que cultiven alcachofas, que construyan sus casas con madera de cerezo, que usen técnicas agrícolas tibetanas, que bailen polkas, que aprendan a hablar finlandés o que se embriaguen con vermut.
Van a obedecer pero con remuneración de por medio, pues a ellos no les interesa ni les gusta ni les sirve nada de eso en su realidad inmediata, aun cuando todo ello pueda tener importancia en otros entornos del mundo. A quienes les interesa que esas acciones se cumplan es a los funcionarios, sobre todo federales, que por añeja mala costumbre han pretendido estandarizar a todo México, como si las zonas montañosas fueran iguales que las zonas costeras, selváticas o desérticas.
Es decir, que hay una lógica de por medio. No eres tú, funcionario federal (o lo que sea) el que me está haciendo el favor, sino yo el que te está ayudando a cumplir con lo que te han encomendado en tu oficina. Tú eres el que cree que eso a mí me sirve, no yo. Y a ti te pagan por ello, a mí no. Así que retribuye. De este modo se manifiesta una parte del pragmatismo yucateco.
martes, 12 de octubre de 2010
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