Mirando el siglo XIX, con su creciente auge industrial y una febril actividad productiva en comparación con los siglos anteriores, es de pensar que tendría que manifestarse una actitud de extrañeza y una reacción a favor de la naturaleza. Una resistencia a ser dominados por ese mundo industrial, que es una característica del movimiento romántico.
Una novela que de manera muy irónica expresa una actitud similar ante la naturaleza ante una industrialización apenas mencionada, es El mal del ímpetu, del ruso Iván Gonchárov (1812-1891), traducida por primera vez al español gracias a Selma Ancira. En esta novela corta la familia Zúrov padece de un impulso irresistible que los domina y que es el de volverse “incapaces de permanecer en casa durante el verano: en eso consiste esa dolencia extraña y mortal”.
“Una fuerza irresistible los expulsa de la ciudad” para llevarlos a recorridos a menudo no exentos de pequeños o grandes peligros: “se lanzan a vadear los ríos, se sumergen en los pantanos, se abren paso por entre tupidos matorrales cubiertos de espinas, trepan a los árboles más altos; ¡cuántas veces se han caído, se han precipitado en abismos, se han hundido en el lodo, han tiritado de frío e incluso, qué horror, han padecido hambre y sed!”.
El narrador en primera persona, Fílip Klímovich, se entera de este mal luego de percibir una extraña agitación en los tranquilos miembros de la familia. Asombrado por esos atisbos, recurre a su amigo Tiazhelenko, hombre que se pasa todo el día acostado, comiendo sin parar y si caso sentándose una sola vez para el almuerzo. Su inactividad es el polo opuesto de ese mal del ímpetu que aqueja a la familia Zúrov.
De sus deducciones se considera como culpable originario del mal a un hombre “pensativo y melancólico por naturaleza”, que es el huraño y frío Verenitsyn. Si ya esa condición despierta sospechas para estigmatizarlo, más lo será el pensar que es debido a sus múltiples andanzas por lugares exóticos, víctima de un conjuro, ya que “los hechiceros asiáticos siempre fueron más sabios que los europeos”.
Fílip Klímovich con la ayuda del holgazán Tizhelenko tratará de disuadir a la familia Zúrov y a Verenitsy de persistir en el mal. Tratarán por diversos medios de impedir sus andanzas o cuando menos de curarlos. De alejarlos de esa atracción por la naturaleza y las aventuras. Algo hay de una cruzada por ambos lados y por ello no es extraña la alusión a Pedro el Ermitaño.
Ya en esta novela estamos viendo un conflicto respecto a la naturaleza, que se está volviendo algo ajeno, salvaje, contrario a esa modernidad llena de urbanismo y racionalismo. Desde otro punto de vista parecerá una manía naturística, de atracción por un paraíso perdido. Un mundo ecológico en ciernes; “imagínense que en este trozo de paraíso terrenal han instalado una… ¿qué fábrica, mon oncle? Otra vez lo he olvidado”. Y es una fábrica de grasas llena de asfixiante humo.
La novela es ágil y divertida, con sus partes de fantasía en lo real como la abuela que puede predecir los cambios del clima con sólo tocarse alguna parte del cuerpo en que sufra dolencias. La misma abuela que aun ciega se empeña en ir hacia el campo a vivir las aventuras con los demás.
La novela refleja la creciente medicalización de la conducta social yde los afanes por controlar y disciplinar los cuerpos. Una aplicación foucaultiana en un análisis amplio sería muy provechosa para analizar este relato.
Como se puede ver Gonchárov fue un contemporáneo de Tolstoi, Dostoievski y Turguéniev. Menos conocido que éstos, ahora es posible acceder a su obra, avalado por la deliciosa traducción de Selma Ancira.
Gonchárov, Iván: El mal del ímpetu, Coedición Ediciones Fósforo-Ediciones Sin Nombre-Conaculta, México, 2007, traducción de Selma Ancira, 95 pp..
miércoles, 7 de mayo de 2008
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