lunes, 16 de marzo de 2009

La música verbal de Luis Rosado Vega

Jorge Cortés Ancona
Hay onomatopeyas que saltan al oído de manera que podríamos llamar objetiva. Demasiado obvias, a pesar de que en última instancia son tan arbitrarias como cualquier otra onomatopeya. Sin embargo, un consenso receptor las da por válidas, como reproductoras de los sonidos.
No diría lo mismo, en cambio, de otras onomatopeyas más subjetivas. Los sonidos no equivalen a lo que evocan, pero algo, indefinible, incatalogable, nos hace sentir como vivo aquello que se menciona en el poema. Es el caso del poema Campanas, de Luis Rosado Vega.
Mi primer contacto con ese poema fue en un exageradamente maratónico certamen de declamación (68 participantes, en un solo día), en donde escucharlo fue uno de los momentos de mayor frescura de aquella prolongada pasarela. Tan fresco que le mereció a su púber intérprete uno de los tres primeros lugares.
Me parecía estar escuchando las campanas. No era el “talán, talán”, con que arbitrariamente expresamos el sonido en español, sino una rara combinación sintáctica (repeticiones y yuxtaposiciones) y fonética (vocales fuertes y eles) que me hace oír las campanas al vuelo: “Campanas, / clamorosas campanas de mi pueblo; / lejanas campanas, /¡Cómo parece que os estoy oyendo!”.
Pasada esta claridad sonora, el poema continúa volviendo opaco ese clamor de campanas: “Hay fiesta en mi pueblo; / las campanas lo dicen riendo, /lo gritan ufanas / con su vario son, / tocad recio, más recio, campanas /de mi corazón”.
Poema un poco extenso, de estilo modernista y a base de una narración muy lírica, donde el sonar de las campanas puede oírse en distintos registros emotivos: “Y entre tanto las locas campanas / ufanas seguía con su alegre son. / Reían, reían / como si riesen en mi corazón”.
Y es que Rosado Vega tuvo uno de los mejores oídos de nuestra poesía yucateca. Una música verbal que no requería de la música instrumental para hacer valer su sonoridad, pero que sin embargo es tan flexible que se adecua maravillosamente a aquélla. No en vano el chemaxeño es el poeta que pasa por todas las etapas forjadoras de nuestra trova yucateca, como han comentado los investigadores Enrique Martín y Álvaro Vega.
Su poema más conocido, que es el de la canción Peregrina, tiene una estructura rítmica que además de ser analizada en sí misma, debería serlo también en función de la música compuesta por Ricardo Palmerín. Peregrina sigue un esquema rítmico de cláusulas de cuatro sílabas (o de tres, pero con terminación en aguda), con acentos tónicos en la tercera sílaba: “Peregrína-de ojos cláros-y divínos- y mejíllas-encendídas-de arreból”. (Este esquema por cierto es el que inmortalizó José Asunción Silva en su más conocido Nocturno “Una nóche-toda lléna-de perfúmes,-de murmúllos-y de músi-- ca de álas”).
La conjunción de estas dos músicas -la verbal del poema y la que proviene del compositor- han potenciado la sensibilidad de esa canción que ha traspasado tiempos y fronteras.

Buenos días, camarada

Buenos días, camarada
Jorge Cortés Ancona
Una novela contada desde una mirada infantil, un recuerdo de vida donde los cambios se van dando de una manera imperceptible hasta que llegan a ser tan obvios que la sensación de pérdida obliga al recuento. Se trata de Buenos días, camarada, una novela del escritor Ondjaki, seudónimo que en una lengua angoleña significa “guerrero”.
La novela, escrita originalmente en portugués, se desarrolla en la Angola independiente, bajo el gobierno de Jose Edoardo Dos Santos y la oposición de Jonas Savimbi, cuando aún no había elecciones, el sistema alimentario se basaba en las cartillas de racionamiento y se contaba con educadores cubanos. Un niño, cuyo nombre no sabemos, relata en primera persona sus andanzas escolares y de juegos, resaltando los miedos y las observaciones respecto a las novedades que va viviendo de vista y de oídas.
Las comparaciones con el pasado colonial aparecen sobre todo a través de las palabras del camarada Antonio, el viejo criado que añora los tiempos bajo dominio portugués, que consideraba como de más orden. El niño, conforme a lo aprendido en la escuela, cree que ese pasado no podía ser mejor que la condición de independencia de su país. La comparación con el Portugal que conoce a través de las conversaciones con su tía Dada le hacen darse cuenta de que las realidades nacionales son distintas.
Las enseñanzas de los maestros cubanos, a quienes ven con admiración y a quienes habrán de extrañar a su partida son un referente de esa búsqueda ideal de la justicia social, de una lucha que las realidades económicas irán transformando. Como dice el protagonista: “Entonces también me di cuenta de que en un país, una cosa es el gobierno y otra cosa es el pueblo”.
El relato es fluido, suave, lleno de un lirismo propio de esa vida infantil donde el reconocimiento de la realidad se va dando gradualmente. Es inevitable, hablar de una novela de aprendizaje, en ese país africano que ve sus diferencias con los portugueses, los soviéticos y los cubanos. A éstos los ven con la admiración de verdaderos guerreros, pues como se dice en algún momento un angoleño probablemente no pelearía por la libertad de los cubanos, pero éstos sí lo hicieron por la libertad de los angoleños, con tanta valentía, al grado de que –según lo que este niño sabe- los sudafricanos huían antes de enfrentarse a ellos.
Es una Angola en tiempos de transición, que están formando el carácter de este chico. El contacto casero con las armas como las akás y las makarov (“Dibujar armas era normal, todo el mundo tenía pistolas en su casa o incluso akás”), los miedos como el que los estudiantes tienen hacia el Ataúd Vacío, esa fantasiosa banda de asesinos y violadores de maestras y alumnos -y cuya inquietud de que hayan llegado hace huir despavorida a toda una escuela- hablan por sí solos de lo que es crecer con los miedos a lo que no se conoce, con la experiencia de una realidad inventada con las palabras del poder.
Esta novela da pie para valorar distintas cosas como el aprendizaje obtenido con el contacto entre distintos pueblos y las condiciones de cambio de una sociedad. Con un tenue manejo de la ironía, sus gotas de humor y esa candidez que convive con la cruda realidad, tenemos una novela que nos hace pensar, por comparación, en nuestras propias sociedades latinoamericanas.
Los estereotipos del mundo africano quedan muy lejos. Lo que apreciamos en la lectura es la maestría de una narración que parece estar contando trivialidades pero que en el fondo son hechos que constituyen toda una lección de vida. El aprendizaje del niño es el mismo que nosotros tenemos guiados por su voz narrativa.
Ondjaki: Buenos días, camaradas, Almadía, Col. Mar Abierto Narrativa Contemporánea, Oaxaca, 2008, traducción de Ana Ma. García Iglesias.