domingo, 11 de agosto de 2013

La gran ciudad en un poema

                                                        Jorge Cortés Ancona

Las ciudades crecen y sus habitantes se van acoplando rutinariamente a ese crecimiento. Las proporciones aumentan de un modo casi imperceptible por el hecho de que nos automatizamos en la reiteración de los recorridos. Esto es aun más notorio en las grandes urbes, como la ciudad de México, aunque las proporciones de esta se fueron desbordando a un ritmo inesperado hasta saturarse.

Sin embargo, su condición ruidosa, cundida del incesante tránsito de peatones y automóviles, encarrilada en la velocidad contagiosa y en los riesgos de los percances callejeros ya se percibía desde muchas décadas atrás. Un poema fechado en 1930, de José Esquivel Pren, entonces un joven poeta y abogado meridano con algunos años de haberse instalado en la capital de la República, refleja la condición abrumadora de una urbe en crecimiento. El poema de sonoridad coloquial, con una versificación semilibre, con predominio de endecasílabos, y rimado en consonante, se titula “Metrópoli” y está dedicado a Gabriel Antonio Menéndez:

“Para sentirle el pulso a la balumba / de estas calles de urbe moderna / que salta, ronca y retumba / en nuestra carne interna, / me tomaré un tequila en la taberna / que me acelere la circulación. / Es preciso, para ir calle arriba, / tener la resistencia auditiva / del artillero que sirve el cañón”.

“Caminar atropelladamente, / estrujando el vía-crucis de la gente; / y vencer la impaciencia de los pies, / que quisieran tener la rapidez / temblorosa de la motocicleta / y una fuerza exclusiva que se irradie, / como si en toda la banqueta / no hubiera nadie…”.

“En la esquina nos paran todavía: / el rojo despotismo del tranvía / y el brazo en alto de la policía. / Atravesar es fuente de emoción / y, de pronto, la llanta de un camión / como descarga de fusilería…”.

            83 años después ese entorno vivido en el poema sigue vigente, sólo que en un grado mucho mayor. Las proporciones del ruido, del tránsito, de la velocidad, de las muchedumbres, han alcanzado dimensiones quizá impensables respecto a las de esa lejana década. Nuestra suposición es que la gran ciudad que vio Esquivel Pren, la cual tendría poco más de un millón de habitantes, debió ostentar una belleza encantadora, pintoresca en determinadas zonas, y si fuera posible retroceder en el tiempo para recorrerla nos embargaríamos de una felicidad preñada de nostalgias, de gratos olores, de un colorido pleno de positivas reacciones emocionales.

La megaurbe actual mantiene mucho de eso, aunque los bruscos contrastes y el nerviosismo colectivo se han incrementado. Más ruido, más gente, mayor velocidad, más riesgos… pero la grandiosa México sigue firme. Ha crecido desproporcionadamente, pero aún mantiene sus oasis, como la peatonal calle Madero y los centros históricos de Coyoacán y Tlalpan. Nuestro poeta yucateco, con buen humor, supo captar el pulso nervioso de la capital y plasmarlo animadamente en una estampa perdurable.